Este texto, presentado por la periodista Adriana Schettini, fue el prólogo de lo que sucedió minutos después -el pasado 26 de julio- en el ámbito de los Asociación de Sobrevivientes del Holocausto.
Lo que sigue es la crónica viva de lo sucedido bajo la mirada de Eva Eisenstaedt:
No sé si lograré encontrar las palabras para escribir sobre lo que ocurrió en Sherit Hapleitá en la tarde del 26 de julio de 2005.
Trataré de encontrar las que más se adecuen al sentir de las casi 200 personas que estaban en silencio en la sala. Era un homenaje al joven Daniel Rus Z’L, secuestrado a la edad de 26 años de su lugar de trabajo, la Comisión de Energía Atómica y a través de él, a los 30.000 desaparecidos durante la dictadura militar en la República Argentina.
Tal vez sirva comenzar por el final, por esa melodía “Oifn pripechik” que el Maestro Ricardo Hegman interpretó tan magnífica y cálidamente desde el corazón, en ese piano que los padres de Daniel habían donado a la Institución luego de su desaparición en 1977.
Los sobrevivientes canturreaban la letra como sólo ellos saben, cuando se trata de recordar una canción que remite a la infancia, a evocar a los seres queridos, a la abuela que la cantaba… Y luego la música de la Lista de Schindler, tan significativa para todos ellos.
¿Cuál sería la palabra que atravesaba a todos: emoción, memoria, dolor, impotencia? ¿O tal vez silencio, respeto?
Francisco Wichter, secretario de la Asociación, abrió las puertas de la casa para rendirle el merecido homenaje a Daniel Rus y a los desaparecidos en la Argentina y rogó respetarlos sin los aplausos acostumbrados.
José Moskovits, Presidente Honorario de la Institución reflejó aquellos años de asesinato y represión, tan similares a los que perpetrara a sus hermanos la bestia nazi.
Nos emocionaron las palabras del Rabino Daniel Goldman, quien sintió este acto como “muy fuerte, porque yo también soy hijo de sobrevivientes y eso lo llevo sobre uno de mis hombros; y sobre el otro, llevo a Sara, a las Madres y a los desparecidos”. Goldman recordó las visitas semanales a las cárceles de su Maestro, el Rabino Marshall Meyer y puso el acento en el ensañamiento y la tortura doble que se ejecutaba contra los judíos. Daniel Rus -dijo- se sentía comprometido con la vida de todos y quiso representar los más altos ideales de una generación. Hoy no está pero está”.
Concluyó con una frase que simboliza la resistencia y el amor a la vida que Sara Rus (madre de Daniel y sobreviviente de la Shoá) demuestra a diario: “Me siento cobijado por Sara, y nosotros también la cobijamos”.
Sarenka (Sara) se puso de pie. Entera. Serena. Contenida. Quiso agradecer. Y pudo, más allá de su emoción. Agradeció a todos los que habían venido a acompañarla en este acto, a las amigas que conocían a su hijo desde que nació, a sus compañeras y compañeros -también víctimas de la tragedia argentina-, a las Madres de Plaza de Mayo, a los que la acompañaron y sostuvieron siempre en su dolor. Todos estaban y estarán presentes. Siempre.