Ultimas imágenes del naufragio

Un juez destituido: Juan José Galeano Un operador de prensa renunciado: Ariel Sujarchuk Un escritor del establishment: Marcos Aguinis Un ex Presidente de la DAIA denunciado por la Oficina Anticorrupción: Rubén Beraja Un fiscal israelí que no fue: Eldad Gafner...

Por Guillermo Lipis

… todas estas figuras, que de literarias tienen nada, bien pueden pintarse como las últimas imágenes del naufragio. Reales y paradigmáticas, a la fecha, son el fiel reflejo de cómo llegamos a este punto muerto en el atentado más grave que sufriera la Argentina y una comunidad judía afuera de Israel.

Un juez que; destituido por mal desempeño de sus funciones, por filmar videos clandestinamente y pagar 400.000 dólares irregularmente; prometió que íbamos a caernos de espaldas. Once años después se determinó su caída por actitudes “fuera de todo cauce legítimo”.

Un operador de prensa renunciado, que nunca debería de haber llegado ni al Poder Judicial ni a la Unidad de Fiscales AMIA. Sus antecedentes, como dijera Nisman a Nueva Sión, le permiten ejercer funciones en el Estado, pero su altura moral, habiendo comercializado un video con imágenes de familiares de las víctimas de la AMIA con facturas de la ferretería de su padre no.

Un escritor del establishment que siempre aparece en defensa de sus amigos pero no del imaginario comunitario: Marcos Aguinis, el escritor no lector a decir de nuestro colaborador Gabriel Levinas.
Aguinis utilizó, en su artículo del diario ‘La Nación’, toda la artillería esgrimida por los dirigentes de la DAIA. Ya en otra oportunidad, intercedió por Pilar Rahola, cuando desde estas páginas habíamos denunciado que la política española percibiría 1.500 dólares por conferencia en Argentina para convencer al público judío de las bondades de Israel. No sea cosa que alguien escupiera el asado de los disertantes. Pero como bien dice Aguinis, no pretendemos hacer aquí “leña del árbol caído”. Y menos cuando cae por su propio peso.

Beraja, en cambio, aún debe respuestas de los motivos de su caída. También está claro y fresco el cruce de la Plaza de Mayo aquel fatídico 18 de julio de 1997. Es probable que aún sueñe con el “yo acuso” de Laura Ginsberg, impronta que ninguna Comisión Directiva de la DAIA pudo sacudirse hasta la fecha.

Un fiscal israelí que no fue, enviado por Israel para buscar una información que no es compartida, hasta la fecha, con los investigadores argentinos. Es irrisorio que Nisman y Rúa estén solicitando copia de las conversaciones sostenidas entre el supuesto Eldad Gafner y Telleldín hace diez años, cuando Cristina Fernández de Kirchner, en su visita a Israel, recibiera el pedido especial de las autoridades para que Argentina profundice las investigaciones sobre los atentados a la Embajada y la AMIA.

En estos escasos días transcurridos desde la sentencia del Jury de Enjuiciamiento a Galeano, suele escucharse que su destitución puede funcionar como una bisagra en la causa. Pero la bisagra no debe buscarse sólo por la destitución del ahora ex juez. Tienen que suceder otras cosas, darse otras situaciones de decisión política en el Estado y un sinceramiento de la real voluntad de llegar a la verdad, sea la que fuere, por parte de la dirigencia comunitaria que, indudablemente y a pesar del tiempo transcurrido, deberían erigirse en los principales motores para que las investigaciones avancen.
Se hace necesario reconocer el fracaso de las estrategias de asociación con Galeano (como la instalación de micrófonos ocultos por parte de la abogada de la DAIA, Marta Nercellas) y con cualquier otro personero que se le asemeje.
No seguir detrás de dirigentes enrolados en lo que se llamó el ‘berajismo’ y su estela que arrastró al desastre a la causa con la defensa enconada de Galeano y su estilo (hasta el mismo día de la destitución, la DAIA emitió a través de su servicio de prensa notas que defendían al juez). Y revisar, por ejemplo, la conveniencia de continuar con los equipos de abogados que AMIA y DAIA disponen a la fecha. Mucho dinero invertido para el fracaso, por cierto.

Y por último, ¿es responsabilidad de las querellas el fracaso de no haber llegado a la verdad o al resultado de que sólo haya dos inculpados (el comisario Carlos Castañeda y el juez Juan José Galeano)?
Las querellas, está claro, no eran responsables de las investigaciones, pero sí podrían haber denunciado las irregularidades observadas o no ser parte de algunas de ellas (como en el caso del cableado de Nercellas, o de haber estado enterados del pago de los cuatrocientos mil dólares).
Estos son, también, los paradigmas del naufragio.
A 11 años del inicio de este desastre que desarmó familias enteras, que dejó al descubierto la peor cara de la impunidad y de los juegos de intereses cruzados, tal vez, ahora, el camino comenzó a despejarse para empezar de nuevo. Sólo hay que proponerse no naufragar nuevamente. Sería un nuevo golpe del que, difícilmente, la comunidad pueda reponerse.