Aparecido en ‘Haaretz’ -6 de agosto de 2005-:

El final de una era

Así como la rutina en relación al término ‘Pplan de Desconexión’ está desdibujando nuestra comprensión de lo que éste comprende, así la verdad debe decirse: el Gobierno de Israel no tiene un verdadero plan; y peor: el Gobierno no tiene nada con que cubrir el enorme foso que está tomando forma ahora en la psique israelita. Este no es un plan genuino, porque fue un capricho momentáneo del primer ministro. El ‘No plan’ actuó como un imán para el más fino oportunismo político israelí: para los ancianos del Partido Laborista, que son manejados por el poder de un reloj biológico personal y no viven de acuerdo a un tiempo político más lento; individuos que tienen sed de poder; y unos pocos otros inocentes que simplemente no entienden de qué se trata todo esto.

Por Abraham Burg

El proceso por el cual el plan fue aceptado hizo añicos lo poco que quedaba de la cultura política de Israel y nos condenó a muchos más años de democracia inválida, lisiada, conducida en la sombra de la anarquía de este periodo. El Primer Ministro dio una patada a cada convención política y simplemente llevó a todos bajo la senda del jardín. Así como no hay ningún mercado importante sin una bolsa de valores y ninguna familia sin cónyuges, no hay democracia o política sin partidos políticos. La falta de respeto mostrada por el Primer Ministro y sus socios por las resoluciones aprobadas por su propio partido -su desprecio y el descuido absoluto- destruyó el concepto básico de vida política.
Pero el plan no sólo es malo debido a los procesos defectuosos de su autorización; es malo principalmente debido a su contenido. No tiene ningún socio y ninguna visión. No mira un milímetro pasada su propia nariz. Y cualquier observación que haya, sólo pronostica calamidad. Es un inmenso fraude: el sacrificio de los no importantes e insignificantes asentamientos en Gaza y en las cercanías de Sinaí a cambio de perpetuar los errores y perversiones del alma israelí en el corazón de Hebrón, en Yitzhar, en Bet El y en las tumbas de los patriarcas que se han vuelto altares para comprometer a hijos con vida.
No obstante, éste es la mejor peor desconexión que nosotros tenemos. Después de ella, no sólo la cara de la democracia política parecerá arrugada, dañada e injuriada; al mismo tiempo, la empresa nacional de ilusiones conocida como los asentamientos también estará comenzando su inevitable colapso. Por esta razón, solamente, puede valer la pena pagar tan alto precio.
La existencia del Estado de Israel no está asegurada todavía: nadie sabe si sobreviviremos como un Estado o nos desterraremos de nuevo a cada rincón de la tierra. De una cosa, de la que no tengo ninguna duda, es que esa redención no pasará por el mesianismo, la buena vida no vendrá por la expansión, y el nivel de liderazgo nacional será más fugaz cuanto más los remotos asentamientos hagan en secreto -pero en nuestro nombre- a otros lo que nuestros enemigos nos hicieron a nosotros por generaciones.

Tú no eres mi hermano

Durante muchos años, tres historias, en parte verdaderas y en parte ficción, nutrieron a Israel. Bajo la rúbrica global de ‘Sionismo’ ellas eran: el dios de la seguridad, la santidad del asentamiento y la superioridad de la religión judía. Tres conceptos inmensamente poderosos y ricos en recursos, que se volvieron fines que justificaron los que hasta recientemente habían sido considerados inaceptables y abominables. Aunque si bien aflora de nuevo que los únicos periodos de seguridad que disfrutamos en los recientes años, fueron los breves y frágiles intervalos en que nosotros nos abstuvimos momentáneamente del arma letal en la lucha y hablamos -continuar hablando es difícil para nosotros-. El diálogo se ha borrado de nuestra conciencia como una verdadera alternativa. En nombre de la seguridad tenemos el derecho de disparar y matar. En nombre de la seguridad nosotros tenemos el derecho para expropiar y desposeer. En nombre de la seguridad, nosotros tenemos el derecho de hostigar y abusar. En nombre de la seguridad nosotros tenemos el derecho de derramar la imagen de Dios con la que nacimos. Tome todos los clamores de los colonos sobre discriminación y los lamentos sobre represión, multiplíquelos en muchos-pliegues, y usted sentirá lo que los Palestinos han vivido durante muchos años sin nuestro discernimiento o sensibilidad.
Esta seguridad deformada, está umbilicalmente ligada a la empresa de la colonización. Se decía que la frontera segura pasaría a lo largo del extremo exterior del asentamiento más distante. Aunque ese engaño fue hecho añicos en cada guerra israelí -desde Tel Hai en 1920, a Kfar Darom en 1948, a los asentamientos en las Alturas de Golan en 1973-. Seguridad y asentamiento, no obstante, se entrelazaron al punto de ser inseparables.
Un cerco de seguridad a lo largo de la frontera, un cerco alrededor de nuestros asentamientos para su seguridad, un cerco para sitiar y encerrar sus pueblos y ciudades, un cerco a lo largo de Jordania. La tierra íntegra es un gran cerco y dentro de él se encarcela al pueblo asustado. ¿Esto es lo que significa seguridad?
Y la religión judía está soportando demasiado abuso. Demasiada arrogancia y racismo apuntalan las palabras ‘Un judío no expulsa a un judío’. La creencia en la superioridad de los genes, el señorío de la nación de señores en el nombre de Dios. ¿Pero un judío que asesina a un primer ministro judío: – ¿sí?. Porque un judío es sólo un ser humano, con debilidades y con poderes. Nada es innato, nada es automático, y aún la elección del pueblo judío por Dios no está garantizada sin un compromiso moral y sin la labor constante hacia la auto-superación y una conducta más humana. Todo esto ha sido desviado a un costado a favor de la perversa trinidad de los recientes años: un Judaísmo racista descansando en el asentamiento violento y protegido por una distorsionada concepción de seguridad.
Cuando ellos me amenazan y hablan de ‘Una guerra de hermanos’, yo me paro muerto en mis huellas. ¿Son estos mis hermanos? ¡No! Para mí, fraternidad y ser una familia nacional no son el producto de un piloto automático. Yo no tengo ningún otro hermano genético que mis dos hermanas, mis padres las hijas.
Yo tengo hermanos y hermanas en valores y espíritu. Si usted es una mala persona, un sollozante opresor o un ocupante fuertemente-armado, usted no es mi hermano, aun cuando usted observa ‘shabat’ y sostiene los mandatos religiosos. Y si un pañuelo cubre cada cabello de su cabeza y usted da caridad y realiza buenas acciones, pero todo lo que está debajo de la cobertura de la cabeza se consagra a santificar la tierra judía y tiene prioridad por sobre la santidad de la vida humana como tal, usted no es mi hermano. Usted es mi enemigo. El judaísmo automático, sin autocrítica y sin compromiso moral implica una doctrina racista inaceptable.
Permítanos dibujar una distinción: no habrá ninguna ‘Guerra de hermanos’ aquí; si alguna vez se desata una lucha más violenta, esta se llamará ‘Guerra Civil’. Porque no es una guerra entre las diversas corrientes del pueblo judío, sino una inclaudicable lucha entre la bondad y la maldad. Todas las personas buenas, las suyas y las nuestras, de un lado, formaron fila contra todas las personas malas -y no hay ninguna escasez de ellas- en ambos lados.

La tierra de Israel contra el Estado de Israel

Siguiendo el paso de estas clásicas narrativas sionistas, la pregunta natural que emerge es que serán las futuras historias nacionales israelíes y si de hecho habrá alguna. Mirando el presente, nosotros podemos ver la dirección del futuro. La visibilidad de las cintas naranjas señalando oposición a la desconexión – está estrechamente unida al solideo (gorra que usan las personas judías religiosas), ondeando el tsitsit (flecos rituales), el talit (echarpe de cabeza), el libro de oración y un vocabulario religioso. El centro duro de los antagonistas de la desconexión viene principalmente de los varios grupos sionistas religiosos, los Haredim nacionalistas (ultra-ortodoxos), y el híbrido espiritual del Judaísmo de la Nueva Era, aquellos que corren salvajes por las cimas de las colinas de Cisjordania. Los otros sectores israelíes no están tomando al parecer una parte activa en la lucha. Los árabes están totalmente fuera de ella, y mucha -quizás la mayoría- de la población secular del país se asombra por la desconexión humana y psicológica de los colonos religiosos, aquellos que hasta no hace tiempo eran los normales-portadores de la moderna, sionista, identidad judía israelí.
Algo se ha ido torciendo con estas personas religiosas. La Tierra de Israel como un valor supremo en este tiempo no está siendo postulada contra otros valores: la vida humana, los valores occidentales modernos y la aspiración a una vida en paz, tranquilidad, quietud y seguridad, sino que está involucrada en un frontal enfrentamiento con el Estado de Israel.
La Tierra de Israel contra el Estado de Israel. Esto es más que sobre una ocupación que está teniendo lugar lejos de la vista o la matanza de palestinos inocentes como un hobby de tipo ‘no convencional’; es sobre una guerra abierta contra todos los símbolos del gobierno soberano de Israel. Los ostentadores del naranja contra el ejército y sus soldados, colonos contra la policía y sus hombres, creyentes en Dios contra la democracia, su autoridad y sus representantes elegidos.
Precisamente porque el instinto básico israelí es democrático, y aunque hay cosas aquí que no nos gusta, está no obstante claro para nosotros que el sistema democrático, con todas sus faltas, es el único que nos hace posible continuar viviendo juntos, continuar estando de acuerdo sobre qué no estar de acuerdo. El reto desafiante de la ‘halaja’ (ley religiosa) a la Ley, de la sinagoga a la Knesset (Parlamento), de los rabinos a la soberanía, ésa es la desconexión real.
Hasta la distorsionada iniciativa de Ariel Sharón, había una total difuminación de esferas y valores. El derecho, en todos sus matices de color, estaba a favor del esfuerzo desesperado por integrar el Judaísmo, el nacionalismo territorial y la democracia en un paquete político. Y la izquierda, con sus varios grupos, se puso de pie y miró: Este no era su judaísmo, éste no era su nacionalismo, y vertió lágrimas por la democracia, la cual yace muriendo ante la ocupación y las mentiras engañosas. Fue una izquierda estéril, aturdida, su heraldo de identidad y estandartes de patriotismo fueron distorsionados y la de los movimientos que crearon el estado, y fueron transferidos, sin desfile ni ceremonia, sin respeto ni honra, a los nuevos portadores normales que anunciaron una nueva identidad religiosa y nacional.

Cuatro décadas de prevención

De repente, abruptamente, la espada de Sharón cortó el nudo rebelde. Y cambió de dirección a ese nacionalismo y religión xenófobos que confían exclusivamente en la halajá y sus maestros no pueden coexistir con la verdadera, moderna, democrática, identidad propensa al compromiso del núcleo de la mayoría de Israel. En respuesta al plan de desconexión, los extravertidos portadores de identidad están declarando que ellos se están desconectando, absteniéndose y en la práctica apartándose de su responsabilidad monopolizadora por la identidad israelí y sus componentes.
Esta es una única oportunidad, una raramente ofrecida a una sociedad que está intentando alterar el flujo de sus caudales. Un vacío incitante se ha creado al centro de nuestra existencia aquí, y hay espacio para nuevos vientos y opiniones originales. Los Israelíes pueden reclamar su papel en la responsabilidad judía. Hay una necesidad vital, ardiente por una nueva identidad israelí que no empiece con las palabras ‘Un judío no hace’, sino con ‘Un judío hace’.
Un judío mantiene una cercana y natural conexión con las fuentes espirituales de la cultura judía; un judío tiene una nueva y moderna interpretación de preceptos y normas que se han tornado anticuados; un judío integra tradición y progreso; un judío forja una síntesis entre Judaísmo y universalismo, entre Israelismo y Judaísmo.
Para este judío positivo, Israel es un lugar abierto y generoso para el Otro y para aquellos que son diferentes, para el extraño que vive entre nosotros. Su Judaísmo dice sí a la paz y no a la xenofobia; su cultura es una cultura nacional de auto-confianza que persigue la paz, no la paranoia que se funda en la violenta seguridad militar. También involucra un esfuerzo renovado para integrar ambas la experiencia israelí en el Medio Oriente y en el interior del Oeste democrático, la cual está cambiando con la resolución del lugar dónde las espadas sean enterradas y la reja del arado y las podadoras sean tomadas de nuevo.
Yo no creo en esta desconexión o en aquellos que la están llevando a cabo. Veo desesperanza y ruina política en el día después: porque sólo creo en el largo plazo, el diálogo no violento y sólo en una total separación coordinada y convenida de las dolencias terminales en nuestro lado y en el de ellos. A pesar de todo lo dicho, dentro de este mar negro-anaranjado éste es un rayo de luz.
Nosotros somos un pueblo sobreviviente que no es extremista, de una cultura adaptable, no una suicida. Por consiguiente, siempre que el fanatismo mezclado con mesianismo y la auto-rectitud tomó las riendas del poder, nosotros alcanzamos un terrible final muerto. El modelo está allí en el momento de la destrucción del Segundo Templo, en el Holocausto de Betar y la revolución de Bar Kojba, en el periodo de Sabbatai Sevi, y en el tiempo de Gush Emunim, el Bloque del Creyente. Cuatro décadas de advertencia están mostrando ahora su resultado. Está claro a muchos que esta mala y estrafalaria desconexión no es de nuestros vecinos Palestinos o del terrorismo. Esta es una desconexión pequeña y magra, de la locura nacionalista que ha asido el mando de nuestra identidad.

Avraham Burg es un ex-Presidente de la Knesset (Parlamento israelí).