La impunidad está suelta

El tránsito se desplazaba con la pesadez habitual, ese lunes de invierno de 1994. En la calle Pasteur al 600 un edificio antiguo, con rasgos de modernidad, concentraba la incipiente actividad tradicional. En la AMIA, la mutual judía, hay gente que hace trámites por un familiar muerto, o busca empleo en la bolsa de trabajo, o solicita ayuda. Son las 9 y 52 de ese lunes 18 de Julio. Alguien va en busca de un café, una madre se encuentra con su hijo, la recepcionista intenta dibujar una sonrisa que oculte el estado de ánimo de un lunes, un anciano se dirige hacia la biblioteca. Son las 9 y 52 y la vida se despereza con la lentitud del primer día laborable. Solo falta un minuto para que el horror fiche su presencia. La estrecha frontera entre la vida y la muerte se consumen en sesenta segundos. Las manecillas del reloj avanzan inexorablemente. El coche - bomba, o las bombas van a estallar. Son las 9 y 53 minutos. El estruendo, la perplejidad, la sorpresa, el dolor, la muerte, quedan apresados entre el cemento derrumbado y los hierros retorcidos de la AMIA. Son las 9 y 53 del 18 de Julio de 1994...

Por Hugo Presman

Un crimen horroroso que se incorpora al calendario de la impunidad. Ochenta y cinco muertos. Ochenta y cinco vidas tronchadas. Ochenta y cinco esperanzas amputadas. Ochenta y cinco. La hija que no encontrará a su padre. La madre que perderá a su hijo. El niño arrancado de la mano de su madre por la violencia de la onda expansiva. El polvo invade el ambiente. La impunidad abrió nuevamente la puerta, para dejar suelto el horror. Ochenta y cinco vidas. Ochenta y cinco ausencias. Ochenta y cinco vacíos. Ochenta y cinco. Trescientos heridos.
Los nietos que fueron a hacer los trámites por su abuelo muerto. El arquitecto que diseñaba las reformas en el edificio. Hierro y cemento retorcidos. Y las manos asesinas. Lejos de la justicia y atrincheradas en la impunidad. Y antes que se enterraran a las víctimas, las promesas de siempre “Investigaremos hasta las últimas consecuencias“. Once años para manipular pruebas, para destruir evidencias, para encerrar a la verdad, para proteger a los culpables. Para seguir matando a las víctimas. Ochenta y cinco vidas tronchadas y once años de espera infructuosa. Y como siempre la memoria. Para luchar contra el olvido. Para vencer a la muerte. Para no volver a matar a las víctimas. Más allá de oscuras negociaciones. Más allá de disculpas bochornosas. Después de haber perpetrado en la investigación, las irregularidades más burdas ante una sociedad anestesiada por convertibilidades, despojos, ventas del patrimonio nacional y macro corrupciones, presentadas como pasaporte para acceder al primer mundo.
Pistas falsas, pistas inducidas, pistas serias desechadas, pruebas plantadas, pruebas destruidas, imputado pagado para que acuse a otros imputados, filmado y pasado por televisión. Todo presentado como normal y correcto. Todo tan siniestro, tan impúdico que parece mentira.
Después de once años el juez que instruyó la causa está sometido a un Jury de Enjuiciamiento y condenado el policía que hizo desaparecer 66 casetes. Los nombres: Juez Juan José Galeano y Comisario Carlos Antonio Castañeda.
Es altamente probable que el juez Galeano termine preso. Es difícil discernir en su caso si la complicidad supera a la ineptitud o si es al revés.
Ni Ionesco y su teatro del absurdo lo hubiera imaginado: el investigador va preso. Los culpables, los instigadores, los cómplices ignorados y por lo tanto libres.
Ni siquiera hay certeza de cómo se cometió el mayor atentado criminal de la historia argentina.
Es un testimonio inapelable que la impunidad anda suelta y goza de excelente salud en nuestro país. Impunidad que tiene nombres concretos: entre otros, Carlos Menem, Carlos Corach, Carlos Ruckauf, Hugo Anzorreguy, Hugo Franco, Brigadier Andrés Antonietti, Eduardo Duhalde, Fernando de la Rúa, la maldita policía bonaerense, la policía federal, la SIDE, la complicidad de la dirigencia judía y del Estado de Israel. Y el misterio insondable sobre los instigadores y autores materiales.
Incluso Néstor Kirchner protagonizó un confuso incidente anunciando la aparición de los casetes y luego reduciéndolo a un insignificante recibo.

Memoria

Pero la memoria sin justicia es un recuerdo, una herida que no cierra y no cerrará. Ochenta y cinco muertos que claman justicia. Ochenta y cinco sueños. Ochenta y cinco.
Once años.
La AMIA reconstruida. Un moderno edificio.
La calle Pasteur recuperando su fisonomía tradicional. Pero la calle y la AMIA están pobladas de ausencias. De los lugares vacíos en hogares destrozados un 18 de Julio. Once años y ochenta y cinco recuerdos. Ochenta y cinco presencias imborrables que claman justicia. O en palabras de Ignacio Copani: “Porque la memoria le niega clemencia / a la mano oscura que mata y se va / que destroza sueños, amor, inocencia / y está segura que no pagará / Porque la memoria de bronca y de lucha / exige castigo al crimen feroz / Porque a los caídos nuestra sangre escucha / pidiendo justicia con toda la voz “.