Opinión:

Los atentados de Londres y los de Buenos Aires: ¡Fuck you!

Harto ya de estar harto ya me cansé... Así parece estar demostrándolo en esta nota de opinión nuestro colaborador Juan Salinas, autor de un libro sobre la causa AMIA que fue contra la corriente y cansado de investigar sobre la causa y de encontrar ineptos en el camino que han puesto más trabas que buena fe en la búsqueda de la verdad. Antes de iniciarse el juicio oral, que culminara el año pasado, Salinas llegó a decir que estaba dispuesto a re escribir su historia de nuevo si fuera necesario reconociendo, así, la evolución de sus investigaciones. Con una mezcla de enojo y desesperanza, y ante el pedido de Nueva Sión, Salinas decidió romper el silencio al que se encontraba llamado últimamente y nos dejó su opinión escrita luego del cruento y múltiple atentado de Londres.

Me pone mal que me pidan artículos o opiniones sobre el tema AMIA. Después de toda una década inmerso en él (durante más de tres años contratado por la propia mutual) me siento un disfrazado sin carnaval: nadie, absolutamente nadie está interesado en establecer qué pasó, cómo pasó y quienes fueron los asesinos inmediatos y mediatos. Ni siquiera Laura Ginsberg, que sucumbió a la tentación trotskista de echarle toda la culpa -así, genéricamente- al Estado argentino… aun cuando esté claro que el ataque estuvo inscripto en una trama internacional. ¿Para qué hablar de los demás?
Me subleva no encontrar quienes no se hayan plegado consciente o inconscientemente al consenso israelí-norteamericano-menemista: erigir una versión completamente falsa acerca de los motivos y el modo en que se llevaron a cabo ambos ataques. Que tantos se hagan los tontos ante lo que me resulta una evidencia cristalina: que estuvieron motivados por ajustes de cuentas entre los participantes de una trama planetaria de tráfico de armas y drogas (¡y del lavado del dinero obtenido!) que se puso en marcha con el Irangate o affaire Irán-contras y que jamás se detuvo. Un trasiego motorizado, entre otros, por los servicios secretos de Israel, Siria, Estados Unidos y Arabia Saudita y en el que participaron, y acaso sigan participando, una miríada de árabes como los tristemente célebres Adnan Kassogui y Munser al Kassar; pero también otros de nacionalidad israelí, estadounidense, francesa, argentina y hasta algún judío británico.
Es por eso que contra toda evidencia, se sigue manteniendo contra viento y marea la falsa historia de los ataques cometidos con camionetas rellenas de explosivos, siendo como es que ambos se ejecutaron aprovechando que tanto la Embajada de Israel como la AMIA estaban siendo sometidos a refacciones, para «colar» los explosivos entre los materiales y de construcción y conseguir sendas «implosiones».
La figura del fedayín-kamikaze era imprecindible para ocultar que quienes pusieron materialmente las bombas y las hicieron detonar -por encargo- fueron argentinos, miembros de una extensa banda dirigida por altos oficiales de la Policía Federal que durante la dictadura integraron los «grupos de tareas» que secuestraron, torturaron y asesinaron a miles de personas. Banda cuyo objetivo principal no era, por cierto, poner bombas, sino ganar mucho dinero a través del robo y duplicación de automotores, el tráfico de cocaína, etc. Investigar los ataques suponía exponer a la luz esta trama doméstica, lo que garantizaba que ningún policía lo hiciera.
Y era necesario ocultarlo porque, de identificarse a los autores materiales, podría establecerse quiénes los habían contratado. Lo que hubiera permitido establecer lo que, si se sabe mirar, estaría a la vista.
Por ejemplo que tal como le informó rápidamente la CIA al gobierno argentino, el ataque a la AMIA estuvo directamente relacionado, entre otras cosas, con la «mexicaneada» de 20 millones de dólares provenientes de la venta de cocaína colombiana en Italia.
Es para que estas identificaciones no puedan hacerse y se exponga a la luz quienes participan del tráfico mundial de armas y drogas que Corach, Beraja y compañía siempre dieron la lata con el sonsonete de que los ataques fueron «fundamentalistas» (¡hasta quisieron endilgárselos años después a Osama Bin Laden!).
Y este es el meollo, el carozo del asunto. Si el embajador Mengano, el banquero Zutano, el traficante Perengano y el funcionario Felicitano están asociados en la explotación, por ejemplo, de un banco de fotografías sexuales de niños para consumo de pedófilos y se roban entre ellos; si como consecuencia de ello hay atentados con muchos muertos del todo inocentes («daños colaterales»), no puede esperarse que el banquero cuyo banco fue demolido y sus empleados asesinados salga a decir la verdad. Ni siquiera algo remotamente parecido a la verdad. Antes dirá, impertérrito, que el ataque fue cometido por extraterrestres.
Quien de buena fe requiera mayores precisiones, puedo ofrecérselas. Los demás pueden echarle todas las culpas al inimputable del ¡todavía! Juez Galeano. Tengo muy presente la cara de gaznápiros que pusieron cuando hace siete años lo taché públicamente de «delincuente». Y cómo defendieron lo indefendible cuando Lanata mostró por TV cómo inducía a Telleldín a acusar falsamente a un grupo de policías para desviar cualquier investigación hacia una vía muerta.
Tienen ahora la oportunidad de buscar conexiones entre los atentados de Londres y los de Buenos Aires, cosa de volver a ponerse la careta de dolor, estupor y desconcierto cuando dentro de un año se cumpla un nuevo aniversario. ¡Fuck you!