60 años después del fin de la Segunda Guerra Mundial II:

No olvidar

Estos son tiempos de evocación, de recuerdo, estamos conmemorando a lo largo de todo este año el 60 aniversario de la finalización de la Segunda Guerra Mundial y la derrota del nazismo. Los aniversarios son útiles para ejercitar la reflexión y la memoria, y en este caso para recuperar -por lo menos para algunos de nosotros- la estupefacción y el asombro para poder preguntarnos cómo fue posible que tanto horror haya tenido lugar.

Por Alicia Benmergui

No debemos aceptar que toda esa historia pase a formar parte del sentido común de la gente, de que se escuchen y miren con indiferencia las narraciones sobre este pasado tan cercano o que no nos gane la insensibilidad ante los hechos terribles que tienen lugar cotidianamente. Del mismo modo que no debemos cejar en la lucha por la justicia, que en la Argentina debe actuar sobre los atentados de la Embajada y la AMIA, debemos saber que la pasividad frente a estos acontecimientos implica una suerte de aceptación por omisión.
Si esto es así, si reaccionamos con apatía e indiferencia a hechos inaceptables, debemos hacernos cargo de que los objetivos del nazismo han triunfado, han naturalizado la bestialidad y la más elemental falta de humanidad.
Tal vez los que cometen actos espantosos son gente banal, pero el mal nunca es banal.

Viena

Todas estas reflexiones son producto de una visita a la Fundación Memoria del Holocausto, donde se instaló una exhibición fotográfica sobre la Viena judía. Allí se ven diferentes escenas de judíos ortodoxos estudiando, jugando al fútbol, y adultos, niños o ancianos transcurriendo en su existencia cotidiana. Judíos rezando en una sinagoga, gente en una biblioteca del Museo Judío, fotos del museo de Viena dedicado a Sigmund Freud y muchas otras imágenes que remiten a un pasado no tan lejano.
En este intento de recordarnos que la vida judía ha renacido en Viena, de que los judíos han retornado, de que no han sido vencidos por el odio y el olvido y que no son un mero recuerdo, no puede evitarse un profundo sentimiento de dolor y melancolía cuando se recuerda la historia del judaísmo centroeuropeo y todo lo que representó para la cultura internacional hasta la llegada del nazismo.
Viena fue, principalmente desde fines del siglo XVIII y el siglo XIX, un lugar donde los judíos llegaban para intentar cambiar su suerte. Abandonaban los guetos en búsqueda de mejores condiciones de existencia.
La monarquía de los Habsburgo tenía una firme inclinación hacia el liberalismo, y el Imperio Austrohúngaro fue el lugar donde numerosas familias de origen judío crearon enormes fortunas y en donde nacieron algunos de los más talentosos hombres de la Europa moderna. También algunos de ellos tuvieron gran influencia dentro del judaísmo como fue el caso de Teodoro Herzl.
Los judíos austriacos tuvieron una enorme participación en todos los ámbitos sociales, científicos, artísticos, literarios y políticos, no siempre por su número pero sí por la calidad de sus aportes.

Nombres destacados

En las entrevistas concedidas por la último premio Nobel, la escritora Elfriede Jellineck, sostiene -al igual que otros intelectuales austriacos- que Austria nunca ha reconocido que este país no ha sido una víctima, que no ha asumido las responsabilidades que le caben por hacer sido socia y cómplice del nazismo en una verdad oculta y negada.
El historiador Perry Anderson considera que el judaísmo europeo contribuyó a la unión de las dos mitades del continente europeo, Oriental y Occidental, a nutrir y crear lo que se conoce con el nombre de cultura centroeuropea.
En una comparación acerca los aportes de alemanes y judíos en esa región del mundo, considera que la verdadera mediación la ejercieron los judíos con una intervención económica e intelectual, la intervención alemana se expresó a través de la dominación política y militar.
Anderson sostiene que cuando se hace un balance de la situación de los tiempos anteriores a la guerra, y de lo que ha quedado luego, con la eliminación de los judíos, sobre todo en Austria, el empobrecimiento cultural y científico es muy notorio.
La mayor parte de los judíos europeos murieron asesinados, y sólo una ínfima parte de aquellos de renombre y fama pudieron salvar sus vidas, emigrando a países donde fueron admitidos, especialmente Estados Unidos.
El judaísmo centroeuropeo estaba representado por ciudadanos judíos o de origen judío que vivían en Viena, Berlín, Praga, Budapest y Triestre; todos ellos compartían el factor más aglutinante de todos: la lengua alemana. Entre ellos podemos nombrar lo que es un número muy reducido de una nómina muy extensa: Karl Marx, Karl Popper, Ernest Gombrich, Edwin Panofsky, Arthur Schnitzler, Stefan Zweig, Sigmund Freud, el líder sionista Jaim Weizmann, Robert Musil, Joseph Roth, Paul Celan, Arnold Schönberg, Gustav Mahler, los escritores Karl Kraus, Stefan Zweig, Hermann Broch, Joseph Roth y Elias Canetti, el filosofo Edmund Husserl, el filosofo y matemático Ludwing Wittgenstein, Ernst Kris, Norbert Elías, Walter Benjamin, Herbert Marcuse, Ernst Bloch, Hannah Arendt, el físico Albert Einstein, el sociólogo Max Horkheimer, Italo Svevo y el poeta Umberto Saba, Franz Kafka, Franz Werfel y Max Brod. El padre del sionismo, Theodor Herzl, el psicologo Sandor Ferenczi, el politologo György Lukàcs y Arthur Koestler. Muchos de ellos murieron antes de que el nazismo llegara al poder, en tanto que otros fueron refugiados ilustres, pero puede recordarse la muy amarga historia de Franz Zweig que se suicidó en Brasil junto a su mujer, o la Walter Benjamín que se quitó la vida ante las puertas de España y cuya tumba nunca fue hallada.

“Prefiero considerarme judío”

Millones de personas fueron asesinadas porque no obtuvieron refugio en ninguna parte, porque les fueron cerradas todas las puertas, pero es necesario recordar que esas mismas puertas podían abrirse generosamente si el aporte de los refugiados lo ameritaba.
Suponemos que nadie puede estar en desacuerdo que individuos y objetos valiosos para el patrimonio de la Humanidad hayan sido asilados y protegidos, lo que no puede evitarse es la reflexión de cuanta mezquindad y cálculo existió por parte de las grandes potencias frente al drama de los judíos europeos.
Algunos ejemplos tal vez puedan ilustrar sobre el tema en cuestión. Existía en Alemania, en la ciudad de Hamburgo, un extraordinario Instituto creado por Aby Warburg, miembro de una familia de banqueros judíos alemanes, donde en 1929 trabajaban decenas de estudiosos y que poseía 60.000 volúmenes sobre historia del arte, literatura, lingüística, historia social, leyes, folklore, etc. El fundador de la biblioteca murió en ese año. En 1933 con la llegada al poder del nazismo, ante el temor de que esta biblioteca pudiera ser destruida, se decidió mudarla a Londres, lo que se hizo con la máxima rapidez posible.
En la actualidad el Instituto forma parte de la Universidad de Londres y -al decir del Historiador José Emilio Burucua- es uno de los lugares más fascinantes de la tierra para quienes se dediquen al estudio de la historia de las ideas.
También es necesario recordar lo que le pasó a Sigmund Freud, quien ya en un reportaje realizado en 1926, en Semmering, “se manifestó orgulloso de su raza” según comentó su entrevistador, sosteniendo que “mi lengua es el alemán… mi cultura y mi formación son alemanas, y me consideraba a mí mismo -intelectualmente- un alemán, hasta que me di cuenta del incremento del prejuicio antisemita en Alemania y en la Austria alemana.
Desde ese momento, ya no me considero más alemán. Prefiero considerarme judío”.
Cuando el nazismo llegó al poder en Alemania, Freud estaba muy enfermo, ingenuamente, y a pesar de lo que sabía, pensaba que los vieneses no la anexión a la Alemania nazi. En 1933 quemaron sus libros en Berlín, pero no podía creer que esto fuera algo más que un momento transitorio.
Hitler no tenía intenciones de esperar el consentimiento vienés para anexar Austria, por lo que invadió suelo austríaco en 1938. Ernest Jones y Marie Bonaparte, discípulos y amigos de Freud le rogaron con mucha insistencia que se fuera lo más velozmente posible de Viena, asilándose en Francia o Inglaterra, pero él no deseaba irse. Cuando un pelotón de la Gestapo ocupó su casa por primera vez, sólo se llevaron dinero, pero una semana más tarde se llevaron a su hija Anna, a la que tuvieron presa por dos días. El encargado de negocios norteamericano movilizó todas sus influencias tratando de lograr la liberación de Anna, quien logró salvarse de la deportación pidiendo que la llamaran pronto a declarar.

El ‘Asunto Freud’

El «Asunto-Freud» se había convertido en una causa célebre. Todos los ahorros de la familia, las obras escritas y la biblioteca fueron confiscadas por el régimen nazi. Ernest Jones involucró a la Sociedad Real y al Ministro del Interior Británico, Sir Samuel Hoare, para obtener un permiso de residencia en Inglaterra para la familia Freud, el embajador norteamericano en París consiguió la aprobación del Presidente Roosevelt, para interceder ante el embajador alemán en París por la liberación de Freud. Benito Mussolini, a quien Freud había obsequiado una de sus obras por petición de un paciente italiano, se dirigió directamente a Hitler para interceder por Freud y su familia.
La princesa Marie Bonaparte pagó la suma de rescate que los alemanes exigían como fianza. Después de tres meses de gestiones, se presentó ante Freud un oficial de la Gestapo con los salvoconductos correspondientes. Pero antes, puso esta condición: “debe usted firmar aquí que ha sido tratado con respeto y consideración”; a lo que Freud exigió agregar la siguiente nota adicional al documento: “Cordialmente, puedo recomendar la Gestapo a cualquiera”.
Marie Bonaparte y el embajador Bullit acudieron a recibirlos en la estación de París. «Aquí tiene usted la Atenea que adornaba su despacho, nuestros amigos de Viena han logrado rescatar los manuscritos y también algunos libros. Se los haremos llegar a Londres».
Lo que no logró llevar consigo fue quemado y destruido. El 23 de septiembre de 1939 falleció en Londres Sigmund Freud Nathanson, a los 83 años de edad, víctima del cáncer de maxilar que tan a maltraer lo había tenido en los últimos años de su vida.
Sus cuatro hermanas, Rosa, Dolfi, Paula, y Marie murieron en Auschwitz y Theresienstadt a pesar de todos los esfuerzos que hizo Marie Bonaparte para salvarlas. Hace algún tiempo, los diarios contaban que su nieto Lucien (Freud), uno de los pintores ingleses más conocidos, se había rehusado a permitir una exhibición de sus obras en Viena, con otros pintores ingleses. Todavía guardaba los recuerdos de lo acontecido a su familia y a él mismo como para permitirse el olvido.

Este aniversario es una fecha necesaria para volver a recordar todos estos hechos, aun cuando se puede apreciar y valorar la intención reparatoria de exposiciones como la que podemos ver en el Museo del Holocausto, es importante no olvidar y en todo caso reflexionar sobre cómo, muchos países, pudieron beneficiarse con bienes o la presencia de personalidades destacadas y desentenderse con total indiferencia del destino de la gente común, donde millones de personas fueron eliminadas y no hubo ningún intento por lograr su salvación o su rescate.
Es necesario dar a conocer por estos días, cómo se abandonó a la muerte a muchísima gente, que pudo haber sido recuperada de las garras de la Gestapo y cómo esos intentos se vieron frustrados por las autoridades aliadas.
La verdad es cruel pero necesaria, y es necesaria hacerla conocer dejando atrás los mitos encubridores.