Seis generales aceptaron romper el silencio en torno a esta tragedia y contar sus experiencias. Son parte de la llamada segunda generación de víctimas del Holocausto. Todos confiesan que, en sus hogares, los respectivos padres se abstuvieron de hablar sobre sus experiencias en la Segunda Guerra Mundial, para evitarles el trauma y la vergüenza. Aun así, su infancia transcurrió bajo la sombra de un Holocausto que «siempre estaba presente».
El general Yair Navé, jefe de la zona centro, relata: «La shoá estaba viva en mi casa, aunque mis padres no dijeran ni una palabra. Cuando se oía el estruendo de una puerta, todos saltaban… En el altillo nunca faltaban unos kilos de harina y de azúcar, ya que no se podía saber qué pasaría mañana». Navé añade que el día que recibió el rango de general, su madre le ofreció la conocida foto del niño judío con los brazos en alto ante un soldado alemán en el gueto de Varsovia. Esa foto siempre le acompaña.
La madre del general Aharon Zeevi, jefe de la inteligencia militar, perdió a toda su familia durante la solución final nazi. Siempre se preguntaba por qué justamente ella había sobrevivido, recuerda Zeevi. «El día que fui nombrado general del Estado Judío me dijo: – Ahora entiendo por qué sobreviví y cuál era mi función en la vida», precisa el militar.
El jefe de la zona norte, Beni Ganz, creció en una comunidad agrícola de supervivientes del Holocausto.
«Me recuerdo a mí mismo como soldado, entrando en 1982 en una casa de Sidón, en El Líbano, para llevar a cabo un arresto. Cuando vi dos bebés durmiendo en una cuna, sentí un pellizco en el corazón».
El jefe del departamento operativo del Estado Mayor, el general Israel Ziv, dice que la herencia de sus padres le ha impuesto principios morales mucho más estrictos en su actuación como militar. «Cuando mis hombres entran en casas de palestinos, para buscar terroristas, les recuerdo que bajo ningún concepto hay que faltarles el respeto». Aun así, generales como Navé reconocen que no les es fácil ver imágenes de sus propios soldados apuntando a civiles en los puestos de control.
«Ayer estuve al lado de Nablus -relata Navé- y cuando vi mujeres haciendo cola ante nuestros soldados armados, sentí que me estremecía. Yo sé que es diferente, que no estamos allí porque lo elegimos y que lo hacemos para protegernos, pero siempre tengo en mi mente la foto del niño en el gueto». Y añade: «Hace un mes vi unos niños palestinos volviendo del colegio a pie, escoltados por un jeep militar, para que colonos radicales no les apedrearan. No pude soportar esta imagen y di órdenes de que los lleven a casa en el vehículo militar».
El general Ziv sostiene que en la lucha contra los palestinos hay muchas situaciones difíciles desde el punto de vista humano. Por ejemplo, cuando se destruyen casas o se arrestan terroristas, escondidos entre la población civil. «No podemos nunca olvidar nuestros valores, pero debemos recordar que a veces si no hacemos explotar un túnel para el contrabando de armas en Rafah, en la frontera con Egipto, habrá una explosión en Tel Aviv».
Los hijos de las víctimas opinan, contrariamente a los sabras (nacidos en Israel), que la existencia del Estado judío no es algo evidente. «Nosotros, más que nadie, sentimos que la responsabilidad sobre el futuro de Israel está sobre nuestros hombros». El año pasado todos ellos participaron junto a 200 oficiales del Tzahal en una ceremonia en Auschwitz, en la que cazas israelíes sobrevolaron este bastión de la barbarie nazi. Coinciden en que ese momento fue su mejor venganza personal contra el Tercer Reich.
Ante críticas internacionales e israelíes, por la represión militar de la población palestina durante la intifada, Ziv opina: «El terrorismo es similar a la Alemania nazi, ya que al igual que ella, no tiene límites morales».
Varios altos oficiales reconocen que la elección de la carrera militar fue consecuencia de los fantasmas de la shoá que rondaban por sus casas, ya que el uniforme y el fusil les permitió sentir que podían defenderse y defender a los suyos.