Los ocho días de Pascua

Fragmento de La Noche. El Alba. El día.

“Hacia un tiempo maravilloso. Mi madre andaba atareada en la cocina, Ya no había sinagogas abiertas. La gente se reunía en casas particulares: no había que provocar a los alemanes. Prácticamente cada vivienda de rabino se convirtió en un lugar de oración. Se bebía, se comía, se cantaba. La Biblia nos ordenaba regocijarnos durante los ocho días de fiesta, ser dichosos. Pero el corazón no lo estaba. El corazón latía más fuerte desde algunos días. Deseábamos que las festividades terminaran para no vernos obligados a representar esa comedia...”

Por Elie Wiesel, Premio Nobel 1986.

Al séptimo día de Pascua, se alzó el telón: los alemanes detuvieron a los jefes de la comunidad judía.
A partir de ese momento, todo se desarrolló con mucha rapidez. La carrera hacia la muerte había comenzado.
Primera medida: los judíos no tendrán derecho a abandonar su domicilio durante tres días, bajo pena de muerte.
Moshe Shames llegó corriendo a nuestra casa y gritó a mi padre:

– Yo les advertí…
Y, sin esperar respuesta, desapareció.

El mismo día, la policía húngara hizo irrupción en todas las casas judías de la ciudad; un judío no tenía derecho a poseer oro, joyas, objetos de valor; todo debía ser entregado a las autoridades bajo pena de muerte. Mi padre bajo al sótano y enterró nuestras economías.
En casa, mi madre continuaba dedicada a sus ocupaciones. A veces se detenía y nos miraba en silencio.
Transcurridos los tres días, un nuevo decreto? Cada judío debía llevar una estrella amarilla.
Los notables de la comunidad vinieron a ver a mi padre- que tenía relaciones con las altas esferas de la policía húngara- para preguntarle qué pensaba de la situación. MI padre no la veía demasiada negra, o tal vez no quería desalentar a los otros y echar sal en sus heridas:

– ¿La estrella amarilla? De eso no se muere… (¡Pobre padre! ¿De qué has muerto entonces?).

Pero ya se proclamaban nuevos edictos.
Ya no teníamos derecho a entrar en los restaurantes, en los cafés, a viajar en tren, a ir a la sinagoga, a salir a la calle después de las dieciocho horas.

Después fue el gueto.