Un recorrido por la historia

El viejo antisemitismo de siempre

El viejo antisemitismo de siempre ha vuelto por sus fueros. Le han puesto otras denominaciones tales como judeofobia, pero la fobia es una enfermedad, el que odia a los judíos es un enfermo y, por lo tanto, antes de ser curado, si ello fuera posible, por lo menos debe ser compadecido. Se habla de neoantisemitismo, particularmente en Europa, porque responde al término neonazismo, pero es bueno recordar que el antisemitismo precedió al nazismo y que contribuyó a constituirlo y nutrirlo.

Por Alicia Benmergui

Meses pasados, en La Plata, una exposición generó escándalo por la presencia del libro de Hugo Wast, El Cahal, profundamente antisemita. Hugo Wast fue el seudónimo de Martínez Zubiría, cuyo nombre lleva en su homenaje una de las salas de la Biblioteca Nacional. Por eso, ese libro, pudo ser exhibido sin que se haya tenido casi repercusión, su autor es considerado uno de los próceres argentinos. Todo un símbolo de lo que es la Argentina en este tema.
Sin embargo no puede evitarse el interrogante sobre cómo es posible que haya retornado con tanta virulencia un antisemitismo que, después de lo sucedido en la Shoá, se esperaba no volviera a resurgir. En la Argentina, como vimos, siempre estuvo presente, numerosos hechos lo demuestran y la prueba más contundente, son los atentados contra la Embajada de lsrael y la AMIA. No cabe duda de que las expresiones de antisemitismo, la vigencia y resurgimiento del odio hacia una minoría perseguida son el síntoma de los problemas por los que atraviesan las sociedades y que intentan evadirlos, depositándolos en el chivo emisario tradicional.

Origen religioso

El antisemitismo es un fenómeno de gran complejidad, no puede ser atribuido a una sola razón, pero su origen se halla en el surgimiento del cristianismo, sin excluir ninguna de sus expresiones. El catolicismo, las iglesias ortodoxas de distinta denominación y el protestantismo creado por Lutero han expresado una fuerte teología antijudía.
Ciertamente el Papa Juan Pablo II ha mostrado la intención de combatirlo, sus pedidos de perdón y su viaje a Israel han demostrado hallarse en el camino, por lo menos, de un intento de reparación a tanta muerte y sufrimiento causado a “nuestros hermanos mayores” como la jerarquía eclesiástica acostumbra decir.
Pero la Iglesia, como institución, ha exhibido una gran capacidad para la ambigüedad y las actitudes contradictorias. Casi al mismo tiempo que se expresaba un conmovido pedido de perdón al pueblo judío, por otra la beatificación de uno de los papas más reaccionarios de la historia de la Iglesia, Pío IX, un consecuente enemigo y perseguidor de judíos, demostraba una insensibilidad lindante con el agravio, incompatible con la demanda de perdón.
Asomarse a algunos de los sitios de Internet del Vaticano también puede ser una fuente de sorpresas. En algunos de ellos son citados algunos de los más cruentos textos antisemitas expresados en los Santos Evangelios. Y como éstos hechos pueden nombrarse, sin exagerar cientos de ellos.
Tal vez, en el curso de los siglos venideros triunfe la intención de la jerarquía católica para terminar con el antisemitismo doctrinal que tanto ha pesado sobre nuestra historia. Ciertamente no seremos testigos de este hecho, no puede repararse rápidamente un odio que ha sido construido a lo largo de dos milenios.

Los Protocolos de los Sabios de Sión

Otra fuente de odio han sido “Los Protocolos de los Sabios de Sión”.
A fines del Siglo XIX, el Zar de Rusia, encargó a sus Servicios Secretos la confección de uno de los libelos que mayor circulación ha tenido desde su aparición. En él se narra la conspiración tramada por los sabios judíos para apoderarse del Mundo. Y aunque semejante patraña parece extremadamente ridícula, ha sido y es sumamente efectiva para los fines que se propone: la denigración y puesta en sospecha de la comunidad judía. Así la historia nos cuenta que después de la exitosa difusión que tuvo lugar en la Rusia zarista, una edición de lujo, traducida al alemán, fue editada por la antigua familia imperial alemana, culpando a los judíos por la caída del Kaiser Guillermo, durante la Primera Guerra Mundial. Le sucedieron numerosas ediciones, que fueron muy exitosamente tomadas por Goebbels y el aparato de propaganda nazi, a quienes le sirvió de provechoso manual, explicando y culpando por la derrota alemana de la Primera Guerra Mundial a los judíos. Los afiches nazis antisemitas y sus textos fueron tomados de ese libro.
En Estados Unidos, entre 1922 y 1933, el texto se convirtió casi en un “best seller”, alcanzando la cifra record de treinta y tres ediciones. Lo utilizó John Ford en “El Judío Internacional” para decir que los problemas que estaba padeciendo el Mundo, en ese momento, eran responsabilidad de la conspiración judía.
Y henos aquí en el presente, donde cientos de miles de copias del libro circulan por el mundo, a los que se añadieron los que desde los años cincuenta han tenido una enorme difusión en el mundo árabe e islámico junto al “Mein Kampf” de Hitler. En el Egipto de Nasser, el ministerio de Cultura, integrado por un buen número de ex funcionarios nazis, se encargó, como en la actualidad, de editar esta obra, en tanto que el rey Feisal de Arabia, les regalaba una edición de lujo a todos su visitantes.
En la actualidad los libros escolares de países árabes e islámicos difunden los textos de los protocolos, en tanto que existe un sitio en Internet llamado “Palestinanelcuore” a cargo de la representación Palestina en Italia, donde en el programa “Poder Judío” se reproduce la totalidad del libelo.
En el Congreso contra el Racismo, organizado por las Naciones Unidas, en Durban, Sudáfrica, en el otoño de 2001, una organización musulmana vendía los protocolos, confirmando el aserto de Goebbels de que una mentira repetida miles de veces se convierte en una verdad que nadie se molestará, luego, en verificar.

El “negacionismo”

A este marco de situación se añade una cuestión extremadamente grave, al “negacionismo”, expresión con la que se define la negación acerca de lo sucedido durante la Shoá. Numerosas voces, demasiadas, se han sumado atreviéndose a cuestionar el sufrimiento de las víctimas del nazismo. En un libro reeditado este año en Italia, su escritor Sergio Romano, sostiene, que hay demasiados “Museos del Holocausto”, demasiados “días de la memoria”, y que esto está relacionado “con un tema evidentemente patrimonial” y que existe en la comunidad judía una especie de Santa Inquisición que se ocupa “de verificar la tasa de antisemitismo de la sociedad cristiana”. En un artículo periodístico su autor expresa que todos estos hechos contribuyen a mantener, involuntariamente, vivo el antisemitismo.
En el marco de la libertad de prensa cualquiera puede decir lo que piensa, lo sorprendente es el nivel de cinismo e impudicia de lo que se está expresando. Entre la burla y la sutil amenaza se insinúa que las víctimas de la Shoá están haciendo un negocio con su memoria y sus reclamos. Lo que el autor no menciona es la prosperidad y la fortuna logradas por muchos europeos gracias al despojo de las víctimas.

La culpa europea

Relacionar estas actitudes con las acusaciones que intelectuales notorios como Saramago, y otros, han hecho a los israelíes (de comportarse como nazis con los palestinos) es comenzar a clausurar la responsabilidad y la culpa europeas por los hechos de la Shoá.
Lo que subyace en éstas acusaciones es el pensamiento de que los judíos pueden ser tan crueles como lo han sido sus verdugos, ya no hay nada de qué avergonzarse ni arrepentirse, tal vez los judíos se han merecido lo que les pasó. Se han convencido de que es verdad todo lo que se ha dicho de ellos. Una cuestión política y territorial ha sido deliberadamente transformada en un problema racial por una astuta propaganda.
En una coyuntura internacional económica sumamente dura y difícil, los países más prósperos están cerrando sus fronteras a la afluencia de pobres del Mundo que huyen de la miseria. Millones de musulmanes se han constituido en un asunto de difícil tratamiento para los países europeos, reacios a admitir sus responsabilidades en los graves problemas que afligen al Mundo, lo mismo que en Estados Unidos, donde se añaden los hechos del 11 de septiembre cuyas gravísimas consecuencias seguirán repercutiendo en el futuro de un modo impredecible.
Una creciente ola de nacionalismos, elitismos, racismos, chauvinismo y xenofobias están actuando con mucha fuerza sobre los países más prósperos. Y pretender que en ellos no se incluya el antisemitismo es de una ingenuidad suprema.
Es más fácil, en especial para los europeos, culpar a los judíos israelíes y de la diáspora, de todos los males que tienen lugar en este Mundo; declararse simpatizantes de esos musulmanes más lejanos que son los palestinos, que simpatizar con los que viven dentro de sus propias fronteras. Desconociendo su responsabilidad por las consecuencias que tuvieron el imperialismo y el colonialismo, admitir cuán racistas son en su propio territorio con los extranjeros a quienes, por una parte, necesitan y utilizan y, por otra, temen y odian y de los cuales no saben cómo deshacerse.

Los peores anuncios

Es claro que existe una peligrosa paradoja en el antisemitismo o antijudaísmo propagados desde de los propios palestinos y de muchos países islámicos: ello es desconocer cuán peligrosamente el efecto boomerang se vuelve también contra ellos. Esta práctica es peligrosa porque puede tener consecuencias impredecibles en un momento histórico donde las minorías y los diferentes, están en una frágil situación, frente a las sospechas y el miedo que el racismo se encarga de alimentar. Los rebrotes antisemitas siempre anuncian lo peor porque, como bien lo enseña la historia, sólo comienzan con los judíos, pero nunca se detienen ahí, y acecha a toda la humanidad.