Ya conformado, el nuevo gobierno (con Moshé Dayán como ministro de Defensa, Menajem Beguin y Iosef Sapir como ministros sin cartera) ordena el “ataque preventivo” de la fuerza aérea israelí contra aeropuertos de Egipto, Jordania, Siria e Irak, al tiempo que las tropas terrestres inician la operación de conquista de la península del Sinaí. El ejército también abre otro frente de ataque en la frontera oriental, y en pocas horas conquista la margen occidental del río Jordán (Cisjordania), Jerusalem oriental incluida. Poco después sobreviene el golpe contra el enemigo del norte, con su correspondiente “trofeo territorial” arrebatado a los sirios: las Alturas del Golán.
Las expresiones del éxtasis
El 13 de junio la administración militar erigida en los territorios recientemente conquistados anuncia que se les permitirá a los habitantes de Cisjordania pasar al territorio del reino jordano. Las nuevas autoridades destacan que ellas se ocupan de organizar un “servicio de transporte especial para el traspaso de ciudadanos que así lo deseen”.
Miles de refugiados palestinos pasan a Jordania. Cuatro días después de la conquista de la Ciudad Vieja de Jerusalem, tiene lugar un concierto festivo en honor al victorioso ejército de Israel en el Monte Scopus, con la participación de Daniel Baremboim.
El rabino oficial del ejército, Shlomo Goren, oficia una ceremonia religiosa (que incluye el toque del shofar) en la cima del Monte Sinaí. Durante la fiesta de Shavuot cientos de miles de israelíes marchan hacia el Muro de los Lamentos. Tanto la federación de kibutzim Hakibutz Hameujad como el partido derechista Jerut llaman a colonizar los nuevos territorios “administrados por el ejército”. El escritor Nathan Alterman afirma que “la victoria en la guerra borró de hecho la diferencia entre Medinath (el Estado de) Israel y Eretz (la Tierra de) Israel”.
El 7 de agosto Moshé Dayan declara que Israel no volverá a los límites de 1948. Menajem Beguin, por su parte, asegura que “en una guerra defensiva los cambios territoriales no son solamente una necesidad, sino un derecho, justicia, ley y jurisprudencia”.
El ministro Israel Galili: “El rechazo de los gobernantes árabes aleja a la paz y obliga a Israel a hechos de consolidación y normalización en todos los territorios controlados por el ejército”.
En el primer manifiesto del “Movimiento Por Una Israel Integra”, firmado por personalidades como Nathan Alterman, Moshé Shamir, Yizhar Harel, Uri Tzvi Grinberg y Abraham Yaffe, la integridad territorial es concebida como una prueba de lealtad “tanto hacia el pasado como hacia el futuro del pueblo judío”, por lo que “ningún gobierno tiene el derecho de renunciar a esa integridad”.
Las voces profanas del séptimo día
A contracorriente de la ola de éxtasis y triunfalismo, hay algunas voces de alerta y precupación. El 22 de agosto de 1967 el escritor Amos Oz escribe en el diario Davar: “La ocupación ilustrada, humana y liberal no deja de ser ocupación. Mi temor es por la semilla que ha sido sembrada en el corazón de los conquistados”.
Najum Goldman alerta acerca de “una corriente chauvinista preocupante” que se ha fortalecido luego de la guerra.
S. Yizhar, también escritor, ataca a los “poetas de la anexión” que se evaden de las consecuencias morales de la conquista territorial y “todavía no revelan qué piensan hacer con las personas asentadas en esos territorios”. Surge el “Movimiento Por Una Federación Israel-Palestina”. Sus miembros, entre los que se encuentran Amos Keinan, Uri Avneri, Shlomo Cohen y Nathan Yelin-Mor, reclaman la ruptura del vínculo entre la Margen Occidental y Jordania y el establecimiento de una federación israelí-palestina. En un simposio sobre la anexión de los territorios conquistados, el intelectual religioso Yeshaihau Leibovitch dice: “El Estado que surja con un millón y medio de árabes en su interior será un estado integrado completamente por miembros de la policía secreta. El servicio de seguridad controlará al Estado, con todo lo que esto significa con respecto a la educación y la libertad de expresión. Yo detesto un estado de este tipo”.
En junio de 1968, un año después del triunfo de los seis días, sube a escena la obra de teatro “Tu, yo y la próxima guerra”, escrita por Janoj Levin. En el programa figura la frase siguiente: “Fuimos a ver películas de guerra, compramos álbumes de la victoria, pusimos papelitos en el Muro de los Lamentos, proclamamos vivas a los generales y a la muerte la olvidamos o la ornamentamos. Pero la guerra más justa y más moral no debe hacer olvidar u ornamentar la muerte individual del soldado”.
La banalidad rutinaria
22 de julio del 2002. En el marco de la “política de ejecuciones” contra responsables de actos terroristas practicada por las fuerzas de seguridad israelíes en los territorios palestinos ocupados muere Salaj Shejadeh, dirigente del movimiento Hamas.
Su muerte es causada por una bomba de una tonelada arrojada por un avión israelí sobre su lugar de residencia, en la ciudad de Gaza. La misma bomba provoca la muerte de otras 14 personas, hiere a 150 y destruye varias casas.
Días después de la “ejecución” de Shejadeh, el comandante de la Fuerza Aérea israelí, general Dan Jalutz, reúne a sus subordinados aviadores y les dice: “Muchachos, duerman bien a la noche. Yo también, a propósito, duermo bien por las noches”. Respondiendo a una periodista que le pregunta qué siente un piloto que arroja una bomba de una tonelada sobre un barrio poblado (Gaza es una de las zonas más densamente pobladas en el mundo), Jalutz explica: “Siento un leve golpe en el avión, como resultado del lanzamiento de la bomba. Luego de un segundo pasa, y eso es todo. Eso es lo que yo siento”.•