Opinión:

El Papa y sus hermanos mayores

"Sois nuestros hermanos, y en cierto modo podría decir que sois nuestros hermanos mayores". Estas palabras de Juan Pablo II durante su histórica visita a la Gran Sinagoga, en 1986, la primera de un Papa en la historia, constituyeron no sólo expresión de sus sentimientos frente al pueblo judío, sino, sobre todo, testimonio del profundo cambio que experimentara la Iglesia en sus relaciones con el judaísmo y con el Estado de Israel. El presente artículo está escrito por Shmuel Hadas, el primer Embajador de Israel en España y ante el Vaticano luego de la recomposición de las relaciones entre ambos estados. Hadas es israelí nacido en la Argentina, más precisamente en la provincia del Chaco.

Por Shmuel Hadas

«Sois nuestros hermanos, y en cierto modo podría decir que sois nuestros hermanos mayores». Estas palabras de Juan Pablo II durante su histórica visita a la Gran Sinagoga, en 1986, la primera de un Papa en la historia, constituyeron no sólo expresión de sus sentimientos frente al pueblo judío, sino, sobre todo, testimonio del profundo cambio que experimentara la Iglesia en sus relaciones con el judaísmo y con el Estado de Israel.
El presente artículo está escrito por Shmuel Hadas, el primer Embajador de Israel en España y ante el Vaticano luego de la recomposición de las relaciones entre ambos estados.
Hadas es israelí nacido en la Argentina, más precisamente en la provincia del Chaco.

La declaración ‘Nostra aetate’ del segundo concilio Vaticano de 1965 puso fin a seculares enseñanzas anti judías de la Iglesia e inicia un periodo de toma de conciencia en el que busca superar un trágico pasado de persecuciones, recelos y prejuicios mutuamente alimentados a raíz de la conducta de la Iglesia hacia los judíos. La adopción de una nueva doctrina por parte de la Iglesia abrió la vía para un diálogo que adquiere especial ímpetu desde el inicio del pontificado de Juan Pablo II. Este ha construido gradualmente un nuevo edificio teológico, ladrillo sobre ladrillo, que modifica sustancialmente la actitud de la Iglesia hacia el pueblo judío y el Estado de Israel.
Para Eugene Fisher, secretario general de la Comisión para las Relaciones con los Judíos de la Iglesia católica en Estados Unidos, ha sido la peregrinación de reconciliación de Juan Pablo II con el pueblo judío.
La visita a la Gran Sinagoga de Roma no fue sino uno de los importantes gestos del fallecido Papa en ese peregrinaje (y sus gestos han sido muchas veces tanto y más significativos que muchas de sus declaraciones y documentos). Ya en 1979, apenas iniciado su pontificado, visitó el campo de exterminio de Auschwitz, rindiendo un sentido homenaje a las víctimas de la Shoá, el Holocausto judío.
En el 2000, durante su visita a Israel, depositó en uno de los intersticios del Muro de los Lamentos, uno de nuestros más sagrados lugares y siguiendo la antigua tradición judía de dejar allí mensajes a Dios, un papel que decía: «Dios de nuestros padres. Tú has escogido a Abraham y su descendencia para que tu Nombre fuese llevado a las gentes. Estamos profundamente apenados por el comportamiento de cuantos en el curso de la historia han hecho sufrir a estos tus hijos y, pidiéndote perdón, queremos comprometernos en una auténtica fraternidad con el pueblo de la Alianza».
En cuanto a las relaciones con el Estado judío, «en los anales de la histórica diplomática moderna difícilmente dos estados no beligerantes hayan tenido relaciones más tortuosas y laberínticas en su complejidad que Israel y el Vaticano», escribe el religioso jesuita Michael Perko.
La actitud de la Santa Sede frente al Estado de Israel ha sido un tema presente desde un primer momento en la agenda del diálogo judeocatólico. El hecho de que desde el advenimiento del Estado de Israel en 1948 hasta fines de 1993 la Santa Sede se negara a reconocer y a establecer con el Estado judío relaciones diplomáticas fue siempre un obstáculo al mejoramiento de las relaciones entre católicos y judíos. «La Santa Sede y el Estado de Israel, atendiendo al carácter único y a la significación universal de la Tierra Santa, conscientes de la naturaleza única de las relaciones entre la Iglesia católica y el pueblo judío, del proceso histórico de reconciliación y de comprensión, y de la amistad mutua creciente entre los católicos y los judíos…», dice el Acuerdo Fundamental entre Israel y la Santa Sede, firmado en Jerusalem en diciembre de 1993.
La actitud de la Santa Sede hacia Israel fue, desde un principio, negativa e incluso hostil. Consideraciones de orden teológicas pesaron no poco. Para los teólogos católicos, durante generaciones, la pérdida de la soberanía y la expulsión de los judíos de Tierra Santa fueron consecuencia de su negación a aceptar a Jesús como el Mesías. El exilio fue el castigo y esto hacía difícil la legitimidad de un Estado judío. A principios del siglo pasado, cuando el fundador del sionismo político Theodor Herzl pidió al Papa Pío X su apoyo a la creación de un Estado judío, éste respondió tajantemente que «los judíos no reconocieron a nuestro Señor, por lo tanto no podemos reconocerles derecho alguno a la Tierra Santa». Estas consideraciones fueron gradualmente olvidadas. Pero la diplomacia vaticana estuvo condicionada en la misma medida por consideraciones políticas. Reforzar su presencia e inf luencia en Tierra Santa ha sido -y sigue siendo- una de sus metas más relevantes. El advenimiento de Israel fue visto por la Santa Sede como un obstáculo para el cumplimiento de este objetivo, por ello sus relaciones fueron al inicio complejas y conflictivas. Además, en sus esfuerzos por no crear antagonismo en el mundo árabe perseveró en una postura política generalmente favorable a éste.
Juan Pablo II será recordado por Israel y los judíos principalmente por la modificación sustancial de las enseñanzas de la Iglesia católica respecto al pueblo judío y el Estado de Israel y por su intento de mejorar las relaciones y el diálogo con éstos.
Cuando, pocos meses antes del establecimiento de relaciones diplomáticas con Israel, declaró que «Debe comprenderse que los judíos, que por dos mil años estuvieron dispersos entre las naciones del mundo, hayan decidido retornar a la tierra de sus ancestros. Este es su derecho» anunciaba al mundo católico que la Iglesia iniciaba una nueva era en las relaciones con Israel.