La gestión de Kirchner:

Un desafío para la ciudadanía

Argentina vive la crisis más grave de su historia, caracterizarla ya entraña una posición y surge el interrogante de qué hacer, cómo manifestarse frente a la misma, apelando a la inexcusable responsabilidad de tomar una posición activa. La crisis es sistémica, porque las causas y los efectos de los problemas se entremezclan temporal y espacialmente; es deliberada, porque las estrategias seguidas privilegiaron, en cada contexto concreto, los objetivos de una corporación (y no hablo de acción corporativa) conformada con políticos, intelectuales, burócratas sindicales, militares y, antiguamente, la Iglesia; y es, esencialmente, cultural y ética, porque los empresarios, políticos y economistas con poder en el funcionamiento del mercado se auto excluyeron como ciudadanos porque sus intereses dejaron de identificarse con los de la Nación. Junto al capital extranjero orientaron el desenvolvimiento sistémico, en dictadura y en democracia. Y lo hicieron, siempre, amparados por un Estado que facilitó la entrega del patrimonio público. Jacob Goransky es ingeniero -oriundo de San Juan-, tiene varios libros publicados sobre historia económica, residió en Israel de 1950 a 1951, y actualmente se desempeña como integrante del Instituto de Estudio y Formación de la CTA. A partir de esta edición se integra al grupo de colaboradores de Nueva Sión.

Por Jacob Goransky

Es necesario encarar el presente recordando el pasado, es la única forma válida para indagar con rigurosidad la actual gestión del Presidente Kirchner considerando la Argentina que encontró.
Ejemplo de lo dicho es atribuir el comienzo de la crisis a la dictadura del ´76 y reducirlo a los condicionantes que se manifiestan crudamente a partir de entonces: endeudamiento, valorización financiera, confrontación en los sectores de Poder, ajuste perpetuo. Todos ellos pertinentes y necesarios de destacar.
Sin embargo, no responden al interrogante de por qué nuestra clase dirigente concluyó en la necesidad de un golpe asesino, que se distingue por su ferocidad de los anteriores y también de lo acontecido en otros países.
No sólo hay que considerar la lógica del capital, hay que comprender la lógica o cultura de los capitalistas.
Una actitud, esencialmente rentística que, entre los industriales, se remonta a más de 50 años atrás, mucho antes del ´76, dos décadas antes que la especulación financiera sea privilegiada en la inversión de los capitales disponibles. Durante 30 años argumenté que en la medida que mantuviera su estrategia, el país sería conducido inexorablemente a la situación que hoy vivimos. Al retornar la democracia en 1983, y luego de promesas de cambios sustanciales, desde el Gobierno se reiteraron en un continuismo aberrante con el único logro de haber juzgado a las Juntas militares, aunque luego el mismo fuera empalidecido por las leyes de “Obediencia Debida” y “Punto Final”.

La quiebra de la resistencia

Hubo una línea conductora, ideológica y mediática, que convenció a nuestro pueblo de la imposibilidad que argentinos, imbuidos de patriotismo, sean capaces de generar tanto en las empresas como en la Administración Pública, una gestión eficiente y eficaz; y con ello desarmaron la resistencia a la privatización de sectores que fueron señeros en la construcción de nuestra identidad nacional, como las empresas de energía, la siderurgia, de comunicaciones, así como las obras y servicios sociales.
La apertura económica empujó a la quiebra de industrias y agroindustrias, se rompió el tejido industrial, se incrementó la desocupación y exclusión y se perdieron logros en la legislación y la seguridad social.

La herencia

Frente a semejante cuadro, la salida de la crisis puede significar un futuro venturoso o hundirnos en un período, posiblemente cruento, de convulsiones reiteradas. Es la Argentina que heredó el presente Gobierno, un Parlamento, un Poder Judicial y una burocracia estatal que fue -en el transcurso de los años- funcional al poder. ¿Cómo cambiar?, ¿cómo construir otro país? Y, en ese entorno de despojos, renace una esperanza.
Por primera vez en 50 años el país tiene una posibilidad cierta de superar la Argentina de la “decadencia” y emprender un camino de salvación nacional. Sin embargo esa posibilidad puede frustrarse por arriba y desde abajo. ¿Es posible pensar que al país se lo puede cambiar desde arriba y sin el apoyo activo del pueblo?; son los rasgos de la crisis las que impondrán el rumbo y de las respuestas que le de el Gobierno podremos apreciar sus principios y objetivos; lo hecho en lo Institucional es lo que permite confiar en su visión de futuro.
No es un camino de reconstrucción, tampoco de refundación, se trata de sentar los cimientos de un nuevo país, de plasmar una nueva sociedad. La corrupción cultural y ética de los dueños del poder barrió la democracia y a las instituciones republicanas. Barrió a la economía y a la política y, como un agujero negro, subsumió a la sociedad. Una situación más grave que la de una posguerra; una bomba neutrónica destruyó la ética individual y el tejido social.
Desde la derecha se quiere desestabilizar con problemas como la seguridad ampliado a todas las áreas del gobierno, o con la incertidumbre generada por cada irrupción de corrupción que se la enarbola como hecho reciente sin historia; desde la izquierda haciendo prognosis en la que el Gobierno termina cediendo a las exigencias de empresas, del FMI y del G7 y, a partir de la misma, fijar posiciones políticas que en definitiva hacen el juego a la derecha.

La apariencia de la moral

En Argentina la corrupción es lo que lo determina su desenvolvimiento en todos sus ámbitos, en particular en las Instituciones, ello desnaturaliza la democracia, hace que lo moral sea apariencia.
Nada es posible encarar sin confrontar con el Poder económico que vistiendo diferentes ropajes intenta desestabilizar la gestión del Gobierno. Infundir miedo es el arma más eficaz del poder. Nos estamos jugando la existencia de la Nación y no hay otra opción que plantarse y frenar a los enemigos de adentro y afuera del país, de no hacerlo, el intento se convierte en hecho consumado, otra arma eficaz del poder.
Como obligación ciudadana debemos presionar para efectivizar las tendencias que el Gobierno ha evidenciado. Hay que tener un protagonismo activo, no se trata de apoyar lo positivo y criticar lo negativo como se afirmaba antes, es mucho más que eso, se trata de apoyar la confrontación con el poder económico y político y con los intelectuales que aún creen que se puede resolver la crisis sin confrontar.
Con la globalización financiera y la mundialización económica, para los Conglomerados Transnacionales no existen las fronteras y confrontan con los Estados-Naciones. En tal escenario, defender la Nación es -en mi opinión- ser revolucionario y coincidimos con el Gobierno que lo proclama como un objetivo prioritario.
Ser consecuente con ese objetivo le posibilitará enfrentar a quienes quieren subordinar nuestro país a sus intereses y volver al pasado.
El Gobierno necesita consolidar su opción y, con medidas concretas, afrontar el desafío de volver a empezar; debe hacer lo que nuestros próceres comenzaron y que la contrarrevolución, en sus variadas formas y con rostros diversos, impidió a lo largo de nuestra historia. Superar la crisis implica consolidar una Nación digna, independiente y soberana.