Análisis:

Los palestinos ante la reapertura del proceso de paz

Tres hechos marcan el inicio de una nueva fase en la nada envidiable historia de los árabes afincados en la orilla occidental del Jordán, los hoy llamados palestinos: la muerte de su dirigente histórico por excelencia, Yasser Arafat, la convocatoria de elecciones para designar al nuevo Presidente de la Autoridad Palestina y la voluntad israelí de retirarse de Gaza y de una buena parte de Cisjordania.

Por Florentino Portero – GEES (Grupo de Estudios Estratégicos)

El pueblo palestino se encuentra, de nuevo, en una encrucijada de la que sólo saldrá asumiendo su propia historia, con sus errores y sus extraordinarios sacrificios.
Las autoridades árabes rechazaron las propuestas británicas para crear dos estados en la margen occidental, con unas fronteras mucho más ventajosas para sus intereses que las que hoy barajamos.
Durante la Segunda Guerra Mundial se echaron en manos del III Reich y avalaron el Holocausto, como la forma más sencilla, aunque no fuera un ejemplo de moralidad, de resolver su problema de convivencia.
Cuando la recién creada ONU estableció un proceso por el que se constituían dos estados, uno árabe y otro judío, de nuevo lo rechazaron. El establecimiento de Israel fue seguido por la primera de cuatro guerras dirigidas a poner fin a su existencia. No sólo se resolvieron con claras y contundentes derrotas, sino que Israel encontró la oportunidad de ampliar sus fronteras, Línea Verde de 1949, y de soñar con llegar al Jordán, ocupación de Gaza y Cisjordania en 1967.
Incapaces de poner fin a la existencia de Israel y viendo su tierra invadida por asentamientos judíos, cometieron el error de apostar por la alianza con la Unión Soviética y por el terrorismo como forma de combate. La violencia generó más violencia, la justa causa palestina se vio vinculada con una forma criminal de lucha, se alejó de la democracia y acabó arrasada por la corrupción. El proceso de paz, que tantas esperanzas despertó, se vio bruscamente interrumpido por Arafat, incapaz de asumir las inevitables y duras concesiones que un proceso de estas características exige de cada parte.
La Segunda Intifada, levantamiento organizado por Arafat, ha supuesto el más duro castigo infringido a Israel hasta la fecha, pero a un costo aún más elevado para la población palestina.

Desafíos

Los sondeos realizados recientemente nos proporcionan la imagen de una sociedad que mayoritariamente está dispuesta a aceptar la existencia de Israel. Un hecho nada desdeñable. Ante sí tiene un conjunto de retos difíciles de sortear, que van a caracterizar los próximos años.
Sólo habrá negociación si la violencia terrorista desaparece y eso no es tan fácil. Abú Mazen lo ha solicitado y la respuesta de los dos principales grupos ha sido negativa. O el futuro Presidente pacta con ellos su conversión en fuerzas políticas, o los destruye, porque no hay tercera opción. Los terroristas de Al Fatah -las Brigadas de al-Aqsa- le exigirán el logro de concesiones imposibles de aceptar por Israel. Los islamistas rechazan, hoy por hoy, la existencia del estado judío y se han negado a participar en las elecciones presidenciales. En este contexto, entre los sectores moderados surge la tentación de subordinar el objetivo democrático al del orden público. Lo importante sería hacerse con el control de la situación, para contener a los terroristas y estar en condiciones de poder negociar con Israel.
Con un 30% de voto islamista y el campo laico dividido entre Mazen y Bargutti, el máximo dirigente de las Brigadas de al-Aqsa, hay miedo a que las elecciones municipales y legislativas supongan la emergencia de un mapa político tan dividido que privaría a la Presidencia del apoyo suficiente para asumir las concesiones inevitables que el proceso de paz exigirá.
Este atajo sería un nuevo error de la estrategia palestina. Sin democracia, la corrupción volverá a campar por sus respetos, la Administración continuará siendo un ejemplo de incompetencia y se mantendrán las condiciones para el continuo crecimiento del islamismo de Hamas.
Hace pocas fechas Milton Friedman entonaba el mea culpa desde las páginas del Wall Street Journal por haber recomendado durante años a los países en vías de desarrollo privatizar sus empresas públicas.
Ahora reconoce que hubiera sido más sensato aconsejarles empezar por crear un estado de derecho. El Presidente Bush concluyó que la política seguida durante años por Estados Unidos -con su padre, su vicepresidente y su secretario de Defensa a la cabeza- de entendimiento con dictaduras para garantizar la defensa de sus intereses y la estabilidad regional sólo había logrado atentar contra sus intereses y poner en peligro la estabilidad regional.
Sólo en un ambiente de libertad la sociedad palestina se sentirá participe del proceso político, recuperará la perdida confianza en sí misma y dejará de lado las opciones radicales. La paz sólo llegará cuando los ciudadanos de ambos pueblos acepten realizar sacrificios mutuamente.

Por delante

Durante estas últimas décadas el ideario nacionalista árabe ha creado un conjunto de mitos que habrá que deshacer. El primero es el “derecho al retorno”. Voluntaria e involuntariamente unos 700.000 árabes abandonaron sus hogares en 1948, y se establecieron en campos de refugiados en Gaza, Cisjordania y en países limítrofes. La existencia de refugiados palestinos en territorio de la Autoridad Palestina sólo se explica por su negativa a renunciar al “derecho” de volver a sus antiguos domicilios en Israel.
Este argumento resulta inviable por dos razones. Convertiría a Israel en un estado árabe e ignora el destino de los casi 900.000 judíos que vivían en estados árabes en 1945 y que fueron forzados a emigrar por los respectivos gobiernos nacionales.
El futuro de Jerusalem Este, la ciudad antigua, y de los grandes asentamientos situados a su alrededor será un tema extraordinariamente delicado, que requerirá por parte palestina de firmeza, inteligencia e imaginación.
Es evidente que son la parte débil en la negociación, que han perdido cuatro guerras y dos intifadas, que tienen tras de sí una currícula plena de atrocidades terroristas y de corrupción. Pero, a pesar de sus dirigentes, es una causa justa que todos debemos estar interesados en resolver.