Al menos, para Sharón: “Europa no puede participar en el proceso de paz en Medio Oriente porque sus posiciones no son equilibradas respecto de Israel”. Lo más que le permite, una contribución humanitaria para intentar mejorar la vida diaria de los palestinos o una presión para que la ANP declare la guerra total contra el terrorismo.
El líder de la OLP, haciéndose eco de la voluntad popular, se apropió de nuevo ayer del legado de Yasser Arafat y llamó a la unidad de todos los palestinos para luchar contra “la abyecta ocupación, las restricciones a nuestras libertades, el muro del ‘apartheid’, la opresión, las matanzas…”.
Los dos, conscientes de que tienen su propio público. Sharón denunció el “creciente antisemitismo en Europa” y dijo que “hay demasiados llamamientos contra el derecho de nuestro pueblo a un estado. Debéis destacar, como yo hago siempre que les recibo en Jerusalén, ese derecho del pueblo judío a la Tierra de Israel cuando trabajáis en vuestros países de destino”.
Abbas, decidido a llevar su mensaje electoral allá donde sea necesario con tal de frenar una amenaza nada desdeñable: la falta de legitimidad de su más que segura victoria en las presidenciales del 9 de enero. Una elevada abstención, que respondiera al boicot que abanderan los fundamentalistas de Hamás, pondría a la nueva dirección palestina encabezada por Abu Mazen en un callejón de difícil salida.
Los dos pues, en su papel. Los dos, sin embargo, condenados a entenderse cuando pasen estas fechas electorales. Al menos, a reunirse, hablarse y demostrar a esa comunidad internacional demasiado confiada en “la nueva oportunidad que se ha abierto en la región tras la muerte de Arafat” que no se equivoca y que, una vez muerto el ‘rais’, no serán ellos quienes desaprovechen la oportunidad de no aprovechar esa nueva oportunidad.