Reflexiones:

“La memoria es un trabajo”

A propósito del homenaje a los desaparecidos que se realizará en la plaza seca de la sede de la AMIA, el rabino de la Comunidad Bet-El, Daniel Goldman, escribió el siguiente texto publicado en Página/12, y que Nueva Sión reproduce con expresa autorización del autor.

Por el Rabino Daniel Goldman

Ante el impacto que el paradigma del Holocausto produjo en la responsabilidad de la sociedad alemana, el filósofo Karl Jaspers recurrió a una categorización que distinguió cuatro grados de culpabilidad:

1 La culpa criminal, aplicada sobre los autores materiales de los hechos.

2 La culpa política, aplicada sobre aquellos ligados con el Estado.

3 La culpa moral, aplicada sobre las personas que estuvieron de acuerdo o se comportaron de manera indiferente frente a la historia faltando a sus deberes.

4 La culpa metafísica, por pertenecer a la humanidad que permitió que ocurriera lo acontecido y faltó con su solidaridad.

Ni la categorización ni el orden es al azar. Si una sociedad no plantea sus culpas ni resuelve el orden de sus responsabilidades, dificultosamente podrá comprometerse con sus problemas éticos cotidianos y sistemáticamente relativizará todos los conflictos futuros vinculados con la impunidad, la corrupción, la mentira y la muerte.
La dictadura militar dejó secuelas muy graves en nuestra sociedad. Además del dolor por los amigos que desaparecieron, también dejó la sensación de que todo puede desarrollarse en un presente perpetuo, y que “lo pasado pisado”. Que ya es un tema de la historia tan lejana como la época de los próceres y no un problema ético sobre el cual se exige una revisión. No comprender cuál es el compromiso que cada uno tiene con la saga que hemos vivido, y no que nos ha tocado vivir, es continuar horrorizando nuestro presente, aplicando a nuestra existencia densos traumas y pesadas herencias.
Asumir con valentía las responsabilidades y no trasladarlas a las generaciones futuras es percibir el papel que la verdad juega en nuestras vidas.
Cabe señalar que durante el gobierno militar ha habido una violencia antisemita comparable a los tiempos del nazismo.
El 13% de los desaparecidos eran judíos, mientras que la población judía es menor al 1%.
En el informe preparado por la Comisión de Solidaridad con los Familiares presentado ante el juez Baltasar Garzón, en cuya elaboración participé junto a Carlos Slepoy, Juan Pablo Jaroslavsky y Herman Schiller entre otros, se documentaron hechos que prueban que durante la dictadura militar se añade al genocidio producido en gran parte de la sociedad argentina, el genocidio específicamente judío.
Se podría también sostener que, salvo excepciones como la de mi maestro Marshall Meyer, el periodista Herman Schiller, el dramaturgo Gerardo Mazur y el enviado de la agencia judía Daniel Recannati, la comunidad judía organizada no estuvo a la altura de las circunstancias y en muchísimos casos cerró las puertas y actuó contrariamente a lo que las fuentes y la ética judía nos enseñan a través de las generaciones.
En este sentido se impone una revisión seria de los hechos, en el cual la memoria resulta ser una de las herramientas esenciales de la tarea.
La intimación recurrente a la memoria como agente de cambio, por más doloroso que resulte, es uno de los instrumentos en los que más insiste la tradición judía.
Dice Iosef Jaim Ierushalmi en su libro Zakhor que el verbo “recordar” en su expresión más simple aparece 172 veces en el texto bíblico. Eso es mucho, y presupone un mandato muy valiente en términos cualitativos.
“La memoria es un trabajo”, manifiesta Paul Ricoeur.
Mañana en la sede de la AMIA, como parte de la exigencia de ese trabajo de revisión, se inaugurará una bella placa que a modo de escultura realizó la artista Sara Brodsky, madre de Fernando, quien murió en manos de los asesinos de la ESMA. Junto a los 85 muertos en Pasteur, la memoria de nuestros desaparecidos nos seguirá inspirando para seguir clamando justicia y no evadirnos de los deberes que nos impone el futuro porvenir de nuestra historia no tan pretérita.