Argentina

Oteando el horizonte

Estudiantes de La Plata está viviendo una situación contradictoria: armó un equipo para escaparle al descenso y ahora puede llegar a ser Campeón. Su director técnico, Reinaldo Merlo es la expresión futbolística de los gobiernos progresistas latinoamericanos: el “paso a paso”. Posiblemente, para asegurarse la permanencia definitiva en la categoría, su conservadorismo lo lleve a perder el trofeo máximo. Salvarse del descenso lo convierte, en el corto plazo, en una figura entrañable para los simpatizantes ‘pincharratas’. Pero muchos le pasarán la factura por obtener un éxito menor a expensas de un campeonato que Estudiantes no consigue desde un lejano 1982. La exageración del “paso a paso”, generalmente, se diluye en la mediocridad. Un exceso en la velocidad de marcha puede parecer heroico, pero es posible que la historia pase algo más que una boleta por infracción de tránsito. Merlo, de alguna manera, se parece a Lavagna. O mejor dicho: Roberto Lavagna se parece a Reinaldo Merlo.

Por Hugo Presman

Reinaldo Lavagna

La Argentina tiene experiencia en haber celebrado éxitos transitorios e ilusorios a costa de fracasos estridentes.
Lo de Isabel Perón fue un gobierno penoso. Pero los que la derrocaron no lo hicieron por sus errores, sino por sus escasos aciertos. Se creó un clima propicio para la salida militar. Muchos hoy, incluso personas notorias que no pueden alegar ignorancia, se manifiestan sorprendidas por lo que sobrevino. En los ambientes politizados era un lugar común afirmar que “se estaba preparando un pinochetazo”. Y eso no admitía dos interpretaciones. Era el bombardeo a La Moneda, los fusilamientos, el Estadio Nacional, las persecuciones indiscriminadas, la muerte diaria, la vida en libertad condicional.
Se creó el ambiente propicio para que se considerase el golpe como una salida a la crisis política del gobierno de la viuda de Perón y se alentó la idea que la liquidación del modelo de sustitución de importaciones por la apertura indiscriminada y la tablita cambiaria era el único camino a la prosperidad. Eso permitió contar con la complicidad de sectores importantes de la población que cerraron los ojos a las matanzas que se perpetraron para imponer el nuevo modelo.
Cuando los golpes de mercado barrieron con el gobierno de Alfonsín, en un escenario surcado por la hiperinflación y los saqueos, se habían creado las condiciones adecuadas para que la sociedad en su conjunto se amarrara a la tabla de la convertibilidad como un sacramento. Sobre el empate monetario, la sociedad cerró los ojos a la derrota económica y social.
La devaluación fue el resultado del estallido de la convertibilidad, realizada en las peores de las condiciones imaginables y cuando los organismos internacionales habían financiado descaradamente la fuga de capitales.
El resultado fue una caída salarial impresionante, el haber arrojado a millones de personas por debajo de la línea de pobreza y otros tantos sumergirlos en la indigencia, incrementando la desocupación y deteriorando todos los índices sociales.
Al mismo tiempo la devaluación produjo un efecto rebote en la economía, reactivación económica, mejoramiento de la rentabilidad, incremento de las exportaciones primarias, reabsorción muy lenta pero progresiva de la mano de obra desocupada con empleos en negro, sustitución de importaciones por la barrera cambiaria, mejoramiento muy significativo de las economías regionales que estaban en estado catatónico y un incremento considerable de la recaudación impositiva.
Nuevamente hay un efecto deslumbramiento, basado en la devaluación, las condiciones excepcionales de los mercados internacionales para nuestros productos de exportación y algunos aciertos del gobierno.
Es el momento de otear el horizonte, para que la realidad no se presente en forma imprevista y derrumbe como en otras oportunidades los juegos de artificio.
Intentar hacer capitalismo nacional sin burguesía y sin Estado es una tarea condenada de antemano al fracaso. Criticar la década de los noventa, sin cambiar el modelo de distribución es reproducir la forma de acumulación y exclusión conocida.
Los éxitos macroeconómicos que no bajen en forma concreta y notoria a la existencia individual y a la vida colectiva, acumulan reservas por arriba y miseria por abajo.
Distribuir los ingresos no es un mero acto de justicia. Es la precondición para la recreación de un mercado interno. La exclusión no se da sólo en los desocupados. Buena parte de los ocupados están por debajo de una canasta familiar básica y esmirriada.
Incrementar el superávit y no terminar con el hambre es una ignominia inconcebible.
No aprovechar las condiciones favorables para cambiar integralmente el sistema impositivo es, como decía Tayllerand, algo peor que un crimen, un error.
Mantener en el Banco Central un enclave neoliberal con bancos llenos de dinero y pequeñas y medianas empresas alejadas del crédito, es una irracionalidad inadmisible.
Hacer la plancha, como Reinaldo Lavagna, disfrutando de las mieles transitorias de la devaluación y condiciones internacionales difícilmente repetibles, es una factura que el futuro cercano pasará irremediablemente. Seguramente esa actitud habrá contribuido a posibilitar el hecho escandaloso de haber convenido con el Banco de New York su participación en la reestructuración de la deuda, sin haber firmado contrato, lo que facilitó a la entidad bancaria desistir del compromiso sobre la iniciación de su cometido. Ni la más elemental ama de casa hubiera incurrido en semejante error.
Lavagna está abocado exclusivamente al tema de la reestructuración de la deuda externa. En lo demás el Estado tiene poca presencia y el mercado fija las prioridades.
En casi toda América latina, con gobiernos y políticas diferentes, la economía crece.
Eso refleja la excepcionalidad actual del mercado internacional con los productos de exportación latinoamericanos.
El “paso a paso” está rengo. Curar un cáncer con aspirinas es un intento mezquino que asegura al paciente un lugar irreversible y cercano en el cementerio.
Por razones ajenas a la terapia implementada, al paciente le dan provisoriamente bien los análisis, aunque se sigue sintiendo mal.
Los gurúes que marcaron la agenda de los noventa con su infalibilidad para el error, recomendaban una receta única: el ajuste. Eran los brujos que recetaban dieta a un hambriento, un laxante a quien padecía una colitis aguda.
La receta kirchnerista de capitalismo nacional intenta hacer una tortilla de papas con media papa, un huevo de codorniz, media cebolla, sin sartén y sobre una cocina que no funciona.
Es cierto que en esas condiciones quedó el país. Pero hay un tiempo para ir creando otras para contar con papas, huevos, cebollas, fabricar o comprar el sartén y arreglar la cocina o fabricar una nueva. O lo que es lo mismo, reconstruir el Estado, redistribuir el ingreso como condición indispensable para recrear un mercado, establecer y ejecutar un plan estratégico que defina un perfil económico para los próximos 30 años, poner el Banco Central al servicio de la producción, la Aduana como una real barrera de protección, redactar e implementar un nuevo sistema impositivo que contribuya a la distribución del ingreso, ejecutar un audaz plan de obras públicas.
Los recursos están. Falta la voluntad política que el gobierno tuvo en el área de los Derechos Humanos.
Falta la mística de que si queremos, podemos. No es un culto al voluntarismo. Es confiar en la movilización y la organización.
¿O era más fácil el éxodo jujeño que encabezó Manuel Belgrano? Ante el avance de las fuerzas comandadas por Goyeneche, los pobladores de Jujuy abandonaron sus casas transportando lo que podían en sus carretas, mulas y caballos. Cuando el ejército español llegó, encontró campo arrasado. Las llamas habían devorado las cosechas y en las calles de la ciudad ardían aquellos objetos que no pudieron ser llevados.
Las sociedades se mueven en situaciones cruciales por valores que le dan sentido a la vida.
Una cruzada, una batalla denodada contra el hambre, por la alfabetización, por la salud. Una gigantesca movida popular por la capacitación y reinserción de los excluidos.
Poner todos los recursos humanos de las universidades estatales al servicio de una sociedad devastada.
¿Es mucho pedir? Es una utopía módica, conforme a esta época mezquina.
La utopía es el lugar donde residen los sueños.

La dialéctica de la realidad y el periodismo

La propuesta kirchnerista es pequeña, pero se potencia en función de la depredación padecida. La ejecución es deficiente y prescinde de toda movilización. Algunas de sus falencias más graves, que proyectan un cono de sombras pronunciado sobre su futuro, son las puntualizadas. Y sin embargo es paradojalmente entre las que tienen inserción de votos, la más audaz. Sus limitaciones y el transitar en los hechos, en muchos aspectos, por los senderos noventistas, acentúan las dudas sobre sus realizaciones concretas.
La oposición está conformada por variantes pretendidamente pulcras del menemismo, en los casos de Mauricio Macri y Ricardo López Murphy, o por la secta religiosa encabezada por la pitonisa Elisa Carrió.
Los diferentes grupos de izquierda tienen un discurso vetusto y una capacidad de movilización proporcionalmente muy superior a su cosecha electoral.
El periodismo que jugó un papel importante en la década menemista como denunciador, que adhirió a la Alianza y durante un buen tiempo escribió el diario de Irigoyen, está actualmente “comprado”, en el caso del enemigo, con pautas publicitarias y otras canonjías, o adherido gustosamente por las mismas razones en el caso de los amigos y disciplinado por alineamiento ideológico.
Hay también una visión periodística de la historia que quiere mirar todo por la ranura de la corrupción. El mejor periodismo de la década de los ´90 creyó que el problema era la corrupción y no que nos estábamos quedando sin país. La corrupción era el peaje de la venta. Sin corrupción y con la convertibilidad sostenida por una década, el final hubiera sido el mismo. Habría menos políticos millonarios, pero igual cantidad de empresarios de los sectores concentrados enriquecidos, que fueron los que se quedaron con la verdadera parte del león.
El periodismo tiene que denunciar los casos de corrupción sobre los cuales tenga pruebas. Pero una cosa son los puntos negros de una administración y otra su evaluación global desde una perspectiva histórica.
Si ese fuera un parámetro excluyente, todos los procesos históricos fundamentales quedarían invalidados.
Además es bueno que la corporación periodística se sincere sobre la meneada independencia periodística y agregue las limitaciones y la censura implícita que los sectores económicos imponen a quienes no se ajustan estrictamente al discurso grato a sus oídos.

Las soluciones mágicas y la fragmentación latinoamericana

Creer en los Reyes Magos cuando uno ha superado largamente la niñez es una actitud cándidamente infantil. Todo el manejo de las inversiones chinas fue una muestra de inmadurez preocupante. Haber alardeado de una sorpresa mayúscula, condicionó luego la necesidad de llegar a un acuerdo cercano a lo prometido. El resultado final provisorio es que las cifras cercanas a los trascendidos previos, son una mera intención. Sin embargo ese monto llamativamente no figura en la prensa china.
La República Popular se llevó lo que buscaba, el reconocimiento de economía de libre mercado, a cambio de promesas que sólo el tiempo determinará su veracidad.
Todo esto no significa desconocer las posibilidades potenciales que se abren, siempre que se negocie, dentro de la debilidad, con sensatez y sentido común. Los capitales chinos no son mejores que los europeos o los norteamericanos. Si el Estado no acota y controla, estarán dadas las condiciones de repetir experiencias traumatizantes largamente denostadas.
Pero lo que la experiencia de las promesas chinas ha patentizado hasta la exasperación, es cómo el MERCOSUR es, en muchos aspectos, una intención traicionada en la práctica. La actitud de Lula de reconocer unilateralmente a China su condición de economía libre de mercado, rompió toda posibilidad de hacer un frente común para obtener ventajas conjuntas.
Estos hechos concretos, a días de la reunión de Presidentes en Ayacucho, para constituir la Unión Sudamericana en el 180 aniversario de la batalla que puso punto final al dominio español, disminuye considerablemente la magnitud del acontecimiento.
Lula sigue creyendo que llevarle la manzanita al Fondo lo convertirá en alumno aventajado. Por eso su discurso se aleja cada vez más de los hechos.
El ya fallecido economista Celso Furtado expresó: “Pierdo un amigo, pero guardo sus ideales”. Luego desplazó del Banco de Desarrollo Económico y Social al mejor discípulo de Furtado: Carlos Lessa.
El progresismo latinoamericano es pequeño en sus logros, “paso a paso” como pretende Reinaldo Merlo, porque cree ilusamente que puede salvarse individualmente. Mientras los acreedores, más allá de sus diferencias, actúan colectivamente, los deudores no superan su fragmentación.
Sucre ganó la batalla de Ayacucho. En 180 años no hemos vuelto a luchar unidos.
Benjamín Franklin aconsejaba a los Estados de la Unión: “O caminamos juntos o nos ahorcarán por separado”. Eso es lo que ha venido sucediendo. ¿No son demasiados años para seguir insistiendo en el error?

El Estudiantes de Reinaldo Merlo

El default, la devaluación, las condiciones excepcionales del mercado internacional nos han permitido, como a Estudiantes, alejarnos de la zona del descenso. Los ‘pincharratas’ están mejor, pero muchos de sus hinchas no pueden ir a la cancha por estar sumidos en la indigencia y la exclusión. Merlo, como Lavagna, se conforman con no irse a la ‘B’. Están resignados además con tener menos hinchas que puedan ir a los estadios.
¿Estamos dispuestos a apostar todos los años, mezquinamente, a sumar los puntos para que el promedio nos impida descender? ¿O el país del Éxodo Jujeño está en condiciones, alguna vez, volver a jugar por el campeonato?
Esto lo tiene que decidir la hinchada convocada. Es una decisión demasiado importante para dejarlo en manos de Merlo o Lavagna.
Sucre y Belgrano no dudarían.