El nacionalismo fue un fenómeno correspondiente a este período, lo mismo que el naciente imperialismo que iba a desencadenar, en el siglo siguiente, la Gran Guerra o Primera Guerra Mundial. Un antisemitismo que se expresó cada vez con mayor crueldad contribuyó al nacimiento del sionismo político.
Moses Hess, hijo de una próspera familia judía de origen alemán, fue un encendido adherente y difusor de un socialismo hegeliano, luego fue el primer alemán hegeliano convertido al comunismo, y logró también la misma conversión de un joven llamado Federico Engels.
Influyó, también en esa dirección, sobre el joven Marx, ante quien cayó rendido de admiración por su notable inteligencia y al que consideró, a pesar de su extremada juventud, como al más grande filósofo viviente.
Esto no le impidió sufrir el desprecio y las ironías que especialmente Marx, descargaba sobre él, por lo que consideraba la ingenuidad y fuerte carga utópica de su pensamiento: le llamaban el Rabino Moses, o el Rabino Hess, o tambien el asno Hess.
Escribió en periódicos editados por Marx y por Engels, influyó en Bakunin para su afiliación al comunismo, participó en las Revoluciones de 1848, actuó como el representante de Berlín en la Primera Internacional, colaboró con Lasalle en la creación de la nueva Federación General de Trabajadores Alemanes. Fue un activo simpatizante de la causa italiana, de sus revolucionarios y carbonarios, y deambuló por toda Europa, huyendo de las persecuciones políticas.
El giro “judío”
Hess había sido educado, en su niñez, por un abuelo profundamente religioso que le dio una sólida enseñanza de la Biblia y del Talmud, y lo instruyó en todos los aspectos de la educación judía tradicional. A pesar de que nunca renegó de la herencia recibida, no pareció darle mayor importancia hasta que los penosos sucesos ocurridos en Damasco, afectaron profundamente su sensible personalidad.
El hecho es que la desaparición de un muy conocido monje capuchino, un médico y su criado provocó la acusación de crimen ritual contra los judíos, por parte de los capuchinos.
Lo que determinó el aprisionamiento y tortura, primero de seis ancianos y luego de niños de tres a diez años, encerrados sin comer. Finalmente y a causa de las terribles torturas, los acusados terminaron confesando lo inexistente. A raíz de otro incidente en Rodas, los terribles eventos se repitieron y una ola de odio se extendió por Estambul, Damasco y Beirut.
También debe haber presenciado el drama de la familia judeo italiana Mortara en Boloña, en el año 1858, a la que le fue secuestrado un hijo por su niñera que lo bautizó como católico.
Con la complicidad del Papa Pío IX, y a pesar todas las gestiones hechas internacionalmente por prominentes miembros de la colectividad judía y de gobiernos extranjeros, ese niño nunca fue devuelto.
Afectado por todos estos acontecimientos, Hess declaró que “por primera vez amaneció para mí; en medio de mis actividades socialistas, vi que yo pertenecía a mi infortunado, difamado, despreciado y disperso pueblo”. Cambió su nombre Moritz por el de Moses, y expresó su creencia en el sionismo, sin abandonar su socialismo que no había excluido el tema de la nacionalidad.
Convencido de la necesidad de la creación de un Estado judío, sostenía que los judíos siempre han comprado tierra en Palestina para, por lo menos, ser enterrados allí.
Escribió en 1867 “Roma y Jerusalem”, un libro en el que sostiene que el primer requisito es (era) la creación de un Estado Judío en Palestina, donde los judíos ricos comprarían las tierras para formar expertos agrícolas que luego desarrollarían un Estado socialista y donde los proletarios serían la mayor parte de la población.
El libro causó gran repulsa en la comunidad alemana, cuyos miembros mas prósperos se sintieron, por lo menos, hostiles a un proyecto de este tipo.
Murió pobre y desconocido, pero antes de producirse su deceso había formulado una profecía notablemente lúcida: previó que los judíos liberales de Alemania sufrirían, algún día, un cataclismo cuya extensión no podrían ni siquiera imaginar.
La historia demostró que, además de las notables condiciones morales y éticas que fundamentaban sus ideas y creencias, estaba dotado de una percepción muy profunda acerca de los problemas que padecían los judíos europeos de aquella época, y del drama que se estaba gestando y que, finalmente, se desencadenó en la Alemania nazi, casi setenta años después de que él lo hubiera predicho.