El pueblo del libro va al cine

“Divinas Tentaciones” y “Esperando Al Mesías” Amores mixtos posmodernos

En nuestra entrega anterior, se presentaron dos abordajes emblemáticos de los años ´60 y ´70 cuestionando el optimismo gerchunoffiano, una generación de escritores judeoargentinos desnudó sus angustias, sus lealtades en conflicto, sus elecciones. En síntesis, su crecimiento. La pareja mixta, paradigma inquietante de la integración, sigue poniendo a prueba la buena conciencia judía. Ahora está tan a la vista que ni se la nota. Vista en el verdadero sentido de la palabra: “The Nanny” (y su patética réplica nacional), “Un extraño entre nosotros”, “Porque te quiero te miento”, “Besando a Jessica Stein”, “Sol de otoño” o “Volvió una noche”, sin olvidar un capítulo de “Los simuladores”. La lista sigue, pero como es muy larga, la interrumpimos acá... ¡y vamos al cine!

Por Laura Kitzis

¿Conocés el del rabino y el cura que …?

Un pub irlandés, un muchacho joven que no pasaría jamás una prueba de alcoholemia. Se lo ve rubiecito, tiernito, buen muchacho. En el pub hay una chica. El muchacho le dice: “Si te dijera que te amo, que por ti dejaba todo en absoluto…”. La chica se levanta y se va, porque en realidad no lo conoce y el ebrio le está hablando a otra. El muchacho queda solo con el barman, el cual lo supone un típico marido infiel que se está bebiendo el arrepentimiento. No, señor. Es más complicado. El rubio se abre la campera y tiene un alzacuello de cura. El rostro del barman se ilumina: “Quiero oírlo todo”. Nosotros también. Ya sabemos lo que pasa: cuando un místico se libera, se libera en serio, no deja títere con cabeza… El cura llora aferrado a una foto ajada donde sonríen tres pequeños: dos niños y una niña, el eterno triángulo y un anticipo de la historia: el cura quiere embriagarse porque su mejor amigo, ¡el rabino!, le robó la novia…
La historia promete: un cura, un rabino y una mujer. Cuando nosotros, pobres mortales, laicos irredentos, lo hacemos, es sexo. Puede ser enloquecedor, pero es sólo sexo. Cuando lo hacen los religiosos, es pecado… y decididamente, en esta era post metafísica en la que se han perdido todos los valores, se ha perdido también el delicioso aroma del pecado. Por suerte nos queda Hollywood.
Las imágenes y los diálogos de apertura de una película suelen ser siempre muy reveladores. En ese sentido es paradójico el hecho de que, en una historia cuyo núcleo se centra en un rabino enamorado de una católica, el conflicto secundario que impulsa el relato sea un cura enamorado de la misma mujer. Este deslizamiento, ¿nos estaría indicando que hoy por hoy es más fácil sostener la tensión dramática (inherente a todo relato) entre un judío enfrentado a un amor exogámico, que sostenerla entre la castidad católica y el deseo?

Aguinis y Laguna en la ciudad que nunca duerme

Brian es católico y Jake es judío, pero son amigos como sólo dos chicos neoyorquinos -para los cuales el baseball es la única religión- pueden serlo. Al dúo se incorpora Anne (irlandesa y católica, como Brian) y el trío se vuelve inseparable. Cuando tienen trece años, la familia de Anne se muda. Brian y Jake siguen siendo amigos: uno optará por el sacerdocio y otro por el rabinato, pero siguen siendo amigos. El momento actual los encuentra dedicados a sus respectivos feligreses. La película alterna imágenes de ambos dirigiendo un culto, y aunque los púlpitos sean diferentes, se arma entre los dos un solo sermón sin ningún tipo de contradicción. Llenan sus templos porque son jóvenes y son cancheros. Políticamente correctos, después de oficiar juegan juntos al básquet con los afro americanos del barrio. Son el escuadrón de Dios. Un sueño ecuménico. Aguinis y Laguna en la ciudad que nunca duerme. Hasta que vuelve Anne.

Al jet shejatanu lefaneja

“Me enamoré de una hermosa mujer que no es judía. No debí haber temido compartirlo con ustedes. Esta noche estoy frente a ustedes y les ruego que me perdonen.”
En Yom Kipur y frente a toda su kehilá, Jake confiesa su pecado. La dirigencia de la sinagoga, previo cónclave, lo absuelve. Pero ellos están en posesión de un dato que ni Jake ni el espectador poseen: Anne había estado tomando clases de judaísmo en esa misma sinagoga iniciando el camino de la conversión.
Fin de la historia, fin del conflicto que la sostiene. Lo que la comunidad amorosamente aloja en su seno, ya no es una pareja mixta.

Continuidad, ruptura, deseo

¿Cuál es la fuerza que mueve a Jake hacia Anne? ¿Cuál es la fuerza opuesta y complementaria que lo impotentiza respecto de las mujeres del endogrupo? ¿Cuál es la respuesta a la tantas veces formulada pregunta: “Acá hay tantas chicas lindas, buenas e inteligentes, ¿por qué tenés que ir a buscar afuera?”
En una magistral novela de Giorgio Bazzani, “El jardín de los Finzi Contini”, Nicole (la protagonista judía) explica la imperiosa necesidad de elegir a un no judío como pareja: – “Hacer el amor entre nosotros es como hacerlo con un hermano, ¿comprendes? Estamos al lado y no enfrente. Porque el amor es cosa de gente decidida a vencer uno al otro, es un deporte cruel, feroz”.
Menos bellamente, Jake lo expresa en un diálogo con Anne respecto de sus diferencias: – “Que seas misteriosa es sensual…”
El signo de Lo Otro, de lo insondable, de lo extraño, de aquello que requiere la conquista, la ajenidad radical del objeto de deseo, y que hacia el interior de la tribu se muestra demasiado ofrecido, demasiado facilitado, previsible, ¿incestuoso?
El tópico de lo previsible domina también las obsesiones de Ariel, protagonista de la película “Esperando al Mesías”, héroe judío de un viaje iniciático.

La Jerusalem liberada

El gueto en el cual los días de Ariel transcurren es el del barrio de Once, en el cual “vivimos rodeados de pilotes y de telas”.
El vivir rodeado remite a la idea de un sujeto sitiado. Las calles están desprovistas de indicadores temporales: la geografía espacial, los colores, la ambientación, podrían enmarcarse en cualquier año posterior a la década del ´60 ó ´70. Un manto de acronía algo vieja y desvaída rodea los seres y los objetos. Los pilotes (único testimonio de que han promediado los ´90), delimitan las zonas de lo sagrado y lo profano. Entre el espacio de las fiestas y las plegarias, y el espacio de los intercambios comerciales y familiares, los ámbitos se superponen, volviéndose difusos sus límites.
Vivir en familia, comerciar, orar y protegerse. Esta es la condición judía vista por Ariel, cuya vida tiene los mismos contornos difusos del no-lugar que habita.
Situado a mitad de camino entre el actor y el espectador (Ariel graba en video fiestas judías) se encarga también de explicar los términos y rituales de la tribu (shmate, bar mitzvá, Jánuca) en una especie de diálogo con el Otro, el espectador, un “amigo imaginario goi”.
Pero estos términos propios más que enriquecerlo lo empobrecen: “Jánuca es una festividad como Navidad, pero sin arbolito ni Jesús”.
Titubeante y pidiendo permiso por la vida, Ariel no ha encontrado abrigo al calor de las llamas de Jánuca.
Lamenta la exclusión del ritual católico. Mira la fiesta de afuera, las de los otros y las propias. No hay Navidad para Ariel, ni gloria macabea tampoco.

La pareja mixta: una metáfora que insiste

Si sus abuelos en vez de subirse al “Wesser” hubieran considerado la posibilidad de la “goldene medineh”, Ariel viviría en Hollywood, tierra de los finales felices. Nada lo liga -aparentemente- a Jake. Sin embargo, ambos podrían testimoniar, con Sartre, que “el infierno son los demás”. Ambos quieren ser felices sin verse obligados a elegir, pero el problema reside en que este afán no implica un cuestionamiento del principal tabú de la tribu, ni una revisión de las propias creencias, ni la consagración de un judío nuevo dispuesto a incorporar lo diferente y a sintetizarlo en forma creativa y arriesgada con lo propio. Se han enamorado. ¡Si tan sólo los demás no existieran, las únicas penas serían las del corazón! Pero los demás existen y a las penas del corazón se suman las del judaísmo. Por eso Jake gana todo. Por eso Ariel pierde todo.
Alejada de los imperativos de la intelectualidad judía de la década del sesenta, para los cuales la pareja mixta se constituyó en el paradigma de una amplia gama de elecciones (excluidos o integrados, laicismo o religión, izquierda nacional o kibutz) la fragmentación posmoderna, en tanto ideología de la suprema individualidad, sólo nos exige ser felices. Sin embargo, los demás existen y el hecho de que las viejas y queridas utopías totalizadoras hayan desaparecido, no significa que hayamos podido construir una nueva utopía abierta y pluralista, garante de la felicidad.
Desde que Tevie repudió a su hija en un shtetl hace más de cien años, hasta los Jake y los Ariel del multiculturalismo y la posmodernidad, la pareja mixta, polivalente como toda metáfora, sigue insistiendo. Y como suele hacerse con las metáforas, debemos seguir preguntándole qué quiere decirnos esta vez.