Yasser Arafat pasó gran parte de su vida luchando por la causa palestina, y hasta su deceso fue una figura misteriosa y paradigmática. Arafat supo ser un terrorista acérrimo para unos y un símbolo de la independencia palestina para otros.
Arafat falleció la madrugada del jueves, a los 75 años de edad, en un hospital militar de París, Francia.
El dirigente palestino experimentó transformaciones extraordinarias durante sus cuatro décadas en el escenario mundial, pasó de ser líder guerrillero a premio Nobel de la Paz, de invitado del presidente norteamericano Bill Clinton en la Casa Blanca a virtual prisionero en una oficina semidestruida en Ramallah donde vivió rodeado por tanques israelíes.
Arafat transformó la cuestión palestina hasta erigirlo en el asunto central del conflicto árabe-israelí.
«He venido hoy con un ramo de olivo y una pistola de combatiente por la libertad», dijo Arafat ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York en 1974. En aquella oportunidad ingresó a la ONU con su pistola y un ramo de olivo. «No permitan que el ramo de olivo caiga de mi mano» dijo ante la Asamblea.
En 1993, Arafat reconoció formalmente el derecho de Israel a existir, y en los acuerdos de Oslo aceptó que comenzara un proceso de paz con la instauración de la autonomía palestina en Cisjordania y la Franja de Gaza.
En 1994, recibió el Premio Nobel de la Paz junto con los gobernantes israelíes Yitzjak Rabin y Shimon Peres.
En enero de 1996, las primeras elecciones palestinas lo consagraron presidente de la recién nacida Autoridad Palestina.
El plan de paz se derrumbó en el 2000, cuando el objetivo del estado palestino parecía estar al alcance de la mano. Las partes no pudieron ponerse de acuerdo, e Israel y Estados Unidos culparon a Arafat por la reacción proveniente de la Segunda Intifada.
En los últimos años, ya muchos palestinos opinaban que su poder había comenzado a opacarse junto a la imposibilidad de detener el conflicto y empeorar las condiciones de vida de los palestinos.
La presión internacional obligó a Arafat a compartir el poder con un primer ministro en abril del 2003. Pero se llevó mal con los dos que ocuparon sucesivamente esa función (Abú Mazen y Abú Ala) por negarse a ceder parte del poder real.
A pesar de ello, Arafat salió políticamente ileso de una serie de protestas y manifestaciones a mediados del 2004, provocadas por la corrupción, una economía casi paralizada y la violencia reinante en los territorios.
Tal vez su mejor arma, hacia adentro, fue el manejo de la información que hacía. Dicen que en junio de 1995, el comité ejecutivo de la OLP le requirió un presupuesto detallado y Arafat sólo entregó una hoja de papel con unas cuantas sumas que supuestamente eran los gastos de los últimos dos años.
En el 2003, la revista Forbes estimó que Arafat poseía una fortuna de 300 millones de dólares, lo que lo colocaba entre los «reyes, reinas y déspotas» más ricos del mundo.
Llamado cariñosamente «al-Jityar», o «viejo sabio», por los palestinos, Arafat nació en una familia de mercaderes de El Cairo, el 4 de agosto de 1929, pero siempre hizo alusión a sus raíces de Jerusalem y Gaza.
Fue el quinto de siete hijos de un comerciante próspero muerto en la guerra árabe-israelí de 1948, recibió el nombre de Rahman Abdel-Raouf Arafat Al-Qudwa.
Adolescente durante la guerra, llevaba armas a su padre y su hermano mayor en el campo de batalla. Fue entonces que tomó el nombre de Yasser, aparentemente el de un rebelde palestino muerto por los británicos. Se recibió de ingeniero en Egipto y no tenía aspecto de revolucionario.
En la década del ´70 fue conocido en todo el mundo como dirigente de la OLP, cuyos milicianos secuestraban aviones y atacaban a civiles para llamar la atención internacional. Cabe recordar que una de sus facciones mató a 11 atletas israelíes durante las Olimpíadas de 1972 en Munich.
En 1968, al explicar la necesidad de la táctica guerrillera, Arafat dijo: «Mientras el mundo vea a los palestinos como refugiados haciendo cola para recibir raciones de la ONU, difícilmente los respetará. Ahora que los palestinos portan fusiles, la situación ha cambiado».
Arafat sobrevivió a cientos de atentados, también sobrevivió a la caída de un avión en 1992, en medio del desierto de Libia durante una tormenta de arena.
Calificado de «guerrillero de teflón» por su increíble resistencia, Arafat sabía transformar una derrota militar en una victoria política.
Expulsado de su base en Beirut por la invasión israelí a El Líbano en 1982, reagrupó a sus combatientes de la OLP en el norte del país, de donde fue expulsado nuevamente. Se asentó finalmente en Túnez, donde en 1991, a los 62 años, se casó con su secretaria cristiana Suha Tawil, de 28 años, con quien tuvo una hija, en 1995, a la que llamaron Zahwa, como la madre de Arafat.
Las primeras señales de paso de la violencia a la diplomacia se produjeron en noviembre de 1988, cuando Arafat aceptó la resolución 242 de la ONU, reconociendo así implícitamente a Israel.
Eso sumado a un discurso en la ONU en Ginebra, el 13 de diciembre de 1988, en el que renunció al terrorismo, convenció a Washington de abandonar su política de no hablar con la OLP e Israel, entonces, empezó a sentirse presionado para entablar negociaciones.
Pero la luna de miel con Washington resultó efímera. Los estadounidenses cortaron el diálogo 18 meses después cuando Arafat se negó a sancionar a un dirigente de la OLP, Mohammed Abbas, por un atentado frustrado contra Israel en 1990.
En ese mismo años, Arafat apoyó la invasión iraquí de Kuwait, lo cual le costó la pérdida de todo respaldo tanto occidental como árabe. Debilitado por el aislamiento, inició conversaciones de paz con el gobierno laborista israelí en 1993 y aceptó una autonomía limitada para Gaza y Cisjordania, política que llegó a enfurecer al ala dura palestina.
El 1 de julio de 1994, Arafat retornó del exilio.
En abril de 1996, Arafat convocó al Consejo Nacional Palestino -anterior parlamento palestino el exilio- y obtuvo un voto para revocar algunas de las secciones y artículos de la carta magna (constitución palestina) de la OLP que declamaba la destrucción de Israel.
Como respuesta a dicha medida, el gobierno israelí abandonó su oposición a la creación de un estado palestino. Poco después, Clinton invitó a Arafat a sostener diálogos con él en la Casa Blanca, y fue recibido como un estadista.
Las relaciones de Arafat con Israel fueron duras con Benjamin Netanyahu como Primer Ministro. Aunque Netanyahu entregó casi toda la ciudad de Hebrón, acusó a los palestinos de no cumplir con sus compromisos -incluyendo la redacción de una nueva carta magna-.
A mediados del 2000, Clinton hizo un último intento por lograr un acuerdo de paz entre palestinos e israelíes, e invitó a Arafat y al primer ministro israelí Ehud Barak a Camp David para acercar posturas.
Barak le ofreció a Arafat un estado en Gaza y gran parte de Cisjordania pero el diálogo no prosperó por su exigencia de que refugiados palestinos y sus descendentes tuvieran la posibilidad de retornar a sus tierras en el actual Estado de Israel.
Algunos dicen que no tuvo visión de estadista y otros que temió por su vida.
Desde entonces, una ola de violencia viene sacudiendo la región.
Tras una sucesión de ataques suicidas en marzo del 2002, que dejó 80 personas muertas, el gabinete israelí declaró a Arafat como «enemigo» y las fuerzas militares israelíes rodearon el cuartel general de Arafat en Ramallah (la Mukata) que, prácticamente, ha quedado reducido a escombros. En ese sitio descansarán los restos de Arafat.