“La Gran Israel” o el Estado de Israel

La ideología como bumerang

Cuando los pueblos enfrentan la necesidad de hacer un esfuerzo supremo para lograr sus objetivos nacionales, movilizan todos sus recursos racionales e irracionales. Un ejemplo que tenemos a la vista es el caso de los palestinos, en el cual juega un papel importante -si bien negativo para ellos mismos, afirma el autor de este artículo- el fundamentalismo islámico. Pero aquello que es fácil de ver en los demás, es a veces difícil de ver en nosotros mismos.

Por José Itzigsohn (Desde Israel)

El pueblo judío, enfrentado al antisemitismo moderno desde finales del siglo XIX, movilizó todos sus recursos en diversos movimientos de los cuales, el que tuvo mayor trascendencia fue el movimiento sionista. Como sabemos, en el movimiento sionista coincidieron diversos elementos, laicos (en sus diversas variantes), tradicionalistas y religiosos. Durante un largo periodo los objetivos de esos movimientos se superpusieron. Para los laicos, la inmigración de elementos religiosos a Eretz Israel contribuía al poblamiento judío de la región y al logro de sus objetivos seculares (crear la base poblacional para llegar a constituir un Estado independiente).
Para los grupos religiosos ligados a la idea sionista, la presencia de inmigrantes laicos, pero judíos al fin, contribuiría a crear una nueva entidad nacional, pero también a la esperanza que ésta llegara a tener un carácter tradicional judío predominante y contribuyera a la redención de la tierra de Israel en un sentido místico.
El debate, por momentos acerbo pero no disociador, se centró en temas como la adopción del sábado como día de descanso -y los alcances del mismo- la cashrut, la participación rabínica en los procesos de la vida familiar, y como sabemos, hubo toda una serie de compromisos que no terminaron de satisfacer a ninguna de las partes, pero permitieron seguir adelante juntos en la tarea de construir un país.

El cambio ideológico

La situación objetiva se fue modificando, de un Estado en ciernes se transformó en una realidad política.
Hubieron guerras y cambios demográficos que requerirían una puesta al día de los componentes ideológicos, pero las cosas no suceden de esa manera. La realidad y las ideologías interactúan pero tienen distintos ritmos. No se cambia de ideología como quien cambia de atuendo según la estación y se pone una vestimenta más adecuada. No solo que las ideologías tienen su inercia y duran más que las condiciones que les dieron origen, pese a la aparición del prefijo post, como postsionismo y otros, sino que toman -por momentos- desarrollos propios que las disocian, cada vez más, de la realidad y en el caso de ideologías que incluyen distintas tendencias, pueden disociar a alguno de sus componentes con respecto al conjunto.
El proceso disociador en Israel, se acentuó, a mi entender, cuando una parte de los sionistas religiosos tomó uno de los elementos del conjunto heterogéneo que era el movimiento sionista y lo hipertrofió hasta sobreponerlo al objetivo, compartido hasta entonces, de asegurar la supervivencia del pueblo judío dentro de una estructura estatal viable, compatible con la democracia y con la coexistencia pacífica en la región y en el mundo. Ese elemento ideológico consistió y consiste, como sabemos, en poner el máximo acento en la “redención” de la tierra como mandato religioso, lo cual exige la ocupación judía de la totalidad histórica geográfica de la antigua Eretz Israel para asegurar el advenimiento del Mesías, con un desconocimiento total de los derechos individuales y colectivos de los palestinos.

Un pantano político

Esta postura no debe confundirse, cosa que ocurre a menudo, con la discusión existente entre elementos laicos, acerca de cuáles son la fronteras necesarias para la seguridad de Israel, si bien las consecuencias practicas pueden coincidir parcialmente.
Por razones que trataré de exponer, esa concepción ideológica unilateral, absolutista y -por ende-antidemocrática del proceso, obra como bumerang, vale decir, revierte sobre las metas político sociales del Estado de Israel, comprometiendo sus posibilidades de supervivencia.
En el curso de los últimos 120 años se fueron conformando, en Cisjordania, dos entidades nacionales: la israelí y la palestina.
No me propongo, aquí, discutir derechos históricos o cómo debieron haber sido hechas las cosas, la historia no es reversible de continuo, y en este momento no se puede seguir adelante sin tomar en cuenta la existencia de estas dos entidades. Cualquier otra solución involucra expulsiones masivas, limpiezas étnicas o la subyugación prolongada de una población por otra, lo cual resultaría insostenible.
La mayoría de la población israelí, y parte de la palestina, ha comprendido esta situación, pero los islámicos fundamentalistas y los partidarios de “la Gran Israel” la rechazan, con lo cual nos conducen a un pantano político sangriento.

“La Gran Israel” contra el Estado de Israel

Desde 1947 sabemos que habrá una partición del territorio de Cisjordania, y la idea de dos estados que coexistan, el Estado de Israel y el Estado Palestino, cuyos limites estarían basados en los cambios causados por la guerra de 1948-1949, la llamada “Línea verde” con el posible intercambio negociado de territorios y poblaciones.
Esta solución es la única aceptable, no sólo para muchos, posiblemente la mayoría de los israelíes, sino también para sectores palestinos realistas y para los factores más importantes de la comunidad internacional. Israel puede discrepar con esos factores en muchos aspectos, pero no puede aislarse sin cometer un suicidio político-económico y sin poner en peligro sus vínculos con las comunidades judías de la diáspora.
La ideología de “la Gran Israel” se contrapone, así, a la ideología del Estado de Israel.
Podemos comprender el dolor de las personas que viven en los territorios a ser evacuados, que se han establecido allí con el consentimiento de gobiernos de Israel de diversas tendencias políticas, y que en muchos casos han perdido seres queridos por estar donde están, pero esa comprensión humana no significa aceptación política, ni tolerancia para con los actos provocativos de grupos extremistas que proliferan en su seno.
Tampoco podemos aceptar que la idea de desarraigar poblaciones judías de sitios indefendibles es un crimen contra la humanidad. Cualquier gobierno tiene el derecho y el deber de trasladar a sus ciudadanos de un sitio a otro cuando así lo indican razones de fuerza mayor. ¿Qué imperativo puede ser mayor que la búsqueda de la paz?
La otra alternativa es dejarlas donde están, con la eternización del conflicto y con la perdida continua de vidas de soldados enviados por el Gobierno, quiéranlo o no, a defender lo indefendible o a mantener una sujeción violenta de las poblaciones palestinas abrumadoramente mayoritarias de esa zona, o tal vez, proceder a una limpieza étnica; soluciones que -fuera de sus aspectos éticos- están por completo fuera de los limites del contexto internacional vigente en este momento histórico.