Aparecido en “La Vanguardia” -13 de octubre de 2004-:

Consecuencias de la política de Siria

El Gobierno sirio ha apoyado durante mucho tiempo el terrorismo, ha almacenado misiles y armas químicas y ha sido aliado de los extremistas islámicos. Ha permitido a cientos, miles, de insurgentes cruzar sus fronteras para combatir a las fuerzas de Estados Unidos en Irak. Hasta ahora, Siria ha sufrido pocas consecuencias: algunas sanciones económicas aprobadas por el Congreso. Esto ha comenzado a cambiar.

En agosto, el inexperto presidente sirio, Bashar Assad, trató de provocar no ya a Estados Unidos sino a Francia al forzar al vecino Líbano a ampliar el mandato de su presidente prosirio.
El resultado fue una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que pedía la retirada de las tropas sirias de El Líbano. Nueve días más tarde llegó a Damasco una delegación de Estados Unidos para insistir que Siria cooperara en el control de movimientos en sus fronteras. Dos semanas más tarde, un coche bomba estalló en Damascó y mató a uno de los líderes de Hamas asilado en este país. Assad, no obstante, ganó escasa simpatía internacional.
Assad parece nervioso. La semana pasada reorganizó su Gobierno y en Interior nombró al ex general de los servicios de inteligencia en El Líbano. Después pronunció un discurso en el que avisaba que el caos se apoderaría de El Líbano si las tropas sirias se iban.
Siria trata de calmar a Washington prometiendo mejores controles en las fronteras y actuando contra la resistencia iraquí que opera en El Líbano.
Esto no es suficiente: sólo demuestra que la presión exterior concertada puede hacer cambiar el comportamiento de Siria. Esta presión debe aumentar. El Consejo de Seguridad debe renovar su petición para que Siria abandone El Líbano.
Los estados árabes, que durante décadas han elogiado las resoluciones de la ONU sobre Israel, deben presionar y adoptar una posición pública. La Administración Bush y los líderes iraquíes deben dejar claro que la continua infiltración de insurgentes y terroristas hacia Irak será considerado un acto hostil de Siria y, por lo tanto, sujeto a las respuestas que se acostumbran a dar a un enemigo, desde la ruptura de relaciones hasta -en última instancia- la represalia militar. No hay ninguna razón para continuar tolerando el comportamiento canalla de Siria.