Crisis mundial:

Tiempos difíciles

Leer los diarios, escuchar noticias en la radio, mirarlas por TV o por la pantalla de la computadora es una tarea cada vez más difícil. Es una forma de ratificar que la comprensión de la injusticia es cada vez más generalizada, que la pobreza y sus consecuencias aumentan en el mundo y en la Argentina, y de que la obtención de justicia o el respeto a la ley han pasado a formar parte de una utopía para la mayor parte de la población mundial.

Por Alicia Benmergui.

Así nos sentimos cuando recordamos que en la Argentina no sólo no ha habido ningún juicio por el atentado a la Embajada de Israel sino que al cabo de 10 años todos hemos podido comprender que el juicio por la AMIA ha sido una burla para los que esperábamos, crédulamente, que las víctimas serían reivindicadas -al menos- por una sentencia que determinara quiénes fueron los verdaderos culpables, sus cómplices y que todos ellos purgaran sus culpas en la cárcel.
También todos sabemos que estos no son los únicos casos de impunidad que se han producido en nuestro país. Casualmente, y como completando la reflexión sobre estos hechos, encontramos un artículo muy patético, firmado por la filósofa, Elizabeth Badinter, publicado en el diario ‘Liberation’ el pasado 27 de agosto, sobre como funciona la Ley en Irán y el modo en que es utilizada una religión para someter a la población. Hay que recordar que Irán, además, es uno de los países acusados de haber participado en la Masacre de la AMIA.
En una terrible historia que cuenta cómo fue ajusticiada una jovencita iraní, la escritora considera que, para algunos, este hecho puede parecer poca cosa. Si lo dejamos en ese contexto así sería. Ahora, si lo contextualizamos en una realidad mucho más extendida y compleja, veríamos que forma parte de la misma mentalidad, las mismas violaciones de los Derechos Humanos pero en el campo opuesto, las torturas y vejámenes realizados por oficiales norteamericanos con los prisioneros en Irak.
Tal vez sea un hecho menor, una pequeña historia para algunos, si es que no lo pensamos como una muestra del escaso valor que tiene la vida humana para quienes gobiernan allí, en este caso el de una pobre mujer, una niña. Esto puede ayudar a comprender lo que significaban, para ellos, las muertes que ayudaron a provocar en la AMIA, las de los judíos considerados como enemigos y las de los no judíos, como infieles.
Sirve para explicar cómo funciona la ley, o un remedo de ella, dentro de uno de los países islámicos más importantes para aquellos que tienden a idealizar o a ocultar las realidades existentes en algunas de esas sociedades de las que no sabemos nada. También es una prueba más del trato dispensado a la mujer en una cuestión que va mucho mas allá de ser un tema de género, es la prueba de la existencia de un orden social terriblemente injusto que coloca a las mujeres en el permanente rol de víctimas propiciatorias y, más aún, en el caso de las mujeres pobres totalmente indefensas. No es una caso para feministas, es un caso para la defensa de los Derechos Humanos que nos obliga a preguntarnos sobre la cuestión de la existencia o el respeto de esos derechos en esos países, sobre las condiciones de vida de una población donde las mujeres son las víctimas frecuentes, en especial por las culpas cometidos por los hombres y adonde no existen las campañas internacionales que se utilizan a menudo para poder salvarles la vida. Y tener en claro cómo funciona la administración iraní de puertas para dentro con su propia población. La pregunta a formular sería: ¿cómo la autora del artículo tiene que justificarse argumentando que tal vez «sea poca cosa», en todo caso para quiénes?, ¿sólo son importantes las muertes de militantes políticos?, ¿depende de que sean occidentales?, ¿de que sean hombres?, ¿de que sean muchos? o ¿de que sean importantes?
Tal vez sea necesario apelar una vez más al Talmud para recordar que cada vida importa por sí misma, que no es poca cosa porque «… la humanidad fue creada a partir de una vida para enseñarnos que destruir a una vida es destruir todo un mundo, y que salvar una vida es salvar a un mundo…»
He aquí el relato textual traducido del diario francés ‘Liberation’:
“El 15 de agosto último, una jovencita de 16 años ha sido colgada en lo alto de una grúa en la provincia de de Mazandarn, en el norte de Irán. Su crimen: ’actos incompatibles con la castidad’ Amnesty Internacional Estados Unidos, que relató sobre su caso, no precisó sobre las condiciones de su arresto. ¿Flagrante delito de prostitución o acto de amor con su amiguito? Finalmente esto importa poco. En realidad lo que es necesario saber son las condiciones de su proceso y de su ejecución. Demasiado pobre para ser asistida por un abogado, Atefeh Rajabi, se ha defendido sola (a pesar de que la ley iraní exige la presencia de un abogado) y con una audacia extraordinaria que la condujo todavía mas rápido al pie de la grúa. No solo insultó a su juez, el mullah Haji Reza, acusó al régimen de corrupción y, para terminar, se arrancó ciertas prendas de su vestimenta (no se dijo cuales) ante toda la Corte.
En un arrebato de furia el juez la condenó a la horca en el más breve plazo posible. En menos de tres meses el asunto estuvo concluido. Con la aprobación de la Suprema Corte de la República Islámica y del Ministro de Justicia. Pero su cólera no se detuvo allí, el fallo determinó que el juez sería quien pondría la cuerda alrededor del cuello de Atefeh Rajabi y daría la orden de muerte. Enterrada el mismo día de su ejecución, su cuerpo fue desenterrado por desconocidos y desapareció. No quedó allí nada de esta adolescente torturada por bárbaros en nombre de la ‘shariá’. Sólo un nombre que se ha unido a la larga lista de los mártires de las religiones totalitarias. Esto es poca cosa, lo concedo, pero no es la más mínima de las cosas. Una última precisión: su compañero detenido al mismo tiempo que ella, ha sido condenado a recibir 100 latigazos, una vez que el castigo fue cumplido ha sido liberado. Es, hoy, un hombre libre“.