A propósito del inicio de los Juegos Olímpicos de Atenas:

Septiembre Negro, Munich y la venganza de los israelíes

En septiembre de 1972, durante los Juegos Olímpicos de Munich un comando de "Septiembre Negro", secuestró y asesinó a 11 atletas israelíes en una tragedia que conmovió al mundo. El episodio, sin embargo, no terminó allí. Un comando israelí salió, diez días después, desde Tel Aviv con la misión de ejecutar a los responsables. La venganza llevaría más de un decenio y en la cacería perseguidos y perseguidores perderían la vida. A pocos días del inicio de los próximos Juegos Olímpicos de Atenas, Nueva Sión recuerda esta trágica historia grabada a fuego en las páginas del deporte internacional y el olimpismo.

Dos días antes de empezar los Juegos Olímpicos, el gobierno alemán recibió un informe sobre posibles atentados terroristas en Europa. El primero llegó a las oficinas de la compañía aérea Lufthansa, alertando sobre un plan para desviar un avión de la belga Sabena en la ruta Bruselas-Londres para llevarlo a Adén, Yemen del Sur. Se presumía que un comando árabe viajaría en tres grupos a Londres, Amsterdam y Madrid entre el 4 y el 30 de agosto, proveniente de Rumania, Austria y Alemania Federal.
El 30 de agosto un nuevo aviso emanado de la inteligencia alemana reveló la partida desde Beirut de un grupo de fedayines. Era el quinto día de competencia. Los guardias y de la RFA fueron puestos en doble alerta.
En la villa olímpica había 15.000 policías, 25 helicópteros, 12.000 soldados y un centenar de agentes de contraespionaje. Sin embargo, a pesar de la envergadura, formaban un aparato impotente pero paralizado por antiguas culpas y fantasmas del pasado, de aquella olimpiada de 1936 organizada por el Tercer Reich, cuya imagen pretendían borrar.
Pasadas las cuatro de la mañana del martes 5 de septiembre un guardia observó a un joven que se desplazaba cerca de la villa. Poco antes, un empleado de correos había visto a cinco hombres en buzo saltando una reja.
A las cinco en punto, ocho sujetos enmascarados ingresaron a la villa olímpica e invadieron el hospedaje de los atletas israelíes. Nueve logran escapar pero once fueron secuestrados. El entrenador del equipo de lucha, Moshé Weinberg, de 33 años, quien llegaba de comer de un restaurante y el levantador de pesas Joseph Roamno son asesinados al resistirse al secuestro. Había comenzado una larga noche negra.

El primer desenlace

Willy Brandt hizo el último intento tratando de convencer a Egipto para que reciba a los terroristas palestinos. Cerca de las nueve habló con un consejero de Andwar Sadat: «No queremos vernos involucrados», respondió el egipcio. Brandt, tomándose la cabeza vaticina que se avecinaba la catástrofe.
Pasadas las nueve, el jefe de los terroristas abandona el edificio para examinar la ruta de escape. «Si no vuelvo en 3 minutos, mátenlos» ordenó. Pero regresó para abordar un bus que los lllevaría a dos helicópteros. Las armas de los fedayines estaban como fijadas sobre las cabezas de los deportistas.
De este modo logran despegar en las aeronaves. En dos de ellas viajan los protagonistas del trama.
Diez minutos después, las naves aterrizan en el aeropuerto sólo alumbrado por la torre y los edificios vecinos. De los 25 francotiradores, 5 lograron llegar a la pista del aeropuerto y se ubican tras el avión de Lufthansa.
A las 23,03 dos terroristas bajan, caminan hacia el avión y regresan. Enseguida otros dos descienden empujando a dos rehenes que llevan sus manos atadas a la espalda. La pista es repentinamente alumbrada con bengalas y focos. Suenan disparos. Los palestinos matan a dos atletas antes de caer muertos, ellos también, por dos impactos de bala.
Pasada la medianoche se les pide, nuevamente, que se rindan. Un miembro de Septiembre Negro lanza una granada sobre un helicóptero. Cuatro israelíes y el piloto vuelan por los aires en medio de una bola de fuego. El infierno se desata. Poco después, en medio del humo, surge en toda su magnitud la tragedia. Sólo tres de los secuestradores sobreviven.

La venganza

Tel Aviv, diez días después. Zvi Zamir, jefe del servicio secreto israelí -el Mossad-, llega a la casa de un veterano agente. Va en busca del hijo mayor de la familia, un capitán de reserva de un grupo comando -Avner-, de 25 años, héroe de la Guerra de los Seis Días. Avner es buzo táctico y un extraordinario combatiente de las tropas israelíes de elite.
En pocos minutos ambos están frente a Golda Meir y al entonces general Sharón. «Acuérdese de este día. Lo que vamos a hacer puede cambiar el curso de la historia judía», dice la Primera Ministra.
La misión de Avner será ejecutar a los once hombres que planificaron y organizaron la matanza de los atletas israelíes. Si Avner es capturado, quedó en claro que Israel negaría cualquier vinculación; tampoco debe regresar mientras no sea autorizado. Avner dispondrá de cuentas abiertas en Ginebra, París y Amsterdam por 250 mil dólares, que serán repuestos tras cada giro, y comandará a un grupo integrado por otros cuatro hombres: Carlos, un viejo halcón judío alemán; Hans, un falsificador genial; Robert, hijo de un matrimonio de jugueteros de Birmingham, experto en explosivos; y Steve. Debían ser precisos. No dejar huellas ni víctimas inocentes. “Nuestros enemigos deben pensar que están indefensos y que los podemos alcanzar cuando querramos», se les advierte.

La cacería

El grupo abandona Israel con destino a la entonces República Federal Alemana. Su primer contacto es un tal Andreas, miembro del grupo terrorista alemán Baader Meinhoff, a quien pagan 100 mil dólares por la información suministrada. Avner viaja a Canadá donde se entrevista con integrantes del Frente de Liberación de Quebec. Regresa a Europa y ya en París, un viejo librero trotskista -habitante del Barrio Latino- lo contacta con un terrorista latinoamericano quien le proporciona valiosas pistas.
Cuarenta días después de la matanza de Munich los vengadores localizan a su primera víctima, el encargado de reclutar al comando palestino. Está en un departamento del Corso Trieste, en Roma.
El 16 de octubre, cuando llegaba con una bolsa de alimentos, es abordado por dos integrantes del grupo armado por el Mossad. «¿Es usted Wael Zwaiter?», le preguntan. Al asentir, Avner y Robert le disparan 14 balas de Beretta 33.
En París, el 8 de diciembre, ubican a Mahmud Hamshari. Está en el 175 de la calle Alesia, protegido por cuatro fedayines. Logran intervenirle el teléfono y cuando solicita servicio técnico, acude al llamado Robert, quien coloca una pequeña bomba bajo la mesa del aparato.
Una señal sonora activa la explosión y Hamshari es alcanzado en el bajo vientre. Tarda un mes en morir, pero antes revela la técnica empleada por los vengadores.
El 24 de enero de 1973, Abal Al Chir, un organizador de atentados que aparenta ser profesor de lenguas orientales, se acuesta en su cama en un hotel de Nicosia. Seis cargas explosivas instaladas entre el somier y el colchón estallan y lo despedazan. Avner y sus hombres quedan satisfechos.
Basil Al Kubeisi, responsable de los armamentos del Frente Popular de Liberación de Palestina (FPLP), es baleado por Avner y Hans el 6 de abril, muy cerca de la Iglesia parisina de Madelaine. Es la cuarta víctima.
El grupo israelí, luego, se traslada a Beirut. Allí están los otros tres responsables de la masacre de Munich: Kamal Nasser, Kamal Udwan y Abu Yussuf (miembro del comité central de Al Fatah), protegidos por el máximo líder del FPLP, el doctor Georges Habache. Más de cincuenta palestinos vigilaban el lugar, un edificio de tres pisos.
Avner avisa a Israel y propone organizar una operación combinada con comandos que lleguen por mar. El 8 de abril Yussuf es acribillado desnudo a la salida de un encuentro amoroso; Nasser es baleado en su despacho y Udwan desintegrado por una granada. Varias cargas explosivas derriban el edificio para proteger la huida de los comandos judíos.
Esa noche, a metros de allí, se escapa uno de los hombres más buscados por Avner, Muhamad Budía, el ex jefe del Frente de Liberación Nacional argelino y responsable del FPLP para toda Europa. Dos meses más tarde, el 28 de junio, lo sorprenden en París. Robert pone una bomba en el automóvil de Budía y a los minutos el terrorista salta despedazado.

Ojos y dientes apretados

La cacería se hace cada vez más difícil. Waddi Haddad, jefe de la masacre de Munich se refugia en Yemen del Sur. Otros dos, Hassan Salameh (hombre clave del aparato de inteligencia de Al Fatah) y Abu Daud, no pueden ser ubicados. Lo que sí sucede, entonces, es que el grupo comando israelí comienza a ser perseguido.
Carl es víctima de los encantos de una terrorista holandesa; Hans es acribillado en el Ostpark de Frankfurt y Robert es dinamitado en su laboratorio clandestino en Bruselas.
Ephraim ordena el regreso de Avner y Steve. Sólo el segundo obedece. Avner, obsesionado, intenta seguir la persecución.
El Mossad envía a Europa un grupo de relevo. En enero de 1979, Salameh y sus guardaespaldas son desintegrados en Beirut. En julio de 1981, Abu Daud es baleado en una cafetería de Varsovia. Haddad, el único inalcanzable, el que decidió la masacre, muere de cáncer en un hospital de Berlín Oriental.
Un tercer equipo también operaba desde julio de 1973, un mes después de la ejecución de Budía. El Mossad había encomendado a un mercenario francés, Edouar Laskier -Mike-, la muerte de Salameh y Daud. Mike recluta a 15 personas cuyas mayores habilidades eran manejar rifles calibre 22 a quienes reúne en la ciudad noruega de Lille Hammer.
Un informante del Mossad había avisado que Salameh entraría en contacto con un hombre de Septiembre Negro, un tal Kamel Benamane. Mike y sus hombres ubican a su presa en una casa, junto a una piscina, conversando con quien suponen su contacto. Disparan trece balas sobre Salameh, quien en verdad era un marroquí, llegado a Suecia en 1966, casado con una sueca y, lo más importante, completamente inocente.
El 20 de enero de 1974 cinco miembros del comando de Mike son condenados a prisión en Noruega. Los otros alcanzan a huir.
La matanza de Munich, había sido vengada.