El escritor plantea la exigencia de terminar con lo que designa “conciencia mitológica provista por el judaísmo” y tratar de apelar a otros modelos educativos. Aunque afirma ser conciente de estar cometiendo una gran simplificación, considera que existen dos modelos posibles para imitar, uno, el norteamericano que ha basado la creación de la identidad norteamericana partiendo de mitos antiguos y nuevos y el otro, el europeo que estableció una continuidad histórica en el tiempo y en el espacio. No obstante aclarar que prefiere éste último, también sostiene que en la cuestión de crear una nueva identidad le parece más importante mirar hacia el futuro que detenerse en los hechos del pasado.
Su rechazo por la historia, es prácticamente una posición ideológica, con bastantes adeptos en este momento. Evidentemente apuesta al futuro renegando del pasado como de una carga inútil, no considera que el presente puede comprenderse mejor a la luz de los acontecimientos que lo produjeron. Cuando evidencia su desprecio por la historia judía al colocarla en la categoría de una “conciencia mitológica” es visible que ignora deliberadamente que no sólo han sido mitos los que llevaron a una minoría dispersa y perseguida a mantenerse unida, atravesando los milenios, soportando todo tipo de persecuciones para llegar vitalmente hasta este presente.
Los judíos son el único pueblo de la antigüedad que ha sobrevivido, y con tanta vitalidad y energía para poder crear un Estado moderno luego del más espantoso genocidio que ha conocido la historia.
Seguramente, si el judaísmo solo hubiese estado inspirado, como él lo afirma, por una mera “conciencia mitológica”, hace cientos de años que hubiera desaparecido.
Tal vez desconozca que el judaísmo no hizo nada diferente a lo hecho por otros pueblos cuando considera que su identidad está basada en una “conciencia mitológica” y no en un pasado histórico. Los europeos durante toda la Edad Media, y mucho más allá, definieron su identidad a través del cristianismo.
Ser cristiano era ser europeo, o a la inversa. Las monarquías europeas remontaron la legitimidad de sus orígenes hasta el Rey David, la palabra Káiser, lo mismo que Zar proviene de la denominación de los emperadores romanos, el César.
La Unión Europea con toda su modernidad, se ha inspirado en una muy vieja y mítica tradición que fue inspirada por el Imperio Romano, reconstruir la unidad y su pasada grandeza ha sido una recurrente aspiración europea.
Por nuestra parte, consideramos que el judaísmo adoptó un notable recurso al sacralizar su pasado para trascender a la historia, por esa razón los judíos aún recuerdan las invasiones de los babilonios y los romanos, por eso los judíos nunca olvidaron ni a Jerusalem ni a la tierra de Israel.
Es un problema que desde el secularismo judío y no judío también, se haya banalizado la antigua memoria judía de la tierra perdida, que no se haya comprendido que fue mucho más que un mito a lo largo de las generaciones. Recurrir a los viejos documentos y a los buenos historiadores, serviría, al contrario de lo que supone Yehoshua, para comprender la obstinación judía en su culto a la memoria, no sólo a los mitos, como afirma con tanta ligereza.
Cuando dice que los judíos “llevaban una vida en común en un territorio imaginario”, está menospreciando las condiciones en que transcurrió la existencia judía diaspórica. En realidad lo hacían en un plano bien concreto, con un contacto muy fuerte con el entorno y la realidad circundantes. El peligro acechaba siempre, en cualquier momento llegaban los ataques o las órdenes de expulsión; tal vez, ese aferrarse a una conciencia utópica, a esa esperanza de redención en la tierra de Sión, estaba muy relacionado con las persecuciones sufridas, nunca les permitieron considerar como propio ningún lugar donde se establecieron.
Con el surgimiento del cristianismo los diversos concilios establecieron prohibiciones, discriminaciones y exclusiones que se prolongaron casi hasta fines del Siglo XIX en Europa, (mejor no mencionamos que les sucedió a los judíos en pleno Siglo XX). Cuando se refiere a “ los numerosos judíos que no demostraron gran interés en integrar su identidad nacional , su forma de vida allí donde se asentaban o sus relaciones con los no judíos entre los que vivían” debería recorrer los textos de Historia para recordar que les ocurrió a los judíos españoles expulsados luego de 1200 años de existencia en la Península Ibérica, a los judíos alemanes con el nazismo, uno de los ejemplos mas paradigmáticos del Siglo XX y, quizás, también a los judíos italianos, los más antiguos de Europa, más viejos que el Imperio Romano, despojados por el gobierno fascista de su nacionalidad, a los judíos de África del Norte, o a los judíos franceses que estuvieron allí desde que los llamara el Emperador Carlomagno y que fueron entregados a los nazis por la Francia de Vichy.
Ese rechazo por la Historia que manifiesta el novelista se agrava en relación al tema del Holocausto cuando sostiene que merece ser ubicado en la categoría de mito.
Esta afirmación no difiere mucho de los que rechazan la historia de la Shoá, el actual presidente de Irán podría coincidir con él. Los mitos pertenecen al incierto territorio de la imaginación, de las leyendas, los cuentos y las fantasías. Seguramente aquellos que reniegan de la veracidad de lo sucedido en el Holocausto deben sentirse muy agradecidos por este valioso aporte.
Sus juicios contra la “conciencia mitológica” lo llevan a la incoherencia intentando demostrar que a causa de ella, “a lo largo de los siglos muchos judíos fueron apartándose de sus raíces y asimilándose a otras culturas” luego de que -anteriormente- ha afirmado lo opuesto.
Es curioso que en ningún momento aluda a las persecuciones padecidas por los judíos, a los ataques, a los asesinatos masivos y a las conversiones forzadas que hicieron que gran número de personas quedara fuera del judaísmo.
Por supuesto que hubo quienes se asimilaron voluntariamente, pero si Yehoshua reflexionara desde un punto de vista histórico podría comprender que las instituciones creadas por los judíos en la diáspora, resistieron con gran inteligencia y fortaleza a todos los intentos de destrucción por parte de sus enemigos.
Esa misma falta de conciencia histórica, esa insistencia en remitir todo el pasado a una categoría mitológica le impide reconocer que el judaísmo es muchas cosas a la vez. Ha tenido la sabiduría de cambiar para poder continuar existiendo, no hay una autocrítica mas feroz que la de los propios judíos, para quienes, justamente, nada es tan sagrado que no merezca ser analizado, criticado o recreado y que ha hecho que gente muy diferente entre sí, haya permanecido unida a su pueblo porque a pesar de la diversidad existente dentro del judaísmo no quiere perder su identidad judía.
Por otra parte, atribuirles a los judíos la responsabilidad por la existencia del antisemitismo es, en el fondo, culparlos (culparnos) por su existencia, por continuar aferrados a su propia identidad. Nadie ignora que hay antisemitismo donde nunca hubo judíos o donde los exterminaron definitivamente. Es posible que ante su falta de conocimiento y comprensión del contexto histórico, culpe a los judíos de un problema que padecen, pero que no podrán resolver por sí mismos, serán los otros, la gente de bien quienes deberán cumplir con la tarea que llevará tantos milenios destruir como tantos milenios llevó la construcción del antisemitismo.
Los vínculos que unieron a los judíos del mundo es uno de los mayores logros de este pueblo, los lazos que los ligan fueron anudados en la historia, no en los mitos. De allí su firmeza y resistencia. El pueblo judío, hasta la creación del Estado de Israel, fue considerado como una Nación sin territorio.
Cuando Yehoshúa adhiere al modelo europeo de historia, tal vez, ignora que éste está plagado de sus propios mitos e invenciones, y porque -tal vez- desconoce que el sionismo abrevó en los mismos mitos nacionalistas europeos.
Tal vez prefiera seguir ignorando que esa vieja memoria judía europea siguió aferrada a su propia utopía redentora porque nunca le permitieron olvidarla y porque, a fines del siglo XIX, un judío asimilado, atónito ante el juicio al judío Dreyfus comprendió que la posibilidad de la emancipación judía había sido solo un sueño muy breve.
En este mundo muy globalizado no parece que haya muchos países que hayan renunciado a sus propios mitos fundantes, antes más bien lo que se visualiza es que existen muchos estados más aferrados que nunca a viejos mandatos atávicos en tanto que subsisten por todas partes los mismos viejos odios y xenofobias de antaño.
En algún momento, tal vez la historia tradicional sionista deba ser analizada, deba ser objeto de una nueva lectura crítica, como todas las historias que necesitan revisar su pasado. Italia y lo sucedido con su invasión a África, España y los sucedido en la Guerra Civil y como estas tantas historias. La cuestión a plantearse es quien lo hará o si será hecho bajo los parámetros propuestos por Yehoshua o la gente que piensa como él, porque la cuestión del contexto histórico no puede ser obviada como ha intentado hacerlo el escritor en su artículo.
Ciertamente, y aunque para Yehoshua la historia del judaísmo no sea valiosa, no podrá negar que tiene la marca de la singularidad, lo mismo que la tiene Israel.
Quizá la normalidad a la que aspira nunca pueda lograrse, tal vez sea demasiado arriesgado y prematuro que sea justamente Israel quien comience por renegar de su muy antiguo pasado, de su muy viejo sueño, para intentar crear una identidad que, tal vez, no lo conduzca a ningún futuro; y muy probablemente, en las condiciones presentes, lo lleve a su desaparición.