Aparecido en ‘El Periódico’:

La promoción de Hamas

”La victoria electoral de Hamas es ominosa, pero lamentablemente comprensible a la luz de acontecimientos recientes. Es enteramente justo describir a Hamas como fundamentalista, extremista y violenta, y como una seria amenaza a la paz y a un acuerdo políticamente justo. Pero es útil recordar que, en aspectos importantes, Hamas no es tan extremista como otras organizaciones”.

Por Noam Chomsky

Por ejemplo, Hamas declara que estará de acuerdo con una tregua sobre la base de la frontera internacional reconocida antes de junio de 1967. La idea es totalmente ajena a Estados Unidos e Israel, que insisten en que cualquier salida política debe incluir la ocupación israelí de partes substanciales de Cisjordania y de las colinas del Golán.
Hamas ganó combinando una fuerte resistencia contra la ocupación militar con la creación de organizaciones sociales para servir a los pobres, una plataforma y una práctica que probablemente haría ganar votos en cualquier lugar. Sin embargo, para la Administración de Bush, la victoria presenta otro obstáculo para el programa de difusión de la democracia, denominado oficialmente «Promoción de la democracia».
La posición de Washington en las elecciones en Palestina ha sido coherente. Estas estuvieron suspendidas hasta la muerte de Yasser Arafat, que fue recibida como una oportunidad para hacer realidad la visión de Bush de un Estado palestino democrático, un pálido y vago reflejo del consenso internacional en favor de dos estados -israelí y palestino-, que Estados Unidos bloquea hace 30 años.
En un análisis publicado en ‘The New York Times’, poco antes de la muerte de Arafat, a la espera de que la democracia reemplace a un ícono palestino, Steven Erlanger escribió: «La era posterior a Arafat será la última prueba de un artículo de fe norteamericano por antonomasia: que las elecciones proveen de legitimidad incluso a las más frágiles de las instituciones». En el párrafo final leemos: «Sin embargo, la paradoja para los palestinos es rica. En el pasado, la Administración de Bush se resistió a nuevas elecciones legislativas en Palestina. La idea en aquel momento fue que las elecciones mejorarían la imagen de Arafat, le darían un mandato renovado y podrían ayudar a dar credibilidad y autoridad a Hamas». Un inciso: el «artículo de fe por antonomasia» es que las elecciones son buenas en la medida en que los resultados son adecuados.
El problema tiene un equivalente reciente. En Irak, la reivindicación masiva no violenta obligó a Washington y Londres a permitir las elecciones que habían tratado de bloquear con una serie de planes. El esfuerzo posterior para subvertir unas elecciones no deseadas, otorgando ventajas sustanciales al candidato favorito de la Administración y expulsando a los medios de comunicación independientes, también fracasó.
En Palestina, Washington recurrió también a formas típicas de subversión. El mes pasado, ‘The Washington Post’ informó que la Agencia para el Desarrollo Internacional, dependiente del Gobierno de Estados Unidos, se transformó en un «conducto invisible» para «incrementar la popularidad de la Autoridad Palestina ante unas elecciones cruciales en las cuales el partido gobernante enfrenta un serio desafío por parte del grupo islámico fundamentalista Hamás». Y ‘The New York Times’ informó: «Estados Unidos gastó alrededor de 1,9 millones de dólares, de los 400 millones anuales en ayuda a los palestinos, en docenas de proyectos urgentes, antes de las elecciones de esta semana para reforzar la imagen de la facción gobernante de Al Fatah ante los votantes, y fortalecerla ante su rival Hamas».
Como es normal, el Consulado de Estados Unidos en Jerusalem oriental le aseguró a la prensa que los ocultos esfuerzos sólo intentaban «mejorar las instituciones democráticas y apoyar a los participantes demócratas, no sólo a Al Fatah».
En Estados Unidos o en cualquier otro país occidental, una insinuación sobre este tipo de interferencia destruiría a un candidato, pero la arraigada mentalidad imperial hace legítimas en cualquier otra parte estas medidas de subversión de las elecciones.
Sin embargo, el intento falló rotundamente. Los gobiernos de Estados Unidos y de Israel tienen ahora que acomodarse a negociar de algún modo con un partido islámico fundamentalista, que coincide con ellos en su tradicional rechazo del consenso internacional. El compromiso formal de Hamas de «destruir Israel» empareja a la organización con Estados Unidos e Israel, que prometieron que no habría ningún Estado palestino (aparte de Jordania), hasta que ambas naciones suavizaron parcialmente en los últimos años su posición de rechazo total, y aceptaron un mini Estado formado por fragmentos de lo que quede sin ocupar después de que Israel se apropie de la parte de Palestina que desea.
Simplemente, como conjetura, imagine el lector por un momento una inversión de las circunstancias que se dan ahora: que Hamas permitiese a los israelíes vivir en cantones desparramados, inviables, en la práctica separados unos de otros, y en alguna pequeña parte de Jerusalem, mientras que los palestinos construyeran enormes asentamientos y proyectos de infraestructura para apoderarse de las tierras y los recursos valiosos. Y que, al mismo tiempo, Hamas aceptara llamar a los fragmentos Estado. Si se hicieran propuestas para esta empobrecida forma de Estado, los norteamericanos nos sentiríamos horrorizados.
Pero con ese tipo de propuesta, la posición de Hamas sería esencialmente igual a la de Estados Unidos e Israel con Palestina.