En 1967, estalló la tercera guerra entre Israel y los países árabes. En tan sólo seis días Israel triplicó su tamaño. Desde ese momento las Naciones Unidas solicitaron que se retire de esos territorios. Una parte se devolvió, pero a 38 años, ni Gaza ni Cisjordania habían sido desocupadas, hasta agosto pasado.
Durante los ´90 se intentó alcanzar la paz, pero en el 2000 los palestinos comenzaron la segunda Intifada y en plena violencia se eligió a un “mano dura” como Ariel Sharón para el cargo de Primer Ministro en Israel.
En ese contexto de violencia -que duró hasta hace pocos meses-, Sharón usó la colonización como política de represalia y negociación. Pero la mano dura no alcanzó, o no sirvió: aunque disminuyeron los atentados, aumentaron las incursiones militares y se construyó la cuestionada barrera o muro de seguridad, la imagen de Israel se deterioró y la economía empeoró.
Entonces Sharón cambió de estrategia y resolvió retirarse unilateralmente de Gaza, ya que “hoy en día no hay un interlocutor válido del lado palestino con quien avanzar en el Proceso de Paz”, dice el documento oficial (presentado por el Ariel Sharón el 6 de junio de 2004. Disponible en http://buenosaires.mfa.gov.il).
Una guerra colorinche
Pero la retirada no es tan fácil como en los papeles. Los colonos pertenecen a sectores ultra-otodoxos que creen que esa tierra les corresponde porque se la dio Dios, o a sectores nacionalistas laicos que creen que tienen derecho sobre ese territorio.
Pero ante la inminencia de la retirada los ortodoxos-nacionalistas decidieron realizar una revuelta opositora amenazante vistiéndose de naranja. Mientras tanto, quienes apoyaban al gobierno vestían de azul.
Mucho se especuló con una guerra civil: pero el enfrentamiento fue más cualitativo (ideológico) que cuantitativo. Así, pese a la resistencia naranja, Gaza fue desconectada.
“En términos del Derecho Internacional, Israel está cumpliendo con la ley”, explicó Mario Sznajder, doctor en Ciencia Política de la Universidad Hebrea de Jerusalem a Nueva Sión.
“Y políticamente -continúa- lo beneficia porque la situación de ocupación también causa mucho daño interno. Por eso se debe hacer lo necesario para remediar un error histórico que conduce a la perpetuación del conflicto”.
Pero este no el fin de la historia. Así que bien vale la pregunta: ¿Después de Gaza, qué?
La continuidad del conflicto
Esta pregunta tiene (al menos) dos repuestas. En el plano internacional se debe aceptar -aunque no minimizar- que el nivel de violencia cayó aún más de lo esperado. Incluso Mazen -Presidente de la AP- condena los atentados, cosa que en tiempos de Arafat no solía ocurrir.
En el plano interno, sin embargo, los naranjas aún no han sido derrotados y siguen dando batalla en la Knesset (Parlamento). Sharón perdió todo apoyo de su partido y decidió armar un partido propio (Kadima).
Avodá abandonó la coalición de gobierno porque “el gobierno de unidad nacional es un gobierno sin corazón y capitalista”, tal como lo definió Amir Peretz, quién ganara las internas al histórico Shimon Peres.
El escaso apoyo al ex líder del Likud determinó la disolución del Parlamento y el llamado anticipado a elecciones para el 28 de marzo próximo.
Ahora Netanyahu -quien renunció al Ministerio de Economía por no acordar con la desconexión- quedó al frente del Likud y tildó de “dictador” a su viejo compañero. Sharón por su parte, logró captar para su nuevo partido a Peres, legendario líder de Avodá.
Lo que viene, lo que viene…
Aunque sin ningún rigor científico, se pueden dar algunas pautas sobre lo que vendrá.
Si ganara Netanyahu es de esperar una actitud anaranjada: acciones reacias para con los palestinos, encaminadas más hacia el “gran Israel” que hacia algún plan de negociación y paz justa. En lo económico se reafirmará el neoliberalismo.
El voto de los azules se repartirá entre Avodá, Kadima -el nuevo partido de Sharón- y Meretz. Del primero se espera que sigan las negociaciones, posiblemente encaminadas hacia el ‘Mapa de Rutas’ y a una política económica con rostro social. La política de Sharón es posible que continúe fluctuando entre la continuidad y la incertidumbre.
Hoy las calles ya no se visten de naranja y azul. Pero, como dicen, lo esencial es invisible a los ojos. Y la guerra de los colores sigue manteniéndose en esencia: una amplia discusión donde los polos opuestos definen dos modelos de país bien diferenciados.