A la reunión llegó dos horas mas tarde, no era la primera vez que lo hacía. Si algo se programa para las 19 horas, él o ella llegará a las 20,30. Si es a las 10 de la mañana llegará a las 11.
Con desparpajo tomó una silla, se sentó haciendo un ruido tremendo y a los 5 minutos estaba pidiendo la palabra. No le importaba el orden del día, ni lo que estaban diciendo sus compañeros, es más, ni siquiera sabía a qué había venido.
Era uno de los tantos dueños de la verdad absoluta.
Todos hemos conocido alguno o alguna, los hay en todas partes. No sé si en nuestra comunidad mucho más, pero que los hay, los hay. Son esos personajes con los cuales no se puede discutir porque ellos lo saben todo y bien, dicen su verdad a ultranza, hiriendo, atacando, mintiendo, inventando o porfiando.
Con ellos o ellas no se puede intercambiar opiniones porque manejan un vocabulario amplio, rápido, seguro y firme. Hablan con soltura, interrumpen una reunión cuando se les antoja, y en voz alta, convirtiendo en enemigos acérrimos a todos los que se atreven a disentir con su opinión.
Ellos son los dueños de la verdad absoluta, única, indiscutible y verdadera. Lo demás no existe.
Defienden lo indefendible, lastiman sin escrúpulos, se meten en todo, descalifican opiniones ajenas dejando en el camino heridos y muertos por todas partes.
Siempre tienen una sonrisa en la boca, y son capaces de decirle a la misma persona a quien cinco minutos antes lastimaron, con un guiño de ojo: – ¡no importa, yo te quiero igual!
¿Quién de nosotros no ha sido torturado por algún personaje semejante a lo largo de su vida?
Da igual que sean hombres o mujeres, religiosos o no, y si son profesionales, peor todavía, porque su envanecimiento puede hacer estragos refregando, su título capacitante. Ellos o ellas siempre quieren ser estrellas.
No les importa hablar mal de quien dio una conferencia o escribió un artículo interesante, no soportan ser público, ellos quieren el estrado y no la silla. Los demás no saben nada, ellos sí.
Jamás una autocrítica. Imposible.
No nos engañemos, para ese tipo de personas, nosotros, simples seres humanos somos de un nivel inferior, siempre estamos un escaño más bajo que ellos. Jamás lo van a decir abiertamente, pero se las ingenian para que, sugestiva, sutil y hasta podría decir hipócritamente, nos enteremos.
Según su amplio saber, no hemos leído diarios ni libros, no estamos informados ni actualizados y no escuchamos radio ni televisión. Si por casualidad llegan a aceptar que sí lo hemos hecho, entonces aducen con total seguridad que no entendimos nada. Siempre tienen razón.
El diálogo con sus congéneres no existe. Ganar a cualquier precio es su objetivo y como precisamente ganar es su objetivo, puede suceder que, un día, nos llamen por teléfono, nos hablen obsecuentemente, y utilizando un lenguaje más coherente y acorde a “nuestra dotes personales” nos consulten y soliciten alguna sugerencia. Ese día desconfiemos.
Nuestros cuestionamientos no son valederos. Mencionarles que pudieran estar equivocados es considerado una ofensa. Jamás se retractan.
Si están ofendidos pueden darte la espalda contestando con insolencia: – ¡yo no vine para esto!
Estos seres están en muchos lugares. Pueden ser profesores de historia, docentes, psicólogos, abogados, religiosos o laicos. Una simple ama de casa, que por supuesto sabrá todo sobre nutrición, como un vendedor de zapatos, cuyo conocimiento sobre cueros superaran a los de cualquier científico. Eso es lo de menos.
Cualquiera puede toparse con alguien así a lo largo de su vida. Puede haber sido en el colegio, en alguna institución judía, en un negocio, en la Universidad, en la calle, en cualquier lugar.
Si son historiadores pueden hablar de mal de un filósofo, de un psicólogo, de un político o de un geólogo, da lo mismo, porque lo saben todo, y porque se sienten con derecho a criticar todo.
¡Ay del pobre conferencista que hable de historia, si no es profesor de historia!, como ellos.
¡Ay, del pobre genealogista si habla sobre genealogía!, si no es historiador.
¡Ay del pobre filósofo si no dijo lo que ellos, por supuesto, saben y han estudiado mucho mejor!
Si los dueños o dueñas de la verdad no fueran tan engreídos, soberbios, vanidosos, orgullosos, y pagados de sí mismos, si pudieran grabarse y escucharse 5 minutos podrían, a lo mejor, darse cuenta de que en realidad todo es relativo y discutible, que la humildad fue y será siempre una virtud, no un defecto, en todas las épocas; que tener dudas, deseos, temores, fantasías, fantasmas, miedos y preguntas, es normal y no es sinónimo de vergüenza; que no hay nadie que lo sepa todo, y que la verdad absoluta no existe así como siempre existirán preguntas imposibles de contestar.