Cine del alma y la memoria

18-J

Concurrir al cine a ver diez cortometrajes sobre la tragedia de la AMIA, a pocas horas de cumplirse los 10 años del atentado, es una vivencia complicada. Esto sucede con “18-J” En los difíciles días de julio, donde se mezclaron muchas sensaciones de bronca y dolor acentuadas por la fecha, apreciar el valor de estas 10 obras -muchas veces entre lagrimas- está más cerca del corazón y el pedido de justicia que de la crítica cinematográfica.

Por Roberto Moldavsky

Se unieron distintas visiones de transmitir el tema.
Desde Wainrot que transmite la inmensidad del dolor a través de la danza, hasta Sorín que se limita a pasar, una a una, las fotos de las víctimas, con una música que se mete en la piel.
Caetano opta por el efecto visual, mostrando cómo cambian pequeñas cosas segundos antes y después del atentado; o Daniel Burman, que nos lleva de paseo por el Once (como ya lo hizo en ‘El abrazo partido’), como estuviésemos en otro país, en otro mundo con sus verdaderos protagonistas en el que no se necesita hablar de la bomba, para recibir su mensaje.

Un grupo de directores opto por contar historias.
Stagnaro y Schacpes mezclan dos historias con la explosión.
El primero arranca con el Mundial de fútbol, (que terminó un día antes del atentado), y sigue con un estudiante secundario, de algún colegio de la zona, que une su miedo de no saber la lección y la desidia de su profesora, con la enorme explosión.
El miedo al extremo del alumno que representa, quizás, a una víctima, y la posición oficial: la profesora que dice…’’aquí no pasó nada’’.
Shapces también integra la explosión con la negativa de un chico de 13 años a hacer su Bar Mitzvá, en medio de una familia tradicionalista que sufre por su negativa y no se preocupa en entender los porqués.
La frase final, que sería la moraleja del corto, resultó más valiosa que el argumento mismo.
Cedrón encuentra a una familia judía que mandó a su hija a Israel en 1976, que tiembla con cada atentado que escucha en la radio, rogándole a su hija que vuelva a la ‘’apacible Buenos Aires’’.
Una familia que vive escapando a un espiral de violencia, del que obviamente no podrán zafar.
Suar arma una historia bastante ‘’Polka’’, con algún golpecito bajo, que a esa altura de los cortos duele bastante. Un tío que tiene que llegar a un ‘brit milá’ (rito de circuncisión) y que por ir a la AMIA a buscar unos papeles, encuentra su trágico destino. El corto termina con un video que aquel bebé mira, luego de 13 años, filmado por aquel tío el día de su ‘brit milá’, donde le pide que bajen a abrirle la puerta porque llegó de sorpresa.
No de casualidad dejamos para el final lo que -a entender de este cronista- son los dos cortos más valiosos de la muestra.
Doria relata, a través de una actuación impresionante de Susu Pecoraro, todos los pormenores de la causa desde la explosión a nuestros días.
No pretendo adelantar más datos, y mucho menos el final, pero Doria logró transmitir sensaciones durísimas y, a la vez, resumir lo que fue esta causa.
Arriesgando un poco en este concepto Doria se metió bien adentro del tema, y se notó su grado de involucramiento cuando el sábado 17, en el acto de Memoria Activa, agradeció que le hayan permitido participar del proyecto.
Lechi nos llevó a la Quebrada de Humahuaca, donde una madre espera noticias de su hijo que trabaja en el ‘’barrio no 11’’, donde parece que se descubre el mundo a través de descubrir qué es la AMIA, qué es un judío y hasta qué es una bomba.

18-J”es un excelente proyecto que está más allá de su valor artístico y donde a todos los cortos les falta, lo mismo que a la realidad- un final feliz. Sería deseable, al menos, que la realidad tenga un final más justo donde “los malos de la película” paguen por lo que hicieron.