Atentado a la AMIA

10 años de soledad

1994. El tránsito se desplaza con la pesadez habitual, ese lunes de invierno de 1994. En la calle Pasteur al 600 un edificio antiguo, con rasgos de modernidad, concentra la incipiente actividad tradicional. En la AMIA, la mutual judía, hay gente que hace trámites por un familiar muerto, o busca empleo en la bolsa de trabajo, o solicita ayuda. Han empezado las vacaciones escolares de invierno y ayer domingo se jugó la final del Campeonato Mundial de Fútbol, entre Italia y Brasil coronándose campeón éste último. Son las 9 y 52 de ese lunes 18 de Julio.

Por Hugo Presman

2004

Buenos Aires, invierno del 2004. El frío climático sacude a una esperanza tibia, alimentada en un discurso distinto y en algunos hechos alentadores. Néstor Kirchner produce importantes avances en el tema Derechos Humanos, mientras que los sectores económicos concentrados vuelven a ganar como en las mejores épocas, aunque articulan a través de los medios que le responden un clima adverso basado en el discurso del miedo, el desabastecimiento energético y la inseguridad. La aparición activa de nuevos actores sociales como los piqueteros los espanta. Franjas crecientes de clase media junto con sectores humildes asalariados constituyen una base social sobre la cual se monta con increíble cinismo la idea que el problema central de la Argentina son los piqueteros.
Ya no está Carlos Menem como en 1994, poniéndole bandera de remate al país. Tampoco Fernando de la Rúa y sus dos penosos años de gobierno. También pasó por la presidencia el gobernador Eduardo Duhalde, que apañó a la policía bonaerense sospechada de estar implicada en el atentado.
Memoria Activa sigue ocupando, los días lunes, un espacio en un sector de la Plaza Lavalle frente a un Palacio de Justicia tan sordo y ciego como la iniquidad.
Rubén Beraja, el referente comunitario más importante en 1994, pasa sus días en una prisión VIP, por defraudación a ahorristas e inversores de la mesa de dinero del Banco Mayo. Está acompañado por María Julia Alsogaray, el símbolo de la frivolidad, el desparpajo y de la alianza del liberalismo con Menem.
No están los amigos menemistas de ambos. Tampoco se encuentra el flebólogo Ferreira, que invitó a Rubén Beraja a integrar el Tribunal de Etica en concordancia con los valores predominantes en la década menemista. Tampoco está Sergio Szpolski, sociólogo y rabino, ex tesorero de la AMIA, que colocaba los fondos de la institución en el Banco Patricios, presidido por su tío, que se derrumbó por las condiciones externas desfavorables y manejos internos pocos diáfanos. El periodista Diego Melamed, en su libro ‘Los Judíos y el Menemismo’, cuenta el origen del trabajo cuando fue testigo de la frase de un joven dirigente que al terminar de negociar, telefónicamente, una importante cuestión judicial le dijo ‘¿Te das cuenta de por qué me robé la plata de los muertos de la AMIA? Tengo una sangre fría que me asombra…’
El juez Galeano, defendido por las autoridades de la comunidad judía y algunos periodistas ha sido desplazado y, posiblemente, termine preso por su ‘investigación’ saturada de aberraciones y omisiones. Los fiscales también han recibido acusaciones y uno ha renunciado.
Detrás deja la innumerable cadena de errores, operaciones de inteligencia, imprudencias, entorpecimientos, irresponsabilidades, delitos y omisiones que se cometieron durante la instrucción de la causa.
En Comodoro Py, el Tribunal Oral número 3, está concluyendo el juicio basado en la instrucción realizada por Juan José Galeano. La sentencia tenderá a poner una lápida sobre diez años de impunidad.
En la DAIA, el berajismo intenta reponerse de la derrota sufrida en las últimas elecciones, en las que perdió la presidencia a manos de Gilbert Lewi, pero reteniendo resortes básicos del poder. La enfermedad de Lewi y su pedido de licencia, permite la continuación de la complicidad, aunque deban permanecer lejos de la opinión pública. El clima ha cambiado y ellos son dinosaurios destinados a la extinción, o como es común a la sobrevivencia cambiando de ropaje y extendiendo un manto de amnesia sobre el pasado.

1994

Alguien va en busca de un café, una madre se encuentra con su hijo, la recepcionista intenta dibujar una sonrisa que oculte el estado de ánimo de un lunes, un anciano se dirige hacia la biblioteca. Son las 9 y 52 y la vida se despereza con la lentitud del primer día laborable. Solo falta un minuto para que el horror fiche su presencia. La estrecha frontera entre la vida y la muerte se consumen en sesenta segundos. Las manecillas del reloj avanzan inexorablemente. El coche-bomba, o las bombas van a estallar. Son las 9 y 53 minutos.

2004

Buenos Aires, diez años después. Diana Malamud, se sigue preguntando, como en 1996, cómo explicarle a los hijos, padres, o madres de las víctimas el vacío lleno de dolor que proyectan los ausentes. Sigue resonando en la calle Pasteur el testimonio recogido en un discurso histórico: ‘Era el 18 de Julio de 1994. Mis compañeros de trabajo Mirta, Verónica, Noemi, Rita, Marisa, Norberto, Claudio, Yanina, Naum, Jaime; todos los de adentro y todos los que caminaban por la calle Pasteur, los que esperaban, los que tenían sueños y los que sufrían, los que gozaban, ninguno de ellos pudieron elegir. Fui compañera de trabajo de los que no sobrevivieron y de los que sobrevivieron. Soy la que mira los nombres en el muro, la que acaricia los nombres, la que guarda secretos de esos nombres’.
La voz de Laura Ginsberg ha quedado grabada sobre el cemento dolorido de la calle Pasteur, en su ya histórico ‘Yo acuso al gobierno de Menem – Duhalde…’, ante la cara entre estupefacta e impávida del ‘judío oficial’, el ministro del Interior Carlos Vladimiro Corach, y el temor del banquero y dirigente comunitario Rubén Beraja. Los silbidos y los insultos han quedado flotando en la calle dolorida que albergó los restos de la mutual en su trayecto por el barrio judío del Once. Norma Lew, ya no está para preguntarse porqué el azar la eligió para salvarse, después de sobrevivir a dolorosas operaciones. Se fue para encontrarse con su hijo Agustín Lew, que quedó bajo los escombros ese 18 de julio con sus escasos veintiún años. La muerte la llamó antes de avizorar la cercanía de la justicia.
Laura Ginsberg, encabeza la posición más intransigente y a través de su agrupación APEMIA, sostiene hoy:
‘El gobierno Kirchner ya abandonó cualquier intención de perseguir a la ‘conexión local’ mientras refuerza el reclamo de sus socios internacionales de alineamiento con el eje Bush – Blair – Sharón en el marco de la guerra. Es el mismo gobierno que prometió superar la ‘vergüenza nacional’ que significó el atentado y su posterior encubrimiento. Es el mismo gobierno que promete ahora perseguir la ‘verdad histórica’, mientras mantiene cerrados los archivos secretos del Estado donde se esconde esa verdad. No sólo oculta los archivos secretos y la verdad de la responsabilidad criminal del Estado y sus socios internacionales: la administración de esos archivos está en manos de las mismas fuerzas de seguridad e inteligencia involucradas en el ataque y su posterior encubrimiento.
La impunidad es el resultado de esta política de Estado. Por ello mantienen los archivos cerrados. Los familiares de las víctimas del gatillo fácil, de los desaparecidos, de la violencia institucional, los familiares de las víctimas del Puente Pueyrredón, de Río III o de los más recientes crímenes de Lucena y Cisneros, pueden ver su propia imagen en el espejo de la AMIA: la impunidad de las políticas de Estado pulveriza toda ilusión de justicia.
La descomposición del Poder Judicial y de los aparatos de seguridad del Estado (Policías Bonaerense y Federal, Servicio de Inteligencia), y el empantanamiento de las políticas de seguridad del gobierno encuentran su expresión más concentrada en el crimen de la AMIA, verdadero acto de terrorismo de Estado, al igual que los crímenes antes mencionados’.

1994

El estruendo, la perplejidad, la sorpresa, el dolor, la muerte, quedan apresados entre el cemento derrumbado y los hierros retorcidos de la AMIA. Son las 9 y 53 del 18 de Julio de 1994. Un crimen horroroso que se incorpora al calendario de la impunidad. Ochenta y cinco muertos. Ochenta y cinco vidas tronchadas. Ochenta y cinco esperanzas amputadas. Ochenta y cinco. La hija que no encontrará a su padre. La madre que perderá a su hija. El niño arrancado de la mano de su madre por la violencia de la onda expansiva. El polvo invade el ambiente. La impunidad abrió nuevamente la puerta, para dejar suelto el horror. Ochenta y cinco vidas. Ochenta y cinco ausencias. Ochenta y cinco vacíos. Ochenta y cinco. Trescientos heridos.
Los nietos que fueron a hacer los trámites por su abuelo muerto. El arquitecto que diseñaba las reformas en el edificio. Hierro y cemento retorcidos. Y las manos asesinas. Lejos de la justicia y cerca, muy cerca de la impunidad. Y antes que se enterraran a las víctimas, las promesas de siempre ‘Investigaremos hasta las últimas consecuencias’.

2004

¿Qué deuda impaga dejó el oriundo de Anillaco? ¿Qué trasgresión presidencial tuvo como respuesta la bomba de la AMIA? ¿Por qué el intento deliberado de obviar la investigación de la pista siria? ¿Qué vinculación hay con la muerte -¿asesinato?- de Carlos Menem Junior? ¿Porqué algunas de las autoridades de la comunidad judía llegaron a un grado de complicidad capaz de oponerse a la apertura de los archivos de la SIDE? Interrogantes de una magnitud gigantesca para que fueran investigados por los sospechados de complicidad, o por un juez que llego a hacerle una demanda a un procesado que le comió un sandwich.

1994 -2004 Diez años perdidos

Una década de ‘investigación’ no han permitido determinar siquiera como se cometió el atentado. Lo más probable, según la mayoría de las investigaciones periodísticas, es que la famosa Trafic y el conductor suicida nuca existieron o se evaporaron misteriosamente como no sucedió en ningún otro atentado con un vehículo kamikaze. Suponer que el atentado más importante de la historia argentina lo realizó un proxeneta duplicador de autos truchos a quién como imputado se le pagó, insólitamente, para que declare contra un grupo de policías, autores si de una variada gama de delitos que practica rutinariamente la bonaerense, es pecar de ingenuo o de cómplice. Sospechosamente los policías de la Federal que custodiaban a la AMIA, igual que en el caso de la Embajada, se ausentaron al momento de la explosión.
Las pruebas que se obtuvieron, se realizaron contra todas las prescripciones legales. Más de sesenta casetes con grabaciones fundamentales dejados en poder de la Federal y la SIDE, desaparecieron de ambos lugares sin explicación lógica.
Las declaraciones en el Juicio Oral de Hugo Anzorreguy, jefe de la SIDE y de Carlos Ruckauf, Ministro de Interior en el momento del atentado, revelaron con claridad la absoluta desidia del Gobierno de Carlos Menem para esclarecer el hecho. Afirmaron que nunca fue tratado en reunión de ministros el mayor atentado criminal de la historia argentina.
Estos son apenas algunos ejemplos de la innumerable cadena de errores, ineptitud, ocultamientos y complicidades.
Cristina Fernández de Kirchner definió la presunta investigación con precisión: ‘Es una afrenta a la inteligencia colectiva’.
Merece recordarse la actuación de Carlos Ruckauf, el ministro del interior, responsable la seguridad pública: ‘La noticia del atentado -cuenta Hernán López Echagüe en su libro ‘El Hombre que ríe’- sorprende al Ministro y su familia en Fort Mayers, Miami, lugar por el que siempre ha profesado una extraordinaria inclinación… Sin tapujos, miente al periodismo: ‘Yo estaba en Nueva York asistiendo a algunas sesiones preparatorias para la próxima Conferencia Mundial de la Población y Desarrollo, a realizarse en El Cairo… Vuelve a Buenos Aires y realiza una conferencia de prensa, informa a los periodistas que la investigación está correctamente encaminada y de inmediato, esgrimiendo como excusa la imperiosa necesidad de reunirse con las autoridades de la CIA y del FBI en Estados Unidos, retoma a sus vacaciones en Fort Mayers, en la casa de huéspedes de su gran amigo Daniel Dosoretz’.

Un final para volver a empezar

El tiempo perdido es posiblemente irrecuperable para encontrar a los culpables. Pero se está a tiempo para demoler la estructura del encubrimiento y mandar a la cárcel a los encubridores.
Fueron diez años utilizados para manipular pruebas, para destruir evidencias, para encerrar la verdad, para proteger a los culpables. Para seguir matando a las víctimas. Ochenta y cinco vidas tronchadas y diez años de espera infructuosa. Y como siempre la memoria y la constancia. Para luchar contra el olvido. Para vencer a la muerte. Para honrar a los muertos. Más allá de oscuras negociaciones. Más allá de disculpas bochornosas. Más allá de complicidades indignas. Memoria. Y los familiares que la convierten en Activa todos los lunes en la plaza frente a tribunales.
Diez años de soledad. Con la presencia ignominiosa de la arquitectura de los protectores de cemento para identificar a todo lo vinculado con lo judío. Diez años sin justicia. Diez años en busca de la verdad.
Ochenta y cinco muertos que claman justicia. Ochenta y cinco sueños. Ochenta y cinco. Trescientos heridos. Diez años. La AMIA reconstruida. Un moderno edificio. La calle Pasteur recuperando su fisonomía tradicional. Pero la calle y la AMIA están pobladas de ausencias. De los lugares vacíos en hogares destrozados un 18 de Julio. Diez años y ochenta y cinco recuerdos. Ochenta y cinco presencias imborrables que claman justicia. Esa que quedó sepultada bajo los escombros de la AMIA.