A propósito de los conflictos del Medio Oriente y otros temas:

Shwer zuzaín a Yid (“Es difícil ser judío”)

Hace poco recordé un viejo dicho que oí por primera vez en la infancia: “es muy difícil ser judío”. Era muy corriente escucharlo entre los judíos polacos. Yo no entendía bien qué implicaba, de qué hablaba esa dificultad. Ser judío, para un niño, no era mucho más que una circunstancia enteramente dada, un dato familiar, un modo de estar naturalmente en el mundo. Tardé algunos años hasta empezar a comprender, vagamente, que la dificultad de la que se habla está abierta a una meditación acerca de la responsabilidad colectiva, y que si la sola idea de responsabilidad ya entraña una trama compleja, mucho más ardua todavía es la de una comunidad responsable.

Por Jack Fuchs

Si me dejo guiar por la memoria de la infancia, el sentido que inmediatamente tiene esta dificultad de ser judío aparece bajo la forma del precepto, de las obligaciones: un niño judío debe estudiar la Torá, un niño judío no puede pasarse el día entero corriendo atrás de una pelota. Esto no es bueno para un judío, un judío no debe hacer tal cosa, un judío está obligado a ser honesto, respetuoso, educado.
Toda esta lógica moral impregnó mi época; la condición judía arraigaba mucho, si puede hablarse de arraigo judío, en las normas de uso colectivo. Un judío no puede andar con un cuchillo en la cintura, se puede discutir un problema, uno puede exaltarse y -así nos enseñaron- agarrar a otro de las barbas, pero ese era el límite de la violencia donde resonaba todavía la limitación mayor del “no matarás”. Los gentiles, en cambio, sí andaban con cuchillo y, llegado el caso, desenfundaban y hacían brillar el acero.

La abstracción de la historia

Estas prevenciones, a propósito de la conducta social del judío, están todavía muy intensamente grabadas en la tradición. Pero la vida práctica, la vida de todos los días ha cambiado extraordinariamente en el curso de estos últimos cincuenta o sesenta años. Ya los judíos no son tan judíos y los gentiles ya no son tan cristianos. Pero el mito de que el judío, por naturaleza, por hábito, huye de los desbordes de la violencia se sigue tomando como rasgo característico o como esencia. Se pierde de vista la historia y, aunque no me gustan las generalizaciones de esta especie, me inclinaría a pensar que la abstracción de la historia no es precisamente un rasgo que pueda llamarse judío.

La conducta de Israel

Ahora, la mirada que viene del mito, pone en juicio la conducta de Israel. Israel es a veces justo en el uso defensivo de la violencia, a veces es injusto; la violencia es a veces necesaria, a veces es sólo crueldad desnuda, pero siempre Israel está bajo observación.
Los mismos judíos no se permiten tener un Sharón, no admiten la violencia de Estado. Los judíos progresistas condenan las formas dictatoriales de gobierno, saben que hay líderes asesinos, que hay aparatos de terror diseñados especialmente para promover crímenes inauditos, pero estas construcciones llaman menos su atención crítica que la intervención violenta del Estado judío. Tengo muchos amigos humanistas, durante el largo gobierno de Sadam jamás los escuché decir una palabra contra los crímenes del dictador. Irak entra en guerra con Irán, ocho años seguidos: es aceptable.
Pero no es aceptable que un judío mate a un palestino. Son las contradicciones del humanismo, ya se sabe. El error, creo yo, consiste justamente en sacar el conflicto de su marco histórico, político. Como si lo que se desata en la guerra perteneciera al orden ideal de los principios.
A mí me enseñaron que Roma atacó a Israel setenta años antes de Cristo, me enseñaron que Roma despreciaba a los judíos, más tarde aprendí que para la misma época Roma había invadido Inglaterra. El detalle histórico es muy útil para relativizar el teatro de los principios. Yo entiendo que en el conflicto árabe-israelí la disputa territorial es secundaria, entiendo que el centro del conflicto tiene la forma de un drama histórico, que no está en juego la conquista de la tierra que ocupa Israel sino la confrontación entre un mundo moderno, Occidental, rodeado e incrustado en la Edad Media.

Las fallas de dos sistemas confrontados

En Israel viven un millón y medio de árabes sobre una población total de cinco millones y medio. Al revés, no viven judíos en los países árabes. Hay miles de estudiantes árabes en las universidad israelíes, pero no hay judíos estudiando en los países vecinos.
La forma que describo se parece en algo al miedo que en Estados Unidos generó la revolución socialista cubana. Cuba está muy cerca, la extensión de la isla es mínima al lado del país del norte, y sin embargo se temió la vecindad del contagio. El modelo de Estado en Israel -libertad de culto, democracia formal y separación de poderes- despierta temor, señala un peligro cierto y próximo para el estilo cultural y político de vida de los países árabes.
Un esquema laico de Estado, que se resuelve en la separación institucional de lo teológico y lo político, y otro que todavía entiende lo político a partir de una muy intensa penetración teocrática de las instituciones. ¿Por qué los países árabes no hicieron todos los esfuerzos posibles para mejorar la situación palestina?
El problema no es judío-palestino, el núcleo del problema, si se tiene en cuenta que no hay riquezas naturales en juego o que el valor de lo que en ese plano está en juego es mínimo, resulta del choque entre dos sistemas. Más allá de las tensiones, de las marchas y contramarchas de la frontera física, hay -si se quiere- una frontera inamovible en el terreno ideológico. El muro, que es la forma más reciente de la disputa, el objeto que ahora parece estar en el centro de la discusión, es sobre todo, así al menos lo pienso, un síntoma que revela la convivencia fallida entre estos dos sistemas confrontados.
Quizá entonces, aún, la responsabilidad de ser judío pueda concebirse como un modo de pensar la historia, de estar en la historia. No hay manera de comprender el conflicto árabe-israelí si se lo saca del contexto en el que estamos. Se habla muchas veces de la violencia palestina y de la violencia israelí como si viviéramos en un mundo pacificado, en un mundo que ya hubiera dejado atrás las masacres del genocidio. Pero esto no es así, yo creo que hay que desenfocar el conflicto, hay que relativizarlo. Lo mismo que cuando se piensa en el problema judío durante la Segunda Guerra.
Si se pierde de vista que el mundo estaba en guerra, queda la impresión de que las únicas víctimas fueron judías, se deja en el centro la Shoá y se olvida que Europa entera era un gran campo de muerte.
Hay una larga lista de fronteras pendientes en todo el mundo, es imprescindible llamar la atención acerca de que Israel no es una isla. Y los judíos debemos aprender a ser tan tolerantes como intolerantes con la forma del conflicto de Medio Oriente.