Día del Periodista 2:

La parábola de Mariano Moreno: Ser pasto de los peces como gaje del oficio

Durante medio año, Mariano Moreno editó una revista. Hasta que lo envenenaron y tiraron al fondo del mar. A la hora de celebrar el Día del Periodista conviene tener presente esta nítida parábola.

El 7 de junio de 1810 aparece el primer número de La Gazeta, periódico que fue el primer medio independentista del Río de La Plata. Su fundador y director era el secretario de la Primera Junta, Mariano Moreno, un abogado de cuya pluma había surgido el Plan de Operaciones en cuya aplicación se había fusilado en Cabeza de Tigre al ex virrey Santiago «Jacques» Liniers y a otros realistas.
Pero pronto Moreno, de 31 años, perdió la interna con su rival, el pragmático jefe militar Cornelio Saavedra, quien lo obligó a renunciar el cargo y a marcharse a Londres a fin de comprar armas para las embrionarias fuerzas armadas patrias. Moreno se embarcó en la fragata británica ‘Fama’ junto a su hermano Manuel. Hubo múltiples indicios precisos y concordantes de que sus enemigos no esperaban que regresara jamás. La fragata ya había zarpado, por ejemplo, cuando su esposa recibió un paquete anónimo con un velo y un abanico negros y el mensaje: «Estimada señora: Como sé que va a ser viuda, me tomo la confianza de remitir estos artículos que pronto corresponderán a su estado».
Moreno se sintió mal a poco de zarpar. A principios de marzo de 1811 el capitán le administró un supuesto emético (vomitivo), tras lo cual entró en convulsiones y espichó, según parece, envenenado. Según su hermano Manuel, novelista vocacional, sus últimas palabras fueron «Viva la patria, aunque yo perezca». Según indicaban las leyes de un mar dominado por los británicos, el capitán lo arrojó al agua envuelto en la Union Jack: la bandera de la nave, la bandera inglesa. No hubo lugar a protestas porque por entonces las provincias unidas ni estaban unidas ni tenían nombre. Y por no tener, ni siquiera tenían escarapela, y mucho menos bandera. Y conste que en estos lares las tierras no sólo no eran argentinas, sino que eran barrosas. Argentinas, más que un nombre propio, era un adjetivo irónico. Porque acá, ya se sabe: ni plata ni cobre. Solo lodo.
Al enterarse de que su rival había sido manducado por las barracudas, el coronel Saavedra soltó aquella oscura, espesa humorada. Una carcajada al pie del patíbulo: «Hacía falta tanta agua para apagar tanto fuego».
Para colmo, además de Moreno, está la sombra omnipresente de ese maestro de periodistas, Rodolfo Walsh. Como a Moreno, y a despecho de tantos funcionarios light empeñados en descadeinarlo, a Walsh, jefe de la célula de policías federales ganados por Montoneros, no lo mató la patota de la ESMA sólo por lo que escribió, si no, más bien ¿qué mejor pergamino? por su vehemente compromiso de defender lo escrito con el cuero. Poniendo el cuerpo. Un cuerpo que nunca apareció. Que, dicen, fue arrojado al océano. Que fue pasto de los peces.

En recuerdo de aquél 7 de junio en el que apareció el órgano agitativo de los jacobinos Moreno, Castelli y Monteagudo, celebramos nuestro día los periodistas argentinos. De lo que se desprende una moraleja: si sos independiente e insistís en hacer buen periodismo, serás amenazado, difamado y perseguido. Y no es de des descartar que también asesinado y ¿quien te dice? tirado al agua, como aquellos próceres. Y bien puede ser que te ocurra como colofón de una provocación, de modo que hasta tu recuerdo quede deshonrado, tiznado por la sospecha… tal como le pasó al pobre Domingo «Pajarito» De Soto en ‘La verdad sobre el Caso Savolta’, la excelente historia de Eduardo Mendoza.
En este contexto, cuando los periodistas parecen dividirse mayoritariamente en empresarios -ya sean chantajistas y alcahuetes de sus anunciantes o ambas cosas a la vez- y, por el otro, en asalariados chupamedias de quienes pagan sus salarios, cuando es más fácil ganarse la vida dejando de escribir y de publicar que haciéndolo, quienes perseveran en transitar la estrecha vereda de la mayor independencia posible merecen largamente recibir las más cálidas felicitaciones.
No se si un apostolado, pero el buen periodismo siempre fue para el Poder el oficio más incómodo del mundo. Por lo que siempre procuró controlarlo vía amenazas explícita o latentes, pautas publicitarias o canonjías. No hay motivo para llorar: aunque hubo épocas mejores… duraron lo que un lirio.
Y, por cierto, hubo épocas muchísimo peores, en las que muchos colegas, y muchísimos más compatriotas, fueron arrojados a las aguas como alimento de los peces, solo que todavía vivos y desde mucha altura.
Al celebrarse el Día del Periodista, conviene destacar que el mayor problema -mucho más ponzoñoso que la vitriólica pócima de aquél capitán inglés- para el periodismo y los periodistas es concentración de la propiedad de los medios.
Un fenómeno que hace tanto más valiosa la existencia de los escasos medios que se conservan (relativamente) independientes del poder económico. ¡Ojalá sigan a flote y haciéndole pito catalán a quienes quieren,o bien comprarlos, o bien enviarlos al fondo del mar! Salud.