Una biografía diferente

Cien años de la muerte de Herzl

La imagen de Teodoro Herzl con su larga y enrulada barba negra, con esa mirada llena de ensoñación dirigida hacia la lejanía con la que es representado en los innumerables cuadros que adornan las instituciones comunitarias, es una figura propia del romanticismo decimonónico, nos importa más ocuparnos del hombre que del retrato. Con su recuerdo intentamos recrear al hombre que realmente fue, a la paradoja que encarnó y en la que representó a la judería asimilada europea que confiaba en que la asimilación concluiría con un drama que había asolado a los judíos desde hacía casi dos mil años. El retrato de Herzl que presentamos no es el apropiado para textos escolares porque es más prolijo mostrar una figura desprovista de los conflictos que, al final de su derrotero, lo condujeron a convertirse en el líder de su Pueblo. Herzl llega a pensar en la emancipación judía desde el lugar de querer, en una primera etapa de su corta vida, no reconocerse como tal. En el contexto ideológico y cultural en que nos manejamos ahora, no resulta políticamente correcto recordar que Herzl fue mucho más que un judío asimilado, fue un judío al que no le gustaba serlo ni asumirse como tal. Hasta que comprendió que la historia debía ser diferente.

Por Alicia Benmergui

Gran número de los judíos europeos y austriacos en particular conoció un ascenso social y económico inusitado, el fenómeno de la Emancipación les había proporcionado, especialmente a los judíos del imperio austrohúngaro, la posibilidad de dejar atrás la existencia bajo condiciones de extrema pobreza y la exclusión propia de los guetos.
Para fines de siglo XIX, el liberalismo estaba siendo cuestionado políticamente por sectores políticos conservadores caracterizados por el nacionalismo y un antisemitismo virulento.

Un judío casi asimilado

En ese ambiente había crecido Theodor Herzl, nacido y educado en Budapest, dentro de una familia de la próspera clase media judía, cuyos orígenes definidamente judaicos se habían ido apagando a medida que se sucedían las generaciones y aumentando la fortuna familiar, para convertirse en una vaga tradición como lo era para la mayoría de la clase media alta judía en Hungría, donde el fenómeno de la asimilación y el apego al nacionalismo húngaro estaban a la orden del día.
Los Herzl, en cambio estaban totalmente influídos por el habla y la cultura alemanas como consecuencia del fuerte ascendiente de la madre de Teodoro, Jeannete Diamant, una mujer refinada y culta, educada en el laicismo, admiradora de la literatura alemana que educó a su hijo en los valores cosmopolitas dominantes en la sociedad alemana de la época. La música, el estudio del inglés, el francés y la asistencia a las funciones de teatro fueron una marca muy fuerte en la formación del temperamento de ese joven sensible y muy apegado a su madre.
Su padre, en cambio, aunque había tenido una educación secundaria, hecho no demasiado común por aquellos tiempos, había ascendido económicamente gracias al comercio, profundamente secularizado con respecto al tema religioso, estaba ajeno a los refinamientos en los que había crecido su mujer.

La formación

Un joven nacido en una familia burguesa judía, era educado en todas las gracias sociales, al modo aristocrático, cuidado y protegido, fue cambiado rápidamente de escuela cuando en ella comenzó a ser evidente el creciente antisemitismo húngaro y trasladado a un colegio evangélico con mayoría de estudiantes judíos. Sus aspiraciones no incluían una formación profesional, o el desarrollo de habilidades para ganar dinero o hacer fortuna, su objetivo estaba puesto en un futuro dedicado al cultivo de las artes y del intelecto, su deseo era ser escritor y autor de teatro para lo que sentía especialmente dotado. Sus padres aprobaban estos proyectos pero deseaban que estudiara derecho para completar su formación.
Estudiaba en la Universidad de Viena donde cultivaba un estilo elegante y refinado, tenía modales aristocráticos que acompañaba con una muy cuidadosa vestimenta, si bien interiormente era una persona sensible y muy soñadora, un verdadero romántico, su porte era orgulloso y altanero, tenía un aire desdeñoso hacia el resto de los estudiantes al que unía un lenguaje cínico o sarcástico que establecía su supuesta superioridad sobre el resto de los mortales.
Sentía una gran inclinación a formar parte del cuerpo de oficiales del ejército o de los más altos estamentos burocráticos, pero para lograrlo necesitaba el acta de bautismo cristiano que no se atrevió a obtener para no disgustar a sus padres.

Inicio del cambio

Era muy evidente que ser judío no era un hecho afín a su carácter o a sus deseos más profundos, los judíos -como pueblo- le disgustaban y avergonzaban, en 1882 había escrito en su diario que el aislamiento en los guetos y los matrimonios endogámicos los había “limitado física y mentalmente. Así se habían visto impedidos de mejorar su raza… El cruce de las razas occidentales con la así llamada oriental, en base a una religión estatal común es la solución más deseable”.
Lo que era claro, aunque nunca lo hubiera reconocido, es que Herzl -por aquella época- era un individuo aislado y frustrado socialmente. Sus aspiraciones como escritor se vieron defraudadas y también su lugar dentro de la Universidad. Desde 1880 había venido sintiéndose atraído por el nacionalismo alemán y para ese mismo año se había asociado a una fraternidad estudiantil muy nacionalista llamada Albia. A la muerte de Wagner, en 1883, se realizó una ceremonia totalmente antisemita en homenaje a su memoria. Herzl, entonces, presentó su renuncia por su condición judía y como amante de la libertad, esperando, secretamente, que se la rechazaran. Pero se sintió terriblemente humillado cuando le fue aceptada inmediatamente. Había sido tratado y mirado con el mismo desprecio que dispensaba a sus propios correligionarios.
No estaba dotado para la tarea de escritor de novelas o teatro, pero sí, en cambio, para la de periodista.
Luego de trabajar por casi diez años como periodista independiente fue llamado para ocupar uno de los cargos más deseados: el de corresponsal en París del Neue Freie Presse.
Entró allí de lleno en el ámbito de la política que lo devolvió al campo del liberalismo, hecho que lo integrará a su condición de judío y lo convertirá en un líder sionista.

“La amenaza de la acción”

Para el liberalismo austríaco había pasado su momento de gloria, Herzl confiaba que en Francia eso no sucedería, pero lo alarmaba el creciente antisemitismo que comenzaba a hacerse visible en Francia desde la aparición de “La France Juive” y del diario la Libre Parole.
Observaba, con preocupación, la creciente conflictividad social y se creía, aferrado a su ideario asimilacionista, que el problema judío se resolvería con la resolución de los problemas sociales.
En 1893 Herzl se había desinteresado de la probabilidad de alguna solución para el judaísmo, rechazó de plano la posibilidad de colaborar con el periódico de la Sociedad para la Defensa contra el Antisemitismo fundada por importantes intelectuales austriacos y alemanes.
Como periodista, Herzl sabía que la eficacia de un periódico sólo podía medirse con su capacidad de “la amenaza de la acción”.
Suponía que los judíos en la situación apremiante a lo que los estaban llevando los acontecimientos, optarían por el socialismo.
También su preocupación residía en la salvación del liberalismo austriaco frente al arrollador avance del antisemita.
Cuando Herzl comprende, finalmente, que el liberalismo pueda servir de solución para el problema judío, en un arranque al más puro estilo teatral proclama la necesidad de la conversión de los judíos al catolicismo con la anuencia del Papa.

El Caso Dreyfus

Cuando estalló el Caso Dreyfus, Herzl comprendió muy rápidamente que el Capitán era inocente a pesar de que todo lo condenaba, podía comprenderlo muy bien porque provenían del mismo sector social: judíos asimilados, nacidos en familias de la clase burguesa que deseaban -desesperadamente- ser aceptados y renegar de su origen. Sabía muy bien acerca de la imposibilidad de que alguien con todas esas características pudiera convertirse en un traidor.
Cuando fue condenado finalmente, Herzl supo que no se estaba juzgando al traidor sino al judío asimilado que había intentado ocupar un lugar y vivir de acuerdo a normas que le estaban vedadas a los judíos por el solo hecho de serlo.
Como si esto fuera poco, en mayo de 1895, el muy antisemita Partido Social Cristiano triunfó en las elecciones vienesas de 1895.
Todos los elementos que habían formado parte de la vida de Herzl habían colapsado, todo aquello en que había creído había fracasado. Su vida personal atravesaba una fuerte crisis y su matrimonio con una mujer que estaba muy por encima de su condición social era decepcionante.
En realidad continuaba atado a la imagen de su madre, lo que envenenaba su vida familiar.
Sus dos mejores amigos, judíos habían muerto, comprendió finalmente que no había ninguna salida para la dignidad judía a través de la asimilación y, para colmo, el liberalismo austriaco había sido derrotado políticamente nada menos que en Viena.

Nuevo éxodo

Parece ser que presenciar una función de la opera Tannhäuser de Wagner lo llevó a un estado de exaltación romántica en el que decidió acatar el reclamo de su corazón y romper con Europa y el liberalismo, transformándose en defensor de los suyos -ofendidos y humillados- y ser quien los llevaría en un nuevo Exodo a su antigua patria.
Un impenitente soñador se dedica a soñar la liberación y la gloria de los judíos que siempre había sido su sueño personal.
Cuando escribió que “Los sueños no son tan distintos de la realidad como muchos creen, todas las actividades de los hombres comienzan como sueños y posteriormente se vuelven sueños una vez más”, Herzl estaba convencido que la solución de los judíos no se hallaba fuera de ellos mismos sino en la capacidad de encontrarla y llevarla a cabo dentro de sí mismos.
“A nadie se le ocurrió buscar la tierra prometida donde está, y no obstante es muy cercana. Allí está: ¡en vuestro interior! Para hacer realidad un sueño solo son necesarios el deseo y la voluntad. “Los judíos que lo deseen tendrán su Estado y se lo ganarán” y prologó su libro Altneuland con la muy famosa frase “Si lo queréis no será una leyenda“.

Sueños y utopías

Un historiador dijo que Herzl creó un movimiento político como motor de cambio de la Historia. Creó un sueño, una Utopía apelando, sobre todo, a las masas judías, las víctimas más importantes del drama que se estaba gestando en la Europa de fines de siglo.
Herzl se dedicó a la tarea de crear un Estado Judío con el fuego y el ardor de los conversos, utilizó toda su influencia, su porte refinado y el dominio de la lenguas para acercarse a los dirigentes más encumbrados y toda su gracia y simpatía para encandilar a las masas que lo proclamaron el Rey de los judíos y, según se cuenta, los judíos europeos más cultos, partidarios o adversarios, se sintieron impactados ante su impresionante presencia.
El momento histórico que dio lugar al nacimiento del sionismo político fue el de la expansión del Imperialismo, movimiento racista que determinó un crecimiento del antisemitismo. Los judíos decidieron, entonces, procurarse sus propias raíces nacionales, su propio Hogar Nacional.
Las energías de Herzl puestas en este objetivo, terminaron destruyendo prematuramente su vida, a los 44 años.
Con su recuerdo intentamos recrear al hombre que realmente fue, a la paradoja que encarnó y en la que representó a la judería asimilada europea que confiaba en que la asimilación concluiría con un drama que había asolado a los judíos desde hacía casi dos mil años.
Seguramente este retrato no sería considerado apropiado para quienes confeccionan los textos escolares, suena mucho más impecable y prolijo mostrar una figura desprovista de todos los conflictos que lo condujeron a convertirse en el líder de su Pueblo.
En el contexto ideológico y cultural en que nos manejamos ahora, tal vez, no sea políticamente correcto recordar que nuestro héroe mas importante, por mucho tiempo, y hasta que volvió al redil fue mucho más que un judío asimilado, fue un judío al que no le gustaba serlo ni asumirse como tal.
Esta paradoja nos recuerda que nadie es dueño de la verdad y que como dice un precepto talmúdico: ningún judío tiene derecho a considerarse mejor que otro. No podemos imaginar a alguien diferente a Herzl encendiendo el fuego apasionado de la Utopía sionista..