Pilar Rahola y la polémica sobre la propaganda en el conflicto del Medio Oriente 6:

Preguntas con algunas respuestas: Con permiso

Por Horacio Lutzky.

¿Es justificado ocultar o sesgar información para favorecer la causa de la paz y la reivindicación de los postergados?
¿ Todo conflicto se reduce a opresores y oprimidos, malos y buenos?
¿Las relaciones económicas de dominación son explicación única y suficiente para entender la explosiva situación mundial?
¿Alarmarse por el maniqueísmo informativo de grandes medios sobre el conflicto de Medio Oriente es defender a Sharón?
¿Y criticar al gobierno derechista de Israel es una muestra de complacencia con el antisemitismo?
¿Es Israel la causa de todos los males mundiales?
¿El creciente antisemitismo en Europa es un tema menor, agitado sólo por los defensores del Likud?
¿El fundamentalismo islámico, es un resultado de la agresión occidental encabezada por Estados Unidos que desaparecerá ni bien se retiren las tropas de Irak e Israel devuelva los territorios ocupados?

Por estos días, resulta muy difícil pararse de manera independiente y no dogmática frente a estos y otros interrogantes similares, sin ser descalificado por casi todos. Esto es: progresistas y reaccionarios, guerreros y pacifistas, nacionalistas y ecuménicos, laicos y religiosos, judíos, católicos, musulmanes, budistas y sincretistas también.
En estas cavilaciones me encontraba mientras, mate en mano, ojeaba el “Clarín” de este miércoles 28 de abril, cuando al llegar a correo de lectores, me llamó la atención el siguiente título: “Repudio de una Asociación Islámica”. Se trata de una carta de condena por el “cobarde asesinato del doctor Abdel Azis Rantisi, quien fue el sucesor de Sheij Ahmed Yassin, lider espiritual del Grupo de Resistencia Islámico Hamas en nuestra querida Palestina”. La misiva, firmada por el presidente y el secretario de la Asociación Islámica Alauita de Beneficencia, de José Ingenieros, provincia de Buenos Aires, repudia “este acto terrorista como así también los que viene realizando el ejército de ocupación israelí sobre la indefensa población palestina desde la creación de su ilegítimo Estado que siguen cobrándose miles de vidas inocentes”, para finalizar luego pidiendo a Alá una bendición para Rantisi.
Caramba. “Ilegítimo Estado”. Es decir, un Estado que no tiene derecho a existir. ¿Pero cómo? ¿No era que la destrucción del Estado de Israel ya no es un postulado vigente? La carta denuncia el terrorismo de los actos de Israel “desde su creación”. Pero, ¿no era que el problema es el gobierno ultraderechista de Sharón? En el texto de esta agrupación islámica de una localidad de la provincia de Buenos Aires, publicado en “Clarín”, ni por equivocación aparece alguna apelación a la paz y la coexistencia entre ambos pueblos. Menos aún, alguna muestra de pesar por las inmolaciones de jóvenes que se hacen estallar con sus bombas en cafés, mercados y colectivos, bajo la promesa de entrar al paraíso de la mano de bellas vírgenes. Inmolaciones que fueron propiciadas especialmente por los homenajeados en la carta publicada por “Clarín”.
Para tomarme un respiro, y antes de intentar abordar los interrogantes del comienzo, prendí la tele. Pero no me pude distender: “Al menos 112 muertos en Tailandia por enfrentamientos entre integristas islámicos y fuerzas gubernamentales”. En un solo día.
Caramba. Prestemos atención, porque seguro que tiene que ver con la represión israelí en Gaza. ¿Sino, dónde está Israel y los judíos en todo esto? ¿Y si no están, para qué sirve? Porque, ya se sabe, la única amenaza para la paz mundial es Israel.
La información, tomada de las agencias de noticias EFE y AFP, dice: “El jefe del ejército, general Chaiyasidh Shinawatra, confirmó que las fuerzas de seguridad mataron hoy a al menos 107 musulmanes al repeler los asaltos que perpetraron los insurgentes contra instalaciones militares y policiales del sur del país.
Los rebeldes, armados con fusiles y vestidos de negro atacaron esta madrugada y de forma casi simultánea, diez puestos militares y policiales situados en las provincias de Yala y Pattani, colindantes con Malasia.
El subdirector del Mando Nacional de Seguridad, general Panlop Pinmanee, atribuyó los ataques a los grupos separatistas musulmanes que el pasado enero reanudaron las hostilidades con el asalto a un cuartel de la provincia de Naratiwat, del que robaron cerca de 300 armas automáticas tras degollar a cuatro soldados. El gobierno de Tailandia, que hasta el pasado año negaba la existencia de grupos separatistas dentro de sus fronteras, admitió recientemente que al menos 3.000 jóvenes musulmanes han ingresado en las filas rebeldes”.
Houston, tenemos un problema. En el Reino de Tailandia, mayoritariamente de religión budista y bajo todo punto de vista alejado del conflicto de Medio Oriente, agrupaciones islámicas quieren dominar una región, tomar el poder e imponer por la fuerza una cultura no demasiado progresista. Urgente, busquen relaciones entre el gobierno de Tailandia e Israel o empresas judías. Algo tiene que haber que justifique el romántico levantamiento de los jóvenes.
O que por lo menos permita vincularlos, como en octubre de 2002, cuando un grupo de terroristas islámicos chechenos vestidos con kilos de explosivos, tomó un teatro en Moscú repleto de rehenes. El cruento operativo de rescate en el teatro generó -en las primeras horas- muestras de apoyo del mundo entero, en particular antes de conocerse los devastadores efectos sobre los rehenes de los gases tóxicos utilizados por las tropas rusas. A la hora de informar sobre las repercusiones sobre la tremenda cantidad de rehenes muertos ocasionada por la acción de rescate, para “Clarín” lo importante era destacar la actitud de Israel y Estados Unidos. Es ilustrativo comparar las crónicas del mismo día, domingo 27 de octubre, de “La Nación” y “Clarín”.
El primero, bajo el título de “Apoyo Internacional”, y con fuente en cables de las agencias AFP, ANSA, y EFE, señalaba: “Numerosos gobiernos se manifestaron aliviados por la resolución de la toma de rehenes en Moscú: La Unión Europea expresó enérgicamente su apoyo al gobierno ruso por ´haber ejercido toda la moderación posible en una situación extremadamente difícil, en la que las fuerzas rusas lograron concluir una operación de rescate de extremada dificultad´. ´La prioridad que usted ha dado a la preservación de la vida de los rehenes ha permitido limitar las consecuencias de este drama y evitar la tragedia que hacían temer las circunstancias´, escribió el presidente francés Jacques Chirac, en un mensaje a Putin. También manifestaron su apoyo Gran Bretaña, España, Alemania, China y la Autoridad Nacional Palestina, entre otros”. “Clarín”, en cambio, armó un recuadro destacado y con título en tinta roja titulado “Estados Unidos e Israel felicitaron al Kremlin”. Con un poco de voluntad, toda noticia puede unirse a la causa de todos los males.
También lejos de Gaza y Cisjordania se encuentra Filipinas, donde el 83% de la población profesa la religión católica, son protestantes el 9%, musulmanes el 5% y budistas y otras confesiones representan el 3%.
El año pasado, rebeldes musulmanes vinculados a la red Al Quaeda se adjudicaron la responsabilidad de una bomba que explotó en un mercado en el sur de Filipinas y que mató a 13 personas (incluido quien llevaba la bomba) y dejó un saldo de decenas de heridos. La explosión ocurrió en la ciudad de Koronadal, en la sureña isla de Mindanao. Allí operan el Frente Moro de Liberación Nacional, el Frente Moro de Liberación Islámica -una escisión del anterior- y el último en aparecer y más sangriento: Abu Sayyaf. Esta milicia fue fundada por iraníes que se asentaron en la ínsula de Basilán para difundir la doctrina del Ayatola Jomeini.
El ‘modus operandi’ de los ‘portadores de la espada’ (Abu Sayyaf), que quieren instaurar un Estado islámico, incluye atentados y secuestros, principalmente de turistas, con los que sacan jugosas cantidades de dinero. Su acción más famosa fue el secuestro en abril de 2000 de 21 personas, en su mayoría extranjeros. Su liberación costó 28 millones de euros. Otros no han tenido tanta suerte: más de 100 rehenes han sido decapitados hasta ahora por esta organización.

La opinión de Salman Rushdie

En un artículo publicado en “Clarín” en noviembre de 2001, el escritor Salman Rushdie decía:
“Esto no tiene que ver con el Islam”. Los líderes del mundo vienen repitiendo esta frase, en parte con la esperanza de frenar las represalias contra los musulmanes inocentes que viven en Occidente, en parte porque si Estados Unidos pretende mantener su coalición contra el terror no puede permitir que se relacione al Islam con el terrorismo. El problema de esta afirmación es que no es cierta. Si esto no tiene que ver con el Islam, ¿por qué las manifestaciones musulmanas en todo el mundo en apoyo de Osama Bin Laden y de Al-Quaeda? ¿Por qué esos 10.000 hombres armados con espadas y hachas que se agolpan en la frontera entre Pakistán y Afganistán, en respuesta al llamado a la Jihad de algún mullah?”. Dos años después de este escrito de Rushdie, el 26 de agosto de 2003, un doble atentado con coches bombas arrasó una zona turística en el centro de Bombay en la India, matando a 47 personas e hiriendo a por lo menos 150. Las investigaciones señalaron a grupos islámicos vinculados a Pakistán, tal como la serie de atentados que en marzo de 2003 dejaron un saldo de 200 muertos en un día. El artículo de Rushdie titulado “Una parte del islam está en guerra con su propia gente” continuaba así: “¿Por qué el antisemitismo habitual en la reiterada difamación islámica de que “los judíos” organizaron los ataques al World Trade Center y al Pentágono, con la curiosa explicación de que los musulmanes no podrían tener el conocimiento tecnológico o la sofisticación organizativa como para realizar semejante hazaña?” (…) Entre estos islamistas -debemos acostumbrarnos a la palabra “islamistas” cuando nos referimos a todos aquellos involucrados en ese tipo de proyectos políticos y aprender a distinguirla del término “musulmán”, más general y políticamente neutro- están la Hermandad Musulmana de Egipto, los combatientes del Frente Islámico de Salvación y del Grupo Islámico Armado de Argelia, los revolucionarios chiítas de Irán y los talibán. La pobreza es su gran colaborador y el fruto de sus esfuerzos es la paranoia. Este Islam paranoico, que culpa a los de afuera, a los “infieles” , de todos los males de las sociedades musulmanas y para el cual el remedio propuesto es el cierre de estas sociedades al proyecto de modernidad del enemigo, es la versión del Islam que más rápido se propaga en todo el mundo”, seguía analizando el amenazado premio Nobel, quien recordaba que “hace veinte años, cuando escribía una novela sobre las luchas de poder en un Pakistán de ficción, ya era de rigor en el mundo musulmán culpar a Occidente, y en particular a Estados Unidos, de todos sus males. Y ya entonces me formulé un interrogante que hoy no es menos relevante: ¿qué pasa si decimos que los males de nuestras sociedades no son sólo culpa de Estados Unidos, que nosotros somos responsables de nuestros propios fracasos? Al aceptar nuestra responsabilidad frente a nuestros problemas, ¿no tendríamos que empezar a resolverlos solos?”.
Salman Rushdie finalizaba su nota citando a varios pensadores del mundo musulmán que comparten su punto de vista y la necesidad de una reforma, y reclamando que “si el Islam quiere reconciliarse con la modernidad, deben estimularse estas voces hasta que sean clamor”.
Aquí llegamos al punto.

¿Todo enemigo de mi enemigo es mi amigo?

Cierta visión maniquea de la realidad, pretende que todo lo que se oponga a los poderosos es intrínsicamente bueno. Buena parte de la izquierda considera que la única contradicción realmente existente es “imperialismo vs. antiimperialismo” y “opresores vs. oprimidos”, sin reparar en métodos, ni detenerse ni por un instante en analizar los reales objetivos de los nuevos imperialistas, los del fanatismo oscurantista.
Las razones de la aquiescencia pueden ser de lo más diversas. Los intereses coloreados con inconmensurables cantidades de petrodólares, así como los miedos generados en Francia y otros países por el incontrolable avance de una militancia cada vez más virulenta de masas de inmigrantes pobres cooptadas por el integrismo, pueden motivar a la Unión Europea para censurar, como lo hizo, la difusión de un informe que la misma Unión había encargado acerca del peligroso incremento del antisemitismo generado en varios países europeos con la directa participación de organizaciones fundamentalistas islámicas, unidas ahora a las tradicionales vertientes nazis y del antisemitismo de cuño europeo.
Otras motivaciones pueden provenir de una romántica identificación con quienes son visualizados como “luchadores”, o el odio frente a la potencia norteamericana hegemónica y opresora, común enemigo.
Pero aún así, al silenciar las atrocidades y la ideología perversa de los sectores más extremistas del bando con el cual se simpatiza, flaco favor se le hace a los moderados y a los partidarios de la paz y la convivencia. Si es que realmente se desea la paz y la convivencia, claro está.
Este tipo de consideraciones hizo posible que varias agrupaciones de izquierda argentina, expresaran en los mismos días de los atentados en Argentina, que sus simpatizantes no deberían concurrir a las marchas convocadas tras las masacres de la Embajada de Israel y de la AMIA, ya que -como hace un par de años publicó una de ellas- la única solución “democrática” al conflicto de Medio Oriente es la destrucción del Estado de Israel.
A esta altura de la nota, ya debería haber expresado no una sino varias veces mi repudio a Sharón y a la política del Likud, como para validar mis reflexiones anteriores y renovar mis credenciales de progresista. Fácil tarea. Pero esta vez no lo haré. Porque después de casi 15 años de transitar con los amigos del entonces partido socialista israelíMAPAM, o los de Paz Ahora, o de Tzavta-Nueva Sión, en cantidad de actos por la paz en Medio Oriente y la devolución de territorios; después de haber sostenido a lo largo del tiempo una posición a favor de un Estado palestino cuando era mala palabra y publicar encuentros reservados cuando negociar con los palestinos estaba prohibido por ley; después de haber editado en el periódico una y otra vez las opiniones de quienes, con justa razón, querían manifestar su indignación por atropellos de gobiernos israelíes contra los palestinos o contra la minoría árabe israelí; después de haber esperado en vano, alguna vez, que las tripas desparramadas de trabajadores y estudiantes israelíes motiven aquí -por parte de los “compañeros de ruta”- algún gesto solidario, no quiero pedir permiso para expresarme así.
Porque creo que Sharón ha venido siendo una desgracia, en primer lugar para el propio Estado de Israel y el pueblo judío, pero no es el único mal en la región ni en el mundo. Ni el único culpable.
La minimización, tolerancia y hasta complacencia con los monstruos que crecen del otro lado (aunque se hubieran desarrollado con la colaboración de Estados Unidos e incluso Israel) los fortalece, favorece las posturas de Sharón y los extremismos en el seno de la sociedad israelí, y no hace otra cosa que aplastar a los sectores musulmanes moderados y humanistas, aquellos que Salman Rushdie y muchos otros desean puedan crecer hasta ser clamor.